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El citado estudio, recientemente publicado en la revista Cell, ha dado con la región del cerebro que despierta el instinto depredador. Para esta investigación, los científicos han utilizado una técnica llamada optogenética que permite activar mediante laser ciertos grupos neuronales.

La investigación reveló que un grupo en concreto activaba la persecución de la presa mientras que otra zona hacía que los ratones utilizados apretaran sus mandíbulas y los músculos del cuello para morderla; sin embargo, se comportaban con total normalidad cuando no estaban sometidos al láser.

Iván de Araujo, psiquiatra e investigador de la Escuela de Medicina de la Universidad de Yale, y autor principal, afirmó a The Guardian que encendían el láser y “saltaban hacia un objeto, lo cogían con las patas y mordían intensamente como si intentaran matarlo”. En el mismo estudio, se vio cómo los ratones perseguían casi cualquier cosa que se encontraran en su camino, incluyendo insectos, insectos artificiales e incluso objetos como palos de madera.

Sin embargo, Araujo afirmó que los ratones no atacaban a otros ratones o a los investigadores, únicamente a objetivos menores que ellos. “Tenía que ser algo que pudieran agarrar, algo que quisieran capturar y dominar”, aseguró al medio británico. “No es que se pusieran fuera de control y trataran de matar todo. Tenía que ser algo que les pareciera comida”, apostilló el investigador.

Los ratones estaban genéticamente modificados para que los grupos de neuronas que intervienen en la depredación fueran fotosensibles para que la técnica de la optogenética fuera más determinante. Gracias a esto, los científicos pudieron identificar dos grupos separados de neuronas en la amígdala central, un área del cerebro normalmente relacionada con las emociones y la motivación. Estas dos áreas están conectadas con otras neuronas en dos áreas motoras, una de ellas relacionada con la habilidad de correr y cambiar de velocidad, y otra que controla la mandíbula y los movimientos del cuello.

Según los científicos, en la vida real cualquier movimiento en el campo de visión del depredador desencadenaría la actividad de la región de la amígdala central que a su vez finalizaría en esa persecución de la presa.

Grupos neuronales independientes

En el experimento, los científicos pudieron comprobar con el láser que los dos grupos neuronales que intervienen en la caza son independientes. Si sólo activaban las neuronas de la persecución, la mordida de los ratones perdía un 50% de fuerza. Por el contrario, si sólo activaban las neuronas de la mandíbula, los animales se comportaban como si ya tuviesen la presa entre las patas.

El hambre juega un papel fundamental en esta investigación. Según relata Araujo, los ratones más hambrientos desarrollaban una persecución más agresiva. “No se trata de agresiones generalizadas, sino que tiene que ver con el interés de los animales en obtener comida”, dijo el líder de la investigación.

Los mismos científicos creen que esos mismos circuitos neuronales podrían conservarse en el cerebro humano, pero más que el instinto de atacar, en los humanos se despertaría el instinto de encontrar comida.

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