El joven cazador Matías Arroyo Gigante, natural de la localidad ciudadrealeña de Daimiel, vivió en el mes de julio del pasado año una peculiar aventura en la que aprovechó un viaje junto a sus amigos de Universidad a Polonía para cazar dos magníficos corzos en sendos lances que ha narrado a la redacción de Jara y Sedal con motivo del concurso que tiene puesto en marcha junto a Beretta Benelli Ibérica.

«Contacté a través de redes sociales con varios organizadores polacos para contarles mi situación: aprovechar un día del viaje para cazar uno o dos corzos representativos (hasta 350 gramos), además tendrían que dejarme un rifle, ya que soy zurdo, y la munición, además de unas botas», explica el joven. «También tendrían que poder recogerme en el hotel ya que sólo teníamos una furgoneta de alquiler, la cual usarían mis amigos», añade Arroyo.

Tuvo respuesta de Rafal, de MHunting, que le puso facilidades pese a sus exigencias: «Finalmente concretamos que cazaría una sola tarde, con un rifle de diestro, el último día del viaje en un coto a 40 kilómetros de Varsovia», explica Arroyo. «El viaje fue inolvidable, recorrimos toda Polonia visitando las ciudades de Cracovia, Łódź, Toruń, Gdansk y por último Varsovia. Para el que no conozca Polonia es un país increíble, con paisajes y ciudades espectaculares y de los más económicos para viajar», expone en el relato el cazador.

El día del rececho quedó con Rafal en el hotel a las 15:00 horas: «Hablaba y entendía muy bien el español ya que había estudiado en Andalucía. Me comentó que me había conseguido a última hora un rifle de zurdo -un Blaser R8 calibre 243 Win. con un Swarovski Z8i- además unas botas de mi número. En el trayecto hasta el cazadero me estuvo contando que en el coto donde iba a cazar iría con el guía local que no hablaba ni español… ¡ni inglés!», recuerda el cazador.

Las altas temperaturas condicionaron la jornada

Paisaje polaco. © A. A.

Una vez allí le presentó al guía en esta aventura, de nombre Varis: «Rafal hizo la labor de traductor para explicarme todas las normas y resolver todas las preguntas que tenía. Como el guía no sabía ni español ni inglés, recurrimos al lenguaje cinegético común: Shoot cuando tuviera vía libre para disparar y No shoot cuando no. El guía también nos comentó que no había garantía de éxito debido a las altas temperaturas que había esa semana y que hacía que los corzos no se dejaran ver tan fácilmente. El cazadero estaba compuesto de maizales y tierras de labor, me comentó que iríamos entre los maizales con el buttolo a ver si teníamos suerte de que saliera algún macho», sigue detallando el cazador.

El cazador se despidió de Rafal, que le recogería por la noche en el mismo sitio y se fue con Varis a los primeros maizales. «No llevaríamos ni media hora cuando al sonido del buttolo vemos venir corriendo un macho. Miro por los prismáticos y veo que ¡es un corzo raro!, quince años cazando corzos en España sin ver ninguno y me lo encuentro en tierras polacas», explica el cazador. «Estábamos detrás de una acequia por lo que el corzo no podía vernos, pero por la posición en la que estábamos tenía que dispararle a pulso, cuando se paró a unos 50 metros le mandé una bala que lo hizo caer sobre su sombra», sigue detallando sobre el lance.

El primer corzo abatido por el joven. © A. A.

«Abrazos y gesto triunfal con Varis, en estas situaciones la caza supera cualquier barrera que el lenguaje nos pueda poner. Al acercarnos pude comprobar lo grueso de la cuerna y que las luchaderas en vez de hacia delante salían hacía atrás, además de tener 7 puntas. Nos hicimos algunas fotos con el corzo y en menos de lo que canta un gallo Varis ya lo había arreglado, lo cargamos en el coche y a seguir…», detalla.

El pacto al que habían llegado era intentar cazar mínimo un corzo, pero que si había posibilidad de cazar un segundo también lo hiciera, por lo que «continuamos en busca del segundo corzo, a ver si la tarde deparaba alguna otra sorpresa…», cuenta el cazador.

Otro imponente corzo de siete puntas aparece en escena

«Seguimos recechando entre maizales durante toda la tarde pero sólo veíamos corzas; vimos como una docena de corzas y un macho del año», expone. «La tarde ya llegaba a su fin cuando Varis me llevó a los últimos dos maizales, mirando con los prismáticos ya casi entre dos luces me agarró del brazo y me señaló para que mirara en dirección al maizal. En el borde de este lugar había una siembra ya muy alta, entre ella asomaba una monstruosa cuerna de corzo, la más grande que había visto nunca. El animal estaba tumbado tranquilamente pero esa cuerna tan alta asomando entre la siembra lo había delatado. Varis sabía que no era lo que habíamos hablado y se salía de lo representativo (el precio del corzo va en función del peso de la cuerna), pero me repetía insistentemente… shoot, shoot», recuerda Arroyo.

«Cuando repitió por tercera vez shoot, le asentí con la cabeza y nos dispusimos a prepararnos», señala. El corzo se encontraba a unos 150 metros: «Estábamos buscando una buena posición de tiro cuando vimos que el corzo se levantó y empezó a caminar hacia el maizal. Varis extendió el trípode. Me coloqué lo mejor que pude y fui siguiendo al corzo que avanzó y no paraba; cuando le quedaban 10 metros para desaparecer en el maizal Varis le tocó el buttolo y me dio esos dos segundos mágicos en los que el tiempo se detuvo y cuando vi la cruz dentro del corzo… disparé», expone.

El corzo de siete puntas. © A. A.

El pisteo del animal y su hallazgo

«Nos quedamos mirándonos porque no lo habíamos visto correr; la siembra estaba muy alta y a esa distancia era difícil distinguir lo que ha pasado, pero si había llegado a meterse en el maizal lo podía dar por perdido. Fuimos hacia la siembra, nos abrimos unos 25 metros y empezamos a buscarlo. Avancé hacia el maizal y por fin lo vi… le grité a Varis para que viniera, me agaché y contemplé aquel majestuoso animal», describe el cazador.

Tenía un trofeo con una longitud y un grosor de cuernas «como no las había visto nunca»; además también tenía siete puntas.» Varis llegó corriendo a abrazarme con una sonrisa de oreja a oreja gritando: «Medal, Medal», recuerda.

Trofeo del animal. © A. A.

«Cargamos el corzo sin arreglarlo y nos fuimos derechos al punto dónde habíamos quedado con Rafal». Una vez allí Varis el cazador le contó al orgánico cómo se había desarrollado la tarde: «Rafal me felicitó y me dijo que Varis le había dicho que en todos los años que había estado de guía de caza, no vio a nadie cazar en una sola tarde un corzo raro y otro medalla… una auténtica locura», se congratula.

La vuelta a España

«Teníamos el vuelo de vuelta a España a las 8 de la mañana, Rafal me dijo que me recogería a las 4:30 para ir de vuelta al coto a medir y pesar los trofeos ya cocidos y después me llevaría directamente al aeropuerto», recuerda el cazador.

Allí, les estaba esperando Varis con los dos trofeos, «los cuales ya en hueso parecían incluso más espectaculares». «Finalmente el corzo raro pesó 462 gramos y el ‘medal’ 615 gramos. Varis y yo nos abrazamos una última vez y le prometí volver. Rafal me llevó al aeropuerto donde me estaban esperando mis amigos. Le agradecí enormemente la tarde de caza que me había preparado, una tarde que quedará en mi recuerdo para siempre», concluye su relato el cazador.

Los trofeos. © A. A.

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