La temporada de corzo ha arrancado con una historia que ya circula con fuerza por redes sociales y que tiene como protagonista a un joven cazador conquense de 23 años. Arturo Gonzalo Abarca ha abatido un animal que no solo ha despertado la admiración del mundo cinegético, sino que podría colarse entre los mejores corzos cazados en España en las últimas décadas.
Una pasión vivida junto a su padre
Desde hace seis años, Arturo comenzó a adentrarse en la caza mayor, una afición que nació casi por necesidad tras el notable descenso de la menor en su zona: la Alcarria conquense. Desde entonces, acompaña a su padre al coto social del que ambos son socios. Es allí donde este mes de abril ha logrado culminar una de las experiencias más intensas de su vida como cazador.
En este coto, las jornadas tras el duende se sortean y en la primera que le correspondió esta temporada, tenía un objetivo muy claro: el gran corzo que sus padres vieron en febrero cerca de unas colmenas. Desde ese instante, el animal se convirtió en una obsesión, una meta que estaba dispuesto a alcanzar, aunque el camino no sería nada fácil.

Primeros encuentros y un fallo que le quitó el sueño
La primera jornada de caza no se hizo esperar. Arturo y su padre salieron tras el que creían que era el corzo avistado semanas antes. A unos 400 metros del punto señalado, vieron un macho que destacaba claramente. «Vimos uno que me pareció muy grande. Tenía que ser él. Le dije a mi padre que me parecía que tenía puntas de más. Me tiré al suelo y apreté el gatillo pero… fallé», cuenta el joven sobre aquel primer lance fallido.
Aquel disparo errado marcó los días siguientes. La imagen del animal lo perseguía cada noche, como él mismo confiesa: «Cerraba los ojos y lo veía cada noche». El corzo se convirtió así en un desafío personal y en el protagonista de sus desvelos.
La recompensa a la perseverancia

El pasado 9 de abril, Arturo regresó por la mañana a la misma zona en busca del esquivo macho. Lo vio, pero no pudo disparar. La frustración aumentaba, y la posibilidad de conseguirlo parecía desvanecerse. Sin embargo, esa misma tarde, volvió con su padre y, una vez más, la suerte les brindó una nueva oportunidad.
«Salía siempre con una corza, pero vimos esa tarde otro macho y algún animal más y él se resistía», recuerda Arturo sobre la escena previa al desenlace. Finalmente, el gran corzo apareció en escena. Con su rifle Voere LWB en calibre .300 Winchester Magnum y apuntándolo y apuntándolo una vez más a través del visor Docter de 12 aumentos, el joven se preparó para disparar. Esta vez, el impacto de la bala fue certero y el silencio de la tarde se rompió con una detonación que selló el final de una espera angustiosa.
Una cuerna de leyenda

La emoción al acercarse al animal fue indescriptible. Padre e hijo caminaban hacia el gran corzo con nervios y euforia. «No me lo creía cuando lo vi de cerca. Era enorme», recuerda Arturo, todavía impactado por la imponente cuerna del corzo.
El trofeo, con ocho imponentes puntas, destacaba por su gran perlado y un grosor excepcional, lo que abre la puerta a que estemos ante uno de los corzos más importantes jamás cazados en nuestro país. Aunque aún no ha sido homologado oficialmente, muchos ya lo comparan con récords históricos.

Un posible nuevo récord en la historia del corzo en España
En 2023, Óscar Gan Esteban se alzó con el récord nacional gracias a un corzo que alcanzó los 252,93 puntos. Aquel ejemplar desbancó al de Sergio Muela, cazado en 2016, que con 250 puntos ostentó el primer puesto durante años. Ambos trofeos fueron exclusivas de Jara y Sedal, y ahora podría sumarse uno más a esta ilustre lista.
A la espera de la homologación oficial, Arturo valora el momento por encima del reconocimiento: «El corzo es igualmente increíble y para mí queda». Con esa frase se despide, poniendo en valor lo vivido junto a su padre en un lance que, sin duda, ambos recordarán toda su vida.
¿Cómo se mide un trofeo de corzo?
Medir un trofeo de corzo no es solo cuestión de centímetros: es todo un arte técnico que combina ciencia, tradición y una cierta dosis de estética. Cada primavera, cuando la temporada del corzo despierta la emoción de miles de cazadores, muchos sueñan con lograr un ejemplar medalla. Pero, ¿qué factores determinan si esas astas merecen una puntuación de bronce, plata o incluso oro?
La referencia principal a nivel internacional es el sistema del Consejo Internacional de la Caza (CIC), un método homologado que tiene en cuenta tanto las dimensiones físicas como el aspecto visual del trofeo. En primer lugar, se mide el peso del conjunto, ya sea el cráneo entero o recortado, después de más de un mes de secado. Esa cifra se corrige según el tipo de preparación, para igualar las condiciones entre ejemplares.
Luego llega la parte más técnica: se calcula la longitud de cada cuerna, desde la base de la roseta hasta la punta más alta, siguiendo la curva natural, y también se mide el grosor en la base, es decir, la circunferencia de la roseta. Pero el trofeo de corzo guarda un secreto adicional: su volumen. Este se obtiene por desplazamiento de agua, al sumergir las astas en un recipiente medidor, aplicando el principio de Arquímedes. Cuanto más gruesas y pesadas, mayor volumen, y más puntos.
A estos datos objetivos se suman valoraciones más subjetivas pero igual de importantes: el perlaje (esas pequeñas protuberancias que dan textura a la cuerna), el color (que va del marrón claro al oscuro intenso) y, sobre todo, la simetría. Un trofeo puede ser espectacular en tamaño, pero si hay diferencias marcadas entre una asta y otra, su puntuación se reduce.
Con todo ello, se establece una cifra final que determina la categoría del trofeo: a partir de 105 puntos puede ser medalla de bronce, desde 115 se alcanza la plata y con 130 puntos o más, se accede al ansiado oro. Este sistema permite comparar trofeos entre regiones y años, y tiene una utilidad que va más allá del orgullo del cazador: sirve como herramienta de gestión cinegética, para evaluar la calidad genética de las poblaciones y orientar la caza selectiva.