El pasado 22 de junio, día de su cumpleaños, el guía de caza Juan José Fidalgo, natural de Teruel pero afincado desde hace años en Ciudad Real, protagonizó un lance tan emotivo como inesperado. Tras una primavera en la que había tenido controlados varios corzos prometedores, aquel día solo contaba con una de sus dos salidas al campo por motivos de trabajo. Lo que no imaginaba era que terminaría con un corzo multipuntas entre sus manos, en el mismo rincón donde semanas antes había abatido otro ejemplar excepcional.

La jornada comenzó con decisión y paciencia. Fidalgo madrugó y se dirigió a una gran siembra donde comía tranquilo uno de los machos que tenía localizados. Desde su apostadero observó al animal con calma. Tenía buena cuerna, pero no era lo que buscaba. No disparó. Cambió entonces de zona, acercándose a un paraje con arroyos y zarzas, donde esperaba encontrar alguno de los otros corzos vistos durante el pasado celo.

La intuición de un cazador con oficio

Allí, a menos de 100 metros, apareció otro buen trofeo. El animal se mostró sin miedo, como si supiera que no le iban a tirar. De nuevo, Fidalgo lo dejó marchar. A pesar del escaso margen que tenía para cazar esa temporada, prefirió esperar. «No pasa nada —pensó—, el año que viene serán más grandes».

Cuando volvía hacia la casa, un pálpito lo sacó del camino. Algo le empujó a visitar un rincón de esparceta donde el mes anterior había cazado un multipuntas. Recordó entonces un consejo que su padre le repetía a menudo: «Cuando se quita un corzo grande, hay otro que ocupa su territorio».

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Y el destino, o quizá la experiencia, quiso que tuviera razón. En cuanto llegó al paraje, un corzo emergió entre unas piedras, inmóvil y mirándolo de frente. Fidalgo se apoyó, midió la distancia —192 metros— y disparó con su Blaser R93 en calibre .308 Winchester. El animal cayó sobre su sombra.

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Un regalo de cumpleaños con recuerdo especial

«Qué largas se hacen esos metros cuando vas hacia ese anhelado animal», relata a Jara y Sedal Fidalgo con emoción. Al llegar junto a él, comprendió que estaba ante un trofeo único. Raro, singular, un multipuntas que parecía ocupar el mismo puesto que el anterior.

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«Me vino una pregunta a la cabeza: ¿será el hijo del que abatí en esta zona? Caprichos de la naturaleza», reflexiona. Para Fidalgo, el lance fue especial no solo por el trofeo, sino también por su simbolismo. «Se lo dedico a mi padre, que está en el cielo y me acompaña en mis salidas».

Así terminó una jornada en la que no bastó la técnica o el oficio. Hizo falta algo más: la intuición y el respeto de quien, como Juan José Fidalgo, no caza con prisas, sino con el corazón.

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