Llevaba más de dos años tras él, fotografiándolo, siguiendo su evolución y crecimiento… hasta que el pasado mes de abril consiguió hacerse con él. Esta es la historia que el cazador riojano Rodrigo Baroja ha narrado a Jara y Sedal.

8/9/2019 | Redacción JyS

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Baroja, con el corzo. / B.

El cazador riojano Rodrigo Baroja abatió, el pasado 21 de abril, un esquivo corzo al que seguía la pista en fotos desde el año 2017, teniendo instantáneas del animal tanto con borra como sin ella en distintas épocas del año. Finalmente fue medalla de oro y ahora, con motivo del concurso que Jara y Sedal tiene puesto en marcha junto a Beretta Benelli Ibérica, ha decidido narrar a este medio la historia.

Baroja cuenta que era el primer día de rececho en la finca de La Rioja donde consiguió cazar al duende el aire era favorable. «Eso hacía que me aliviara, en cierto modo, la incertidumbre que me generaba buscar un corzo sin costumbres fijas», explica. «Lo había estado buscando varias veces y lo encontré tiempo atrás con mi cámara, así que decidí probar suerte allí», relata.

Se asomó con cautela al claro del barranco y allí vio dos jóvenes machos en compañía de su madre que pacían tranquilamente. Al alzar la mirada y a una distancia considerable de ellos, en el alto del ladero, consiguió diferenciar su silueta: «Permanecía inmóvil, observándome, como si de un centinela se tratase», narra el cazador.

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El corzo, fotografiado por Baroja en 2017. / R.B.

«Estaba casi convencido de que era él, pero la distancia y la escasez de luz de un amanecer nublado no me dejaron asegurarme por completo así que decidí no disparar, ya que era lo más correcto y sensato dadas las circunstancias», narra el cazador. Segundos después, desapareció.

Ya a la tarde y tras caminar un buen rato, llegó con el guarda al mismo lugar de la mañana. En él, decidieron apostarse detrás del único pino que tenía la ladera. Con la mirada al frente mantenían la esperanza de que apareciese cuando, de repente, «por el rabillo del ojo vi cómo aparecía de la nada, solitario, como acostumbraba, bajaba por la misma cresta entre dos barrancos, estaría a unos 80 metros escasos, y fue entonces cuando me dio el tiempo suficiente para asegurarme con los prismáticos de que se trataba de él», narra Baroja.

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Imágenes del corzo con borra y del cráneo tras cocerse. / R.B.

Durante dos minutos permaneció observando a su alrededor mientras el cazador le susurraba a Sergio, el guarda, que no se moviese: «De haberlo hecho el animal hubiese delatado nuestra presencia, así que permanecimos inmóviles los dos observándolo hasta que, de manera repentina, descendió unos metros más hasta llegar a su rascadero», narra.

«Durante cinco interminables minutos dejamos de verlo mientras él permanecía oculto entre la maleza, con el rifle preparado y el corazón saliéndome por la boca, finalmente me permitió efectuar un único disparo que pondría punto y final a un interminable y tenso lance», confiesa el cazador tras el emocionante momento.  ¡Lo había conseguido!

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