El cazador madrileño Juan Manuel Rodríguez Morcillo se hizo el pasado sábado 20 de julio con un espectacular corzo en la Alta Alcarria de Guadalajara. Aunque lo falló en una ocasión, finalmente logró cazarlo. Nos cuenta la historia.

24/7/2019 | Redacción JyS

El corzo cazado por Juan Manuel en la Alta Alcarria. / J.M.R.

El cazador Juan Manuel Rodríguez Morcillo, residente en la localidad madrileña de Navalcarnero y de 42 años de edad, abatió el pasado sábado un gran corzo de siete puntas y 23 centímetros de rosetas en la zona de la Alta Alcarria. Tal y como Rodríguez ha narrado para Jara y Sedal, «la buena genética y la gran gestión» en la zona propician el resultado perfecto para los amantes de la caza de los pequeños cérvidos.

Juan Manuel Rodríguez comenzó a dar vía libre a su pasión alrededor de los años 90: «Mi padre decidió que era mejor consejero el monte que los pubs y discotecas de ciudad», dice en tono jocoso. Por lo que pronto empezó a hacer amigos en este mundo y junto a ellos exploró tierras de toda la geografía nacional, cazando y pescando.

Años después, Juan Manuel empezó a moverse incluso por tierras de otros continentes, aunque su pasión por el corzo nunca decaía. Además, comenzó a grabar algunos documentales desinteresadamente, fundó una asociación de caza local y ahora incluso ejerce como Presidente del Club de Cazadores de Navalcarnero.

Un corzo fallado

Los cazadores, junto al corzo. / J.M.R.

Juan Manuel, junto a su amigo Juan Carlos, salió el pasado 20 de julio hacia el cazadero con la intención de buscar algún corzo selectivo, bien por alguna deficiencia genética o bien porque ya estuviese en completa recesión. «El paisaje dorado por el sol, la cebada, el trigo y la avena a punto de ser recogidas dan cabida y protección a nuestras especies de caza», relata Rodríguez.  Para la jornada habían elegido un rifle en calibre 7mm Remington Magnum y una bala de 175 grains.

A primera hora de la mañana aparcaron el todoterreno sobre la cuneta en una de las zonas más querenciosas del coto y, nada más bajarse, en el horizonte divisaron una hembra y un macho. «Despacio nos fuimos acercando», explica el cazador sobre el inicio del rececho. «El corzo estaba encelado con la hembra con una tranquilidad máxima, pastando pero sin hacerla corretear, sobre una parcela de cebada recién cosechada», describe Rodríguez. 80 metros les separaban: «Extiendo el trípode y se lo coloco con una buena trayectoria de tiro. Tras varios segundos, se rompe el silencio… y lo fallé, quedando el tiro alto», nos cuenta el protagonista.

El corzo salió corriendo y se volvió a parar a 100 metros. De nuevo el cazador disparaba y fallaba: «Fue un segundo tiro errático que hizo que lo perdiésemos de vista», reseña. «Los nervios juegan malas pasadas y éste fue un claro ejemplo, pero sabía que había que templarse, sujetar convenientemente el rifle, centrarlo en la cruz y acertar», relata.

El animal les daba una nueva oportunidad

El corzo seguía sin embargo andando despacio monte arriba y careando las parcelas de avena junto a los majamos de piedra y zarza que había al otro lado. «Decidí entrar barranco abajo por la derecha del animal a unos 300 metros de él e intentar cortarle varios barrancos más adelante», relata. «El tiempo pasaba despacio, los segundos se convertían en horas…», confiesa Rodríguez.

Otra imagen de Juan Manuel con el animal. / J.M.R

Un kilómetro más abajo Juan Manuel y Juan Carlos se dirigieron barranco arriba intuyendo su carencia y escape. Nada más asomar a las parcelas le vieron detrás de un majamo de piedra, parado, oyendo el monte y con el aire a favor. Según nos cuenta el cazador, se pasaron 20 minutos observando al animal: «A Juan Carlos se le salía el corazón por la boca y yo ante la proximidad del corzo no conseguía hacerle la foto con el móvil», expresa.

Minutos más tarde dejaron de verlo y muy despacio se decidieron a entrarle para ver si seguía ahí. «Un paso más y el corzo rompe a correr sin saber lo que pasa», dice Rodríguez, que relata cómo los oyó.

En ese momento el cazador hizo el sonido de la chilla del conejo y se paró en seco. Juan Manual aprovechaba ese instante para apretar el gatillo y la bala acertaba en la zona de la paletilla del animal. «En una carrera desesperada, el corzó se clavó en la única mata de espino y zarza que tenía a escasos 30 metros, quedándose zafado con sus contraluchaderas entre los tallos del arbusto», concluye Juan Manuel, quien, poco después junto a su amigo Juan Carlos, se acercó hasta el animal para comprobar que, efectivamente era un bonito y curioso macho.