Tras una jornada en el monte, muchos cazadores se encuentran con la misma situación: un botín de carne que difícilmente se podrá consumir en unos días. Para aprovechar cada filete sin poner en riesgo la seguridad alimentaria ni el sabor, el congelador se convierte en el mejor aliado. Pero no basta con meterla sin más: la forma de enfriarla, almacenarla y el tiempo que se mantenga congelada marcarán la diferencia.
Aunque muchos lo pasan por alto, los minutos que siguen al abatimiento de la pieza son fundamentales. Si la carne se mantiene caliente durante mucho tiempo, proliferarán las bacterias y el deterioro comenzará antes incluso de llegar a casa. Por eso, una de las recomendaciones más repetidas por los expertos es introducirla cuanto antes en una nevera portátil con hielo o incluso en una que funcione con el enchufe del coche. Así se enfría de forma rápida y segura, reduciendo drásticamente el riesgo sanitario.
Envasar al vacío: una garantía de frescura
Una vez en casa, el aire seco del congelador se convierte en el nuevo enemigo. Ese tono blanquecino o gris que a veces aparece en la superficie no es señal de que la carne esté «quemada» en el sentido literal, sino deshidratada por la oxidación provocada por el contacto con el aire frío. Cuanto más seco sea ese aire —especialmente por debajo de los 32 grados—, mayor será la deshidratación.
Para evitarlo, lo más recomendable es envasar la carne al vacío antes de congelarla. Muchos carniceros disponen ya de este servicio, pero también se pueden encontrar máquinas domésticas a buen precio que realizan esta función de forma eficaz. El resultado es una carne más protegida, con menos riesgo de deterioro y mayor duración en el congelador.
¿Y cuánto tiempo puedo conservarla?
Aunque el frío detiene la acción de las bacterias, el paso del tiempo afecta al sabor y la textura. Como norma general, las piezas grandes —como una pata de corzo o venado— pueden mantenerse congeladas durante un año sin que se aprecien cambios significativos. En cambio, los cortes más pequeños, como solomillos o chuletas, deberían consumirse preferentemente en los primeros seis meses.
Las aves, como zorzales, codornices o perdices, requieren aún más atención: entre cuatro y seis meses será el margen ideal para disfrutarlas sin notar alteraciones. A partir de ahí, seguirán siendo comestibles si su aspecto y olor son buenos, aunque su textura será más seca y su sabor, algo más plano.
No desperdicies: aún se puede aprovechar
Incluso si alguna pieza presenta zonas afectadas por el frío, no todo está perdido. Basta con recortar las partes más dañadas y utilizar el resto para preparar un guiso que hará las delicias de la mesa. Como siempre, el olfato y el sentido común son grandes aliados a la hora de valorar si una carne sigue siendo apta.

Y es que no hay mayor satisfacción que saborear en julio un plato elaborado con una pieza abatida en enero, con todo el orgullo que supone haberla obtenido uno mismo. Siguiendo estos consejos, disfrutarás de tu carne de caza durante todo el año y sin sobresaltos. ¡Buen provecho!