Por Juan J. García Esteve

No hace mucho que un cazador trajo a la consulta una preciosa setter inglés de tres años que le habían regalado. Su antiguo propietario no podía hacer carrera de ella, ya que no respondía a sus llamadas cuando se alejaba, lo que hacía imposible controlarla para que cazase a una distancia razonable. Nuestra primera impresión fue que el primer dueño se había quitado un problema de encima regalando la perra y pasándoselo a esta persona, pero sin comentar algo al respecto nos dispusimos a realizar nuestro trabajo realizando una revisión al animal para comprobar que estaba sano. La primera indicación que nos hizo el dueño fue que la perra sacudía mucho la cabeza, especialmente cuando se levantaba tras haber estado tumbada, un cuadro muy característico en el caso de otitis.

Tipos de otitis

La otitis es un proceso inflamatorio o infeccioso –o ambos a la vez, que es lo más habitual– del oído. Se cataloga en otitis externas –las que afectan al pabellón auditivo–, medias –afectan al conducto auditivo; son las más frecuentes– e internas –las que afectan a la parte más interna del oído, donde se encuentran las estructuras de la audición y el equilibrio–, que además son las más graves. Los perros de caza sufren con frecuencia este problema, especialmente de los dos primeros tipos. El hecho de que la mayoría de las razas de caza tengan orejas largas y caídas, muchas veces con pelo en su interior, dificulta la transpiración del oído y facilita la colonización de bacterias y levaduras. Si a esto añadimos el hecho de que, al trabajar en el campo, con frecuencia se les introducen pequeñas espigas y cuerpos extraños en el oído, el riesgo de que padezcan infecciones aumenta exponencialmente.

En el caso de los setters aparecen todos estos factores predisponentes, pero el tema se complica aún más por el hecho de que son perros que con frecuencia cazan en zonas húmedas o en agua, por ejemplo cobrando patos. Existe también un tipo de otitis que afecta especialmente a estos perros denominada ‘del perro nadador’, ya que afecta a razas como la de los labradores y los setters, que con frecuencia están en el agua: ésta entra en el oído y hace que este esté todavía más humedecido por dentro creando un caldo de cultivo idóneo para las bacterias.
Las otitis también se clasifican en función de su persistencia, encontrándonos con agudas –de aparición brusca y evolución insidiosa– y crónicas –muy frecuentes, se prolongan en el tiempo y son muy difíciles de curar–.

Así se trata

Otitis detectada en un perro de caza. © Juan J. García Esteve

Volviendo al caso de ‘nuestra’ perra, pudimos observar que padecía una otitis crónica. La pobre setter había estado sufriendo esta afección durante largo tiempo, pues su anterior dueño no se había molestado en atenderla, y por esta razón no acudía a las llamadas, pues había perdido el oído y, en parte, la alegría. Además, la lesión era tan antigua que el conducto auditivo se había ocluido: literalmente, había desaparecido. Esto suele ocurrir en las otitis que llamamos proliferativas, y que se dan precisamente en animales que llevan mucho tiempo sufriendo el problema: el tejido del oído reacciona aumentando de tamaño, por lo que termina cegando la luz del conducto.

Lo primero que hicimos fue tomar una muestra de la secreción del oído y remitirla al laboratorio, el cual, al cabo de unos días, nos pasó un informe con el tipo de otitis que se trataba y las bacterias que estaban actuando en la zona. Esta información es muy importante para instaurar el tratamiento correcto según el tipo de otitis crónicas –que, como decía antes, suelen ser muy insidiosas y difíciles de curar, por lo que actuar bien desde el principio es crucial–, y que consistió en limpiar periódicamente el oído y aplicar tratamientos de antibióticos específicos para las bacterias patógenas que estaban actuando en el oído. La respuesta fue lenta, pero poco a poco se fue reduciendo el proceso inflamatorio y empezamos a poder ver el interior del conducto.

¡Un cambio sorprendente!

En muchos casos, el éxito de la cura de este tipo de pacientes crónicos de largo tiempo pertenece en parte al veterinario que sabe aplicar el tratamiento correcto… y en gran medida al propietario que es constante en la aplicación del mismo y no se rinde aunque lo resultados tarden en aparecer. Este fue el caso de nuestra setter. Su dueño fue meticuloso y exacto en la aplicación de la medicación y, a pesar de que en las primeras revisiones no percibimos una gran mejoría, se mostró muy positivo y esperanzado con la cura de la perra… y su fe fue recompensada. La perra se empezó a recuperar de su otitis y, a medida que esto ocurría, su amo fue descubriendo una magnífica auxiliar de caza y un animal extremadamente obediente y atento.

Cómo evitarla y detectarla

● A un perro sano no se le deben tocar o manipular los oídos.
● Después de cazar, especialmente en verano –cuando abundan las espigas–, debemos revisarle las orejas en busca de cuerpos extraños.
● Periódicamente, conviene llevarle al veterinario para que revise sus oídos.
● Acude al veterinario ante cualquier síntoma de malestar de oídos –sacudir la cabeza, rascarse el oído, orejas calientes…–.
● Aplica los medicamentos sólo en los oídos y según las pautas de tu veterinario.