Analizando todas las formas posibles de cazar un jabalí en espera que conozco, me atrevería a asegurar que el aguardo al amanecer es la que exige un mayor conocimiento del terreno y las costumbres del animal; una habilidad estratégica del cazador para elegir el lugar correcto en que apostarse en busca del lance. Por descontado que también requiere una capacidad de sufrimiento para el madrugón que a los cazadores se nos supone… mas no todos poseemos. Esto no significa que sea una modalidad reservada a una élite de aficionado y que el resto de los mortales debamos renunciar a practicarla por inalcanzable, ni mucho menos. En realidad, se trata de anticipar cuáles serán los últimos movimientos del jabalí previos a su encame, al contrario de lo que estamos acostumbrados a predecir.
En resumidas cuentas, se trata de abatir al animal en su trayecto de regreso desde la comida hasta el encame… a grandes rasgos, pues a menudo su última visita es a la baña, en especial si la noche ha sido calurosa y la comida seca y empalagosa: acudirá a darse un postrero baño y trago para poder conciliar el sueño durante el largo día que le espera. Pero en cualquier caso, tratamos de cazar a un jabalí ya cansado de andar trasteando durante toda la noche, con el estómago lleno y que se dirige entre bostezos hacia su remanso de paz diurna.
Descubriendo la modalidad
Aunque yo había oído y leído testimonios de cazadores que hacían esperas al amanecer con bastante éxito, fue mi propia observación la que me llevó a darme cuenta de que estos bichos son rutinarios y de que si un trayecto les ha mantenido vivos durante días lo más probable es que vuelvan a seguirlo el siguiente. Mis primeras esperas matinales fueron fruto del refrán, pues madrugando para controlar pasos de torcaces en la media veda o para escuchar la berrea en septiembre son muchas las ocasiones en que me he tropezado con los guarros de recogida, a menudo buenos macarenos. El campo, tempranito entre dos luces es una maravilla, huele a nuevo y enseña mucho al que tiene voluntad de observar. Los animales del turno de noche se cruzan con los del día y es un momento de máxima actividad.
En esas andaba, viendo con los prismáticos cómo las primeras torcaces comenzaban a posarse en los pinos aledaños a la siembra cuando me veo aparecer, desde mitad de los llanos, a un cochinote gordo como un tejón que caminaba a paso tranquilo, por segundos trotoncete. Llevaba querencia hacia unas lomas que tienen una umbría muy apretada de monte y allí se metió el tío con toda su cachaza a las 07:30 horas.
Adivina dónde estaba yo a las 06:00 horas del día siguiente con el rifle sobre el regazo e intentando intuir, todavía oscuro, el bulto viniendo hacia mí. Llegadas las 08:00 horas los nervios comenzaron a dejar paso al desánimo y ya estaba más pendiente de los movimientos de las torcaces para el próximo día de media veda que de que asomara el cochino mañanero. Pero a las 08:25 horas, con el sol ya calentando lo veo venir al trote siguiendo la línea de la linde. Daba la impresión de estar en una batida más que de espera cuando me cogió el aire que a esas horas va para donde quiere y se arrancó a correr cruzado. La reacción me cogió de sorpresa y el primer tiro no produjo más que polvo; pero con el segundo le endosé un paletilla alto y me quedé con él cuando ya llegaba a la loma. Ese fue mi primer jabalí de recogida, un machito apañado que me abrió los ojos a una nueva forma de cazar en espera. Hay varias cosas que debemos tener en cuenta si queremos estrenarnos con éxito y no perder esas horas de sueño haciendo el canelo por esos montes de dios.
Conocer bien su itinerario
Los guarros, como el resto de animales salvajes, no tienen demasiados hobbies, y la mayor parte de su tiempo lo invierten en las funciones vitales, especialmente en nutrirse. Lo principal es que identifiquemos cuáles son sus zonas de encame y cuáles las de comida y agua. Deberemos recorrer transversalmente los itinerarios entre unas y otras zonas y tratar de identificar sendas, rascaderos… muestras de que allí hay tráfico de ‘gente montuna’. Puede ser que los jabalíes utilicen unas sendas para ir a la comida y otras para la vuelta, pero de ordinario serán las mismas –al menos en el último tramo que lleva a sus camas–. El sentido de las huellas que veamos en el suelo nos indicará si es un paso apropiado para esperar de amanecida o si por el contrario sólo van en dirección contraria al encame. En las zonas cerradas de hierba o maleza también debemos fijarnos en hacia dónde están tumbadas las ramas o plantas para saber si los bichos van, vienen o ambas cosas. Por supuesto, las cámaras de fototrampeo son una ayuda inestimable colocadas las noches previas en los pasos que encontremos. Nos dan toda la información que necesitamos para realizar la espera… e incluso la temperatura que hace para saber qué ropa llevamos. También el tamaño del animal, al hora de paso, el sentido de la marcha… Toda esa información te garantiza el éxito al 80%. Quizá por esa razón yo las uso en contadas ocasiones.
Elegir el lugar correcto
Lo habitual es que el disparo se realice entre dos luces, un poquito de día, un poquito de noche. Por eso debemos seleccionar el lugar de la espera con buen criterio, lo más despejado posible teniendo en cuenta que lo que parece un lugar estupendo a plena luz cuando todo se llena de sombras puede llegar a impedirnos poder verlo siquiera, pasando de largo sin llegarlo a meter en la cruz. Lo digo por experiencia. Recuerdo una ocasión en la que tras identificar un puesto como cojonudo no pude más que oír el desfile de jabalíes sin llegar a ver ni uno siquiera de una piara de 20; por mucho que les daba la luz no se veía un mojón. Si el entorno permite elegir es mejor que podamos verlos u oírlos un poco antes de que nos entren para prepararnos convenientemente y no hacer ruidos ni movimientos cuando ya tenemos al bicho encima, máxime si es un jabalí solo, gordo y avispado. A mí me gusta ponerme cubierto por algo de maleza y, si no la hay, por alguna red de camuflaje o rama colocada días antes frente a mí: si entran con luz de día es muy fácil que nos guipen y se produzca la temible estampida.
Sí sabemos a ciencia cierta –bien porque los hemos visto antes o porque tengamos colocada una cámara– que están pasando con luz de día, me pondría a un poquito de distancia de la senda. Esto siempre nos permite pasar más desapercibidos, movernos, hacer algo de ruido y no ser traicionados por el viento con tanta facilidad. Sin embargo, si tiramos a oscuras y con poca luz, cuanto más cerca mejor… sin exagerar, tampoco es cuestión de sentarnos en la vereda. Unos 30 o 50 metros están bien y buscando la orientación para por supuesto zurrar al jabalí cruzado. En cuanto a la hora de llegada, yo, como regla general, lo hago una hora antes de amanecer si no he puesto cámaras y no sé la hora exacta de paso. Alguna noche loca he pasado de la espera del atardecer a la del amanecer, pero desde que me despertó a las 07:00 horas una guarra que se vino buscándome y me pegó el bufido a cinco metros no me he vuelto a dar ese tute. Quedé tan traumatizado que muchas veces he vuelto a soñar que se me meten los jabalíes a la cama y empiezan a hozarme en los sobacos sin que me pueda despertar.
El puñetero viento
Aquí está la mayor dificultad. La mayoría de esperistas sabemos que, en líneas generales, el viento al atardecer comienza a ir desde el monte hacia el llano, y que al amanecer vuelve a cambiar y sopla hacia lo alto. Pero al alba suele ser especialmente inconstante y los rabotazos de aire hacia la zona desde la que deben venir los guarros son una constante. La época cálida, en especial, se caracteriza por tener un viento muy poco fiable, pues las altas temperaturas crean más corrientes entre niveles de altitud. Todo depende del área en particular en que vayáis a cazar.
Yo huyo de barrancos, hondonadas y depresiones del terreno porque te cazan con mucha más facilidad; allí los aires no paran quietos. Aunque toméis todas las precauciones os la van a jugar en uno de esos días en que empiezas a notar el soplo en la nuca y de nada sirve inclinar el cuerpo, así como queriendo empujar el viento en dirección contraria.
Grandes jabalíes
Una de las grandes ventajas de esta modalidad es que se suelen matar guarros bastante grandes, y creo que hay varios motivos que hacen que esto sea así. Primero, porque se suele disparar con luz de día y la visibilidad hace que podamos seleccionar mejor lo que tiramos, dejando pasar jabalíes que a oscuras se llevarían el petardazo por un «si es o no es». En segundo lugar, los animales viejos vuelven hacía el encame más despreocupados. En su pequeño cerebro tienen grabado que ya pasaron por esa misma senda al anochecer, hace unas horas, y no hubo ninguna novedad. Tomaron todas las precauciones antes de entrar a la siembra, al cebo, a la baña, y ahora ya andan relajados, cansados y somnolientos de vuelta a su encame. A fin de cuentas… ¡qué colgado va a estar a esas horas emboscado en mitad del monte aguardándoles! Por último, no sé el motivo, pero los veteranos parecen ser los últimos en irse a dormir, en especial en verano. Es como si la matriarca de la piara supiese que es muy difícil ocultar al grupo cuando se hace de día. Al fin y al cabo no es tan extraño. Los rayones, como los críos, se ponen muy pesados cuando tienen sueño y las guarras saben que desde que llegan a lo cerrado y todo el mundo se duerme, se les va a ir un buen rato. El aprendizaje y la experiencia de los adultos creo que tienen la mayor parte de culpa. A lo largo de su vida, el guarro viejo ha tenido ‘problemas’ al atardecer y durante la noche, pero muy poca gente practica esta modalidad de espera al alba, por lo que como conducta aprendida se sienten a salvo al final del día: lo más posible es que a lo largo de su existencia ese jabalí no haya tenido ningún susto al emprender el camino de recogida.