Supongo que no soy el único cazador que se ha imaginado a sí mismo disputando un lance de ensueño en un lugar idílico con extraordinario resultado. Al fin y al cabo la ilusión es lo que tira de nosotros cada mañana cuando, en pleno invierno, nos tiramos de la cama y salimos a patear monte. Pero hay situaciones tan extraordinarias que son capaces de superar nuestras aspiraciones más oníricas. Eso es lo que me sucedió en este viaje.

Recibí la invitación de Blaser para ir a Córcega a vivir una experiencia cinegética con cierta sorpresa. La idea de cazar en una isla mediterránea ya es algo atractivo, pero descubrir que iba a hacerlo para perseguir algo tan habitual en nuestro suelo patrio como jabalíes o perdices fue muy estimulante. ¿Hay jabalíes en Córcega?, me pregunté. ¡Vaya que si los hay! Lo peor de ir a esta isla es, sin duda, la conexión aérea. La mayoría de las compañías ofertan los vuelos con dos escalas, aunque nosotros conseguimos reducirlo a dos volando desde Madrid a Niza y desde allí a Córcega.

Comienza la aventura

Alexandra Bertone, responsable de márketing de Blaser, antes de uno de los lances. © Israel Hernández

Aterricé en Figari acompañado de Rubén Montés, nuestro cámara, el 21 de noviembre al caer la tarde. Ya con la noche encima llegamos a nuestro destino, el Domaine de Chasse de l’Ortolo Murtoli, como se llamaba la impresionante finca en la que cazamos y nos alojamos. Nos acomodamos en una antigua casa con vistas al mar equipada con todo tipo de lujos. Sin duda alguna, un sitio de ensueño. Poco después acudimos a cenar a una cueva natural en la que se encuentra ubicado un restaurante para saludar a Alexandra Berton, responsable de márketing de Blaser y el resto del equipo. Allí nos informaron del plan de caza, que se dividía en dos jornadas diferentes. La primera de ellas sería de caza menor y la segunda, de mayor.

Primer día de caza

Los integrantes de la partida. © Israel Hernández

El 22 de noviembre amaneció con el Mediterráneo cabreado. El cielo estaba negro y el viento nos dejaba claro que no nos lo iba a poner fácil. Aun así, llenamos nuestros bolsillos de cartuchos, cogimos las F16 y nos dividimos en varios grupos para cazar. A mí me tocó junto a Alexandra. Juntos iríamos a una de las zonas más espectaculares de toda la finca: la playa.

La sensación de cazar sobre la arena, con la espuma del mar pegándose a tu cuerpo es algo indescriptible. Sin duda alguna, el mejor plan de playa que jamás pude imaginar, a pesar del día de perros que nos daba la bienvenida. Allí tuvimos ocasión de poner a prueba el arma ante unas perdices y faisanes que volaban como auténticos obuses. Según la información local, tuvimos rachas de viento de hasta 130 km/h. Cuando dábamos con alguna gallinácea, esta simplemente tenía que dar un salto, abrir las alas y dejarse llevar como una cometa sin control. Esto nos brindó lances espectaculares que Rubén intentó grabar bajo unas condiciones extremas.

Alexandra e Israel en un momento de la cacería. © JyS

La lluvia, el salitre y la arena caían casi de forma horizontal, cegándonos por momentos y ensuciando las lentes de las cámaras. Las olas, de varios metros de altura, se estrellaban contra la orilla con la misma virulencia con la que las perdices pegaban sus pelotazos cuando se encontraban con nuestros plomos. En un momento dado, Alexandra se giró hacia mí y elevando su voz me dijo: «Es un día duro». Yo, también a voces para hacer que me escuchara en medio del vendaval, le respondí con una sonrisa de oreja a oreja: «Sí, ¡y me encanta!».

Jornada de patos para poner a prueba la F16

Pusimos a prueba la Blaser F16 tirando patos. © Israel Hernández

Después de pasar la mañana cazando perdices y faisanes en una casi permanente tormenta de arena, llegó el turno de los patos. Para ello nos desplazamos a otra zona de la finca donde se encuentra una laguna y en la que pudimos vaciar un par de cajas de cartuchos. De nuevo, el viento ponía a los azulones en órbita y nos obligaba a correr la mano distancias estratosféricas a una velocidad de vértigo.

Una vez más, la elegante Blaser F16 demostró ser un arma muy maniobrable. Su báscula, extraordinariamente baja, hace que su centro de gravedad también lo sea, por lo que está muy bien equilibrada y permite realizar encares rápidos. Tanto como los que precisaban los patos que nos sorprendían tras las copas de los árboles bajo las que nos escondíamos. Otra de las cosas que siempre llama la atención de esta escopeta es su agradable tacto y ergonomía, algo importante a la hora de sentirte cómodo para afrontar disparos complicados.

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