Ricky Riera es el vivo ejemplo de un cazador por herencia. Tiene 41 años y lleva toda la vida, desde que acompañó por primera vez a su padre, practicando la caza. Ha pasado mucho tiempo desde que abatió su primera res, un gamo a rececho, pero ahora ha sumado un destacado momento a su experiencia gracias un peculiar corzo peluca.

Según ha contado el propio Ricky al equipo de Jara y Sedal, es un cazador de «como mínimo, cuarta generación». «Mi bisabuelo paterno era cazador y la afición por la caza me llega desde las dos ramas de mi familia», ha detallado. «Me considero también cazador internacional, habiendo realizado cuatro safaris entre Sudáfrica y Tanzania, así como varias cacerías en América y Asia».

La caza le ayudó a superar una lesión medular

Pese a su gran pasión por la cinegética, esta se vio en peligro hace algunos años. «Realizando un stage de perfeccionamiento de alpinismo en el Pirineo sufrí un accidente en el que otros alpinistas se cayeron y me arrastraron aproximadamente 60 metros», ha comenzado recordando.

«En el accidente nos vimos envueltos hasta nueve alpinistas y, por azar del destino, terminé encastrado en unas rocas, deteniendo la caída del resto, que quedaron colgando de mí. Me rompí muchos huesos, entre ellos tres vértebras, una de las cuales se astilló y perforó la médula espinal. Esto me causó una lesión medular que me ha llevado a estar mucho tiempo en silla de ruedas», ha añadido.

Sin embargo, esto no fue suficiente para detenerle. Con el paso del tiempo y «mucha rehabilitación» consiguió volver a andar con la ayuda de un bastón o un par de muletas en el campo». «Durante todo este tiempo mi mayor estímulo para seguir adelante ha sido la posibilidad de seguir cazando, lo cual puedo hacer con relativa normalidad a día de hoy», ha destacado.

Así fue el lance con el corzo con peluca

Finalmente volvió a poder cazar y eso le ha llevado a vivir escenas como esta. Después de haber abatido «cientos de corzos», prácticamente «había perdido la esperanza» de encontrase alguna vez de tú a tú con un «peluca».

«Este ejemplar apareció en el coto, aproximadamente una semana antes de su abate, hasta entonces nadie lo había visto», ha explicado Ricky. «No era sencillo darle caza porque formaba parte de un grupo de hasta ocho ejemplares entre hembras y crías. Un montón de pares de ojos y orejas que no permitían cometer ningún error».

La primera vez que intentaron su cacería fue una tarde en la que llegaron tarde y le espantaron «nada más llegar al puesto de aguardo». «Acto seguido tratamos de hacerle una entrada porque no se había ido excesivamente molesto, pero no pudo ser».

Con la «moral por los suelos», volvieron a probar suerte al día siguiente. «Al llegar al coto comprobamos la dirección del viento y decidimos entrarle al revés que la tarde anterior, desde la linde y hacia el interior del coto, cruzando los dedos esperando que hubiese vuelto a su encame habitual», ha matizado.

«No tardamos en localizarlo, por suerte, de nuevo dentro del coto. El macho estaba a 484 metros de distancia, en el centro de una siembra de varias hectáreas y las hembras complicaban muchísimo cualquier entrada. Optamos por esperar, algo que no suelo hacer, pero que esta vez iba a dar resultado» ha seguido narrando.

Pasaron «dos largas horas» en las que se dedicaron a hacerle fotos y vídeos. «Las hembras se empezaron a tumbar en la misma siembra en la que llevaban toda la mañana y minutos después el macho hizo lo propio. Sabíamos que era cuestión de tiempo que alguno volviese a levantarse, así que solo se nos ocurrió entrar campo a través y acercarnos el máximo posible a ellos para sentarnos y esperar a que se levantasen», ha añadido respecto al lance.

«No teníamos ni idea de si la distancia que habíamos recortado iba a ser suficiente para realizar un tiro de garantías», ha confesado. «Intuíamos su ubicación, así que nos sentamos, plantamos el bípode en su posición más corta, crucé las piernas y le pedí a mi amigo Néstor que se sentase a mi lado haciendo presión con su espalda sobre mi espalda mientras me prestaba su rodilla para apoyar mi codo derecho».

El premio de una larga espera

Durante esa siguiente hora, pudieron constatar que se encontraban a no más de 150 metros de los corzos. «Fue una entrada de libro que surtió efecto», ha considerado el cazador.

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«Cuando por fin las hembras se levantaron, estaba preparado. Quité el seguro, el macho se levantó pocos minutos después y pude recrearme al verle dar sus últimos bocados mientras giraba para darnos el flanco y realizar un tiro seguro. Sonó el .270 WSM por dos veces, aunque con un solo tiro hubiese sido suficiente», ha admitido.

Ricky había conseguido lo que ni él mismo, días antes, imaginaba que iba a tener la oportunidad de vivir. «No me lo podía creer y, aunque rara vez me dejo llevar por las emociones, lo celebré elevando los puños al cielo», ha concluido.

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Cazan en Soria un corzo con una peluca de más de tres kilos


La mejor historia de caza de corzo puede llevarse unos prismáticos Burris Droptine y un arnés Beretta

El lance que acabamos de narrar es uno de los participantes en el concurso que desde Jara y Sedal hemos lanzado en colaboración con Beretta Benelli Ibérica (BBI). La mejor historia puede llevarse unos magníficos prismáticos Burris Droptine 10×42, así como un arnés de Beretta.

Quienes quieran optar a este premio pueden hacerlo fácilmente enviando un email a info@revistajaraysedal.es, o bien un mensaje privado a cualquiera de nuestras redes sociales contándonos tu mejor historia de corzos, además de adjuntar las fotos de ese día, tu número de teléfono y seguir en Instagram el perfil de Jara y Sedal (@jaraysedal.es) y el de BBI (@beretta_benelli_iberica).