Se llama Juan Díez, es de la localidad alicantina de Aspe, tiene 92 años y el fuego de la pasión cinegética corre por sus venas como el primer día. Cada domingo que puede acompaña a su hijo en busca de los conejos que pueblan su coto social: «Es su vida y su gran entretenimiento. La caza del conejo es la que ha llenado sus días y su tiempo libre», explica su hijo, Moisés Díez, que el pasado domingo también compartió con su padre una jornada de menor.

«Ya no puede andar casi, por eso está sentado en la silla –en la fotografía que ilustra esta noticia–, pero si hace buen tiempo, me acompaña, me sigue dando consejos y lo más importante es que se emociona recordando todo lo que ha vivido y todas sus aventuras de caza menor», explica Díez a la redacción de Jara y Sedal.

«Yo he compartido casi todas las jornadas cinegéticas con él. Abatí mi primer conejo con su escopeta y tenía 10 años; ahora tengo 52. Toda mi vida me ha enseñado cómo debo disparar, a qué distancia apuntar, en qué sitios se puede disparar y en cuáles no, y me ha inculcado todos los valores del mundo cinegético y de la naturaleza que un cazador siempre debe llevar consigo», explica.

El conejo, su gran pasión

Si había una caza que emocionaba sobremanera a Juan Díez esa era la del conejo: «Y me sigue dando consejos casi a diario. Siempre te repite mandamientos de buen cazador como que si el perro va muy cerca, que se vaya el conejo, que no merece la pena arriesgar, o que hay que dejar limpio el campo y respetar cómo te lo encontraste», pone en valor el hijo de este gran maestro de la caza menor, que fue pastor de profesión trabajando con varios rebaños de cabras y ovejas.

«Se sabe todo del conejo, todas las artimañas para perseguirlo y capturarlo, al igual que las liebres: te cuenta cómo dejarle caer el pañuelo delante de ella, darle la vuelta por detrás y cogerlas vivas cuando están arrinconadas», expone. «Del conejo lo sé todo gracias a él; de las perdices no ha sido tan apasionado, no le gustaba ir tras ellas, pero cuando le sorprendían, les disparaba», añade Moisés.

«Incluso hace unos días me contó cómo en una ocasión cogió dos liebres pequeñas, las amamantaba con la leche de las cabras y cuando sacaba el ganado, salían las liebres a amamantarse de la cabra», recuerda.

«Se le pone una sonrisa de oreja a oreja cuando le cuento la cacería»

Los lunes es el día de la semana que le toca dormir junto a él: «Si no me ha acompañado el día anterior, aprovecho para contarle mis anécdotas del día anterior, que es el día de caza en la sociedad. Me tumbo a su lado y le narro todo lo que he hecho durante el día, y se le pone una sonrisa de oreja a oreja cuando le cuento la cacería», dice orgulloso su hijo.

Cazaba con una vieja escopeta paralela

Moisés Diez narra que su padre cazaba con una vieja escopeta paralela y recuerda ahora una anécdota que le ocurrió cuando él estuvo una temporada trabajando fuera de su localidad: «Se le ocurrió, por cosas de la edad, llevar la escopeta al cuartel para deshacerse de ella. Yo estaba trabajando fuera y cuando llegué al pueblo me enfadé con él», describe entre risas el cazador, que concluye loando de nuevo los grandes consejos y el amor por la naturaleza que le sigue inculcando su padre cada fin de semana.