Un principio básico de racionalización obliga en dialéctica a definir y clasificar la idea a debate. Cuando hablamos de caza, por ejemplo, damos por entendido que es un término unívoco de una sola y consensuada interpretación, un error que trata de subsanar esta nota. La caza natural (naturalis venatio) podría definirse de modo prosaico como aquella actividad por la cual un ser vivo se apodera de otro por fuerza, lo mata y ¡atención! se lo come. Es decir, el fin de la caza natural es el nutricio (ad edendum) y su único objetivo es alimentar al cazador, a su grupo, o prole. Este planeta está basado en la heterotrofia y para que los sistemas biogenéticos mantengan su economía y autonomía unos seres vivos deben morir e incorporarse como energía al digestivo de otros.

Sin embargo, la caza que practica el hombre (homo venator), debido a su singularidad evolutiva, puede hacerse por motivos no sólo nutricionales que se explican desde el privilegiado campo de operaciones que nos permite el espacio antropológico, que es aquel donde todas las actividades humanas pueden ser clasificadas y que, por analogía con el espacio euclidiano, consensuamos limitado por tres ejes. El circular, donde se enmarcan las relaciones del hombre con el hombre –políticas y sociales–, el radial que registra las relaciones del hombre con la naturaleza –caza, pesca, agricultura, ganadería, silvicultura, minería…– y, por último, el angular, donde lo hace ese ‘algo más’ trascendente del que el animal carece y que podíamos resumir como inquietudes mágico-religiosas.

«Para que los sistemas biogenéticos mantengan su economía y autonomía unos seres vivos deben morir e incorporarse como energía al digestivo de otros. Sin embargo, la caza que practica el hombre, debido a su singularidad evolutiva, puede hacerse por motivos no sólo nutricionales»

Desde esta perspectiva, el hombre desborda ‘núcleo genérico animal’ en el Paleolítico con las primeras manifestaciones simbólicas de las pinturas rupestres que conformará el eje angular. Así las cosas, el sapiens debe interpretarse desde una singular hermenéutica: la humana, la cual le permite originalidades imposibles al animal, permitiéndole cazar por diversos intereses. Una sería la caza radial, viendo los animales silvestres como depósitos de proteínas, recurso que facilitó nuestra singular evolución. Otra es una caza angular, es decir, cazar animales como ceremonial religioso dotando a los animales salvajes y sus entornos ciertos grados de luminosidad –religiones primarias–. Y por último una caza circular, que es la que se practica como mera manifestación social, lúdica, recreativa, sin interés nutricional ni trascendente.

La complejidad deriva de que estos tres ejes se combinan funden o anulan según el momento y cazador. Por ejemplo, un montero ‘moderno’ es un cazador circular, pues su prioridad no es comerse lo que cace –radialidad– ni participar en una ceremonia calificable como angular –religiosa–, sino disfrutar de la práctica de una tradición cultural, lúdica, recreativa desconectando de problemas, y rutinas, es decir centrada en lo social –caza circular–.

Aun así, no se soltará un perro montero sin invocación previa a la Virgen de la Cabeza, –restos de angularidad– ni se perderá un solo kilogramo de la carne resultante de la actividad –radialidad–, conformando una nueva perspectiva epistemológica que abre insospechados campos dialécticos con la filosofías que dábamos por apodícticas y paranéticas, es decir, que todos aceptamos como verdaderas e inductoras a un determinado comportamiento moral. Nuevo enfoque que permiten tutear a los dioses y explica el revuelo en ciertos ambientes tras la publicación de ¡Yo cazador!, donde esta tesis se desarrolla, extiende y defiende.

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