Abatir un monstruoso ciervo de 18 puntas en abierto es algo que a un cazador le ocurre pocas veces a lo largo de su vida. Todo aquel que ha acudido a una jornada cinegética en una finca abierta conoce de las dificultades que conlleva una captura así, y aunque la condición esquiva de estos animales durante el resto del año se ‘relaja’ en cierto modo cuando llega la época de la berrea, no es nada fácil hacerse con una pieza de este calibre.

Sin embargo, el cazador Aníbal Sáez Moreno, oriundo de Torrejón de Ardoz (Madrid) y que es miembro de un coto en el Alto Tajo, en la provincia de Guadalajara, lo ha conseguido. En primer lugar, Aníbal pone en valor la «satisfacción» que para él supone haber podido abatir un ejemplar así, un cérvido que ha «luchado, peleado, sudado… y llorado» finalmente cuando lo tuvo entre sus manos, según confiesa a la redacción de Jara y Sedal.

Así abatió este espectacular macho

La perra del cazador y el ciervo. © A. G.

El cazador comienza explicando que, aquel viernes 24 de septiembre, se fue a cazar muy de mañana a una zona de la parte baja del coto, en la que hay bastante visibilidad. «Vi cuatro jabalíes y un corzo bastante buenos, pero como estaba al ciervo llevaba el chip cambiado y no hice por intentar cazarlos», relata.

Reclamó al ciervo con su ‘turuta‘. Llegando al coche, sacó su reclamo, imitó la berrea del venado para ver si había algún animal en la zona y le contestó este con un berrido muy largo. «Volví a tocar la turuta y, a los 30 segundos, volvió a contestarme en la parte más alta del coto, por lo que fui hacia allí». En ese momento, el cazador dice que se metió por una zona de umbría que llevaba a un lugar sucio de pinos, robles y jaras» y, cuando menos lo esperaba, se topó con el gran macho.

Otra imagen del enorme ciervo. © A. G.

Reclamó de nuevo con el venado a 30 metros. En ese lugar, «fue tocarle la turuta y a unos 30 metros me hizo un berrido corto, y lo vi: estaba en una maraña de robles y pinos caídos, de las zonas más sucias del coto», describe Sáez. «Miré por los prismáticos, sin moverme, lo toqué de nuevo con la turuta y no se movió nada».

El momento culmen del lance. Aníbal no hizo más que dar dos pasos y, en un claro, vio al ciervo saliendo de la citada maraña: «Observé que el animal era bueno, pero no me imaginaba que tenía esa cuerna», asegura. «Salí al trote, para ver qué me hacía, puse la horquilla, y a unos 80 metros le disparé en la zona del codillo, y con el ciervo ya medio tapándose, le disparé de nuevo y cayó». Sáez sabía que había acertado, y lo encontró segundos después muerto en un barranco. «Me eché a llorar, porque cazar un animal de esas características es muy difícil en abierto», pone en valor el cazador. Por último, Sáez solo tiene palabras de agradecimiento a su perra Tiza, una Jack Russell Terrier de pelo duro que le acompaña a todas sus jornadas cinegéticas.