El cazador Juan Alberto Pérez Vázquez abatió esta semana en un coto de la provincia de Guadalajara, junto al gestor cinegético Jesús Riquelme, uno de los corzos más impactantes de esta temporada: tenía once peculiarísimas puntas.

Un coto que llevaba años sin cazarse

Otra imagen del rececho. © J. R.

Riquelme ha narrado a Jara y Sedal cómo fueron las sensaciones previas al lance, unos momentos en los que sintieron «muchos nervios y un hormigueo en el estómago a la hora de comenzar» ya que, «aunque la guardería compuesta por Miguel, Roberto y Alejandro nos comentaba que nuestro coto estaba atestado de corzos bonitos, ni en el mayor de los sueños pensábamos estrenarlo así después de llevar varios años sin cazarse».

Eran las 6 de la mañana cuando llegaron al cazadero y empezaban a recechar poco a poco en busca de los duendes del bosque. Se trataba de un precioso paraje donde, con las primeras claras del día, vieron algunas corzas con sus corcinos: «Decidimos esperar a que clareara un poco más y, tras ver muchos bonitos machos, decidimos seguir ascendiendo a un balcón donde nos había comentado el guarda que llevaba varios días divisando un curioso corzo que no había logrado valorar porque era muy esquivo».

Así divisaron al corzo. Allí se plantaron tanto Jesús Riquelme como Juan Alberto Pérez Vázquez, un joven cazador que buscaba su primer corzo a rececho y que ya consiguió un par de años antes en su primera espera con Jesús Riquelme abatir un jabalí medalla de plata. «Y como por arte de magia y tras agazaparnos en el balcón intentando pasar desapercibido entre la maleza, a unos 250 metros y donde en principio no veíamos nada, observamos un corzo que aunque no era muy largo y que no podíamos valorar en la distancia porque se tapaba continuamente entre retamas y abulagas», explica Riquelme.

Mucha tensión al divisar al cérvido. Era un animal «muy especial». «Sin dudarlo, Roberto, nuestro guía, lo vio claro. En ese momento el corazón se nos salía por la boca por la ilusión de hacernos con un trofeo raro», explica.

Un disparo a 253 metros. «Sonó un clic al quitar el seguro… y se paró el tiempo. Milésimas de segundo mientras la bala sobrevolaba los 253 metros. Instantes que parecían eternos y el silencio roto por el cazador preguntando si le había dado», explica Riquelme. Y cayó redondo.

Más detalles del trofeo. © J. R.

Lágrimas entre los participantes en el rececho. Las felicitaciones se sucedieron: «Ahora, comenzábamos la ascensión a cobrar este genuino corzo. Los metros se hacían eternos por lo quebrado del lugar y ya poco a poco íbamos divisando este precioso trofeo. La cara de asombro de todos era más que palpable y alguna que otra lágrima de emoción recorrían la cara de organizador y cazador. Y no fue el único, porque el guarda Miguel estaba con un nudo en la garganta ya que es un enamorado de este tipo de corzos, y no podía articular palabra mientras observaba orgulloso el fruto de tanto y tanto trabajo, esfuerzo y dedicación», concluye su relato Riquelme.

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