A punto de comenzar una nueva temporada de caza vuelto a ver en ti aquello que año tras año me das incondicionalmente. A pesar de que nos espere un calor sofocante y de tu todavía baja forma física, volverás a derrochar entusiasmo, valor, ambición, tesón, entrega. Y sobre todo serás, como siempre, mi cómplice, mi insustituible amiga. Volveremos a hablarnos –cada uno en nuestro idioma–, a escucharnos el uno al otro. Y al oír tus latidos, mantendremos esa conversación en la que nos entendemos a la perfección: te llamo y tú me escuchas, te pido y tú te entregas, me hablas y yo te entiendo, me miras y yo siento que somos un equipo invencible.
Cuando te vea recordaré a tu madre, a tu abuela o a tantas otras a las que bien podría dedicarle esta carta. Porque tú, porque vosotras, sois la esencia de la caza, mis compañeras imprescindibles.
Nos quedan por delante muchas salidas al campo con mejores o peores resultados, no importa, todas serán parte de nuestros futuros recuerdos. Andaremos sotos, arroyos, linderos y monte tras los escurridizos conejos, las tenaces liebres o las astutas perdices. Pasaremos frío y calor. Volveremos cansados, maltrechos. Te pediré tu mejor esfuerzo y tú, como cada año, me lo darás generosamente. Y yo, como siempre, seré tu mejor amigo, tu leal cómplice, tu admirador más fiel.