A veces, las jornadas de caza que no están planeadas al detalle son las que deparan las mayores sorpresas. Eso fue lo que le ocurrió a David Gómez, un cazador de Badajoz de 35 años, que a finales de marzo de este año aceptó la invitación de un amigo para pasar un fin de semana de camaradería, parrilla y recechos en una finca alicantina. El objetivo principal era intentar hacerse con un arruí, pero el monte le tenía reservado un encuentro mucho más emocionante.
El terreno era espeso, cerrado, con visibilidad limitada, por lo que la estrategia elegida fue la de realizar diferentes entradas a zonas cercanas a comederos. David se acomodó tras varias intentonas sobre un pino, con la vista fija en el claro que tenía frente a él, a la espera de cualquier movimiento entre la maleza.
Ya a las diez de la noche y sin opciones de poder abatir un arruí, el cazador detectó con sus prismáticos una piara de jabalíes a lo lejos. Lentamente, se fueron acercando a su puesto hasta entrar en el comedero. Se trataba de una hembra y cuatro crías que deambularon frente a él durante casi una hora. David se mantuvo todo este tiempo inmóvil, observando la escena con calma.
Un solitario que impuso respeto
Fue entonces cuando, siguiendo la misma ruta, apareció un jabalí solitario. No parecía destacar por su tamaño, pero había algo en su comportamiento que delataba su veteranía. «Por la silueta y su forma de moverse, me di cuenta de que era un macho viejo», relata David. Aguardó sin moverse mientras el animal se acercaba con sigilo, deteniéndose constantemente a escuchar.
Tras más de una hora de tensión, el animal por fin entró en el comedero. Espantó sin dudar al resto de los jabalíes y David aprovechó el momento para encender su linterna y valorarlo. «Nada más encender la linterna pude apreciar las increíbles navajas que le salían por encima del hocico. Mi pulso empezó a acelerarse». El animal lo miraba de frente, pero todavía no podía disparar.
Un disparo certero con el .300
David apagó la luz y esperó a que el jabalí se cruzase. Cuando al fin lo hizo, volvió a encender la linterna, apuntó con su rifle Blaser R8 del calibre .300 Winchester Magnum, y apretó el gatillo. El disparo fue certero. Al volver a iluminar la escena, el animal yacía seco en el suelo, aún pataleando.
La emoción fue en aumento cuando sus amigos llegaron y vieron al animal. «¡Un guarro enorme, súper viejo, con las navajas intactas! Un jabalí puro de sierra que nadie había visto antes por la zona», recuerda. Por su aspecto y colmillos, parecía un superviviente de muchas batallas, un auténtico fantasma del monte.
Un recuerdo para toda la vida

Aquella noche quedará grabada para siempre en la memoria de David. Rodeado de sus amigos Jorge y Chema, y con su inseparable sabueso de Baviera, Mambo, protagonizó una de esas escenas que solo se viven en el monte, cuando la suerte y la experiencia se cruzan en el momento justo. Sin duda, una historia que honra la caza de espera y el respeto por los viejos guerreros de la sierra.
