Los ruidos y sonidos que los animales del monte transmiten ayudan a comprender el comportamiento de las especies que viven en un ecosistema. Siempre me ha fascinado el canto del urogallo a finales de abril, con su variación de sonidos durante el celo y la descomposición de su estrofa en los conocidos tacs, castañuelos, taponazos y seguidillas. En julio, durante el celo del corzo, se oyen, en los bosques de la alta montaña, unos ladridos que indican que esta especie marca su territorio o, simplemente, que se enfada y ladra secamente si ha detectado nuestra presencia.

A finales de septiembre, con las primeras lluvias, en los campos de media España los venados emiten una serie de bramidos guturales, roncos, profundos y, algunos, desgarradores, que resuenan a largas distancias para disputarse a las ciervas. Todos estos cantos están relacionados con una época determinada, que es el momento del celo de estas especies. Sin embargo, existe un animal en nuestro país que, durante todas las estaciones, en algún momento, levantará el cuello, apretará sus labios y empezará a aullar. Es el lobo ibérico, y sus aullidos son uno de los sonidos más estremecedores, hermosos y mágicos que se pueden escuchar en la naturaleza.

¿Por qué aullan los lobos?

A lo largo de las últimas décadas la comunidad científica ha dedicado muchos estudios a analizar el aullido del lobo, y su conclusión principal es que aúlla para comunicarse. Aullidos que sirven para llamarse entre sí, para que la manada se reúna, para anunciar el inicio de una cacería, para celebrar un triunfo, para avisar de un peligro, para marcar el territorio, para reafirmar sus vínculos… y, así, sucesivamente, podríamos ir detallando los distintos comportamiento que transmiten. Aullar en común refuerza su cohesión. Ya en 1894 Rudyard Kipling escribió: «La fuerza de la manada es el lobo y la fuerza del lobo es la manada».

Los lobos suelen aullar al amanecer y al atardecer, lo que les sirve de aliciente para sincronizar y coordinar todas sus actividades posteriores. De esta manera, sus coros de aullidos invitan a la manada, que se acaba de despertar, a participar en las labores de grupo. Por lo general, los lobos prefieren aullar desde posiciones elevadas para hacer llegar el sonido más lejos o, si están juntos, en semicírculo, para proyectarlo en diferentes direcciones y conseguir ser fácilmente reconocibles por miembros de otras manadas rivales.

Lobo ibérico
Lobo ibérico. © Shuttersctock

Si un lobo se pierde o se aleja de su zona de campeo se sirve del aullido para localizar a su grupo. Los lobos dispersantes, en su recorrido en busca de nuevos territorios, aúllan con frecuencia para obtener información de las manadas que hay en los alrededores o por si les pudiera responder una hembra solitaria.

En otras ocasiones, los ejemplares jóvenes emiten una variedad de aullidos y gruñidos para impedir que las manadas vecinas puedan identificar el número de individuos miembros de su grupo. El naturalista Ramón Grande del Brío observó en la Sierra de la Culebra, en diversas ocasiones, a una pareja de lobos dispersantes que llegaron a colocarse bajo los puentes de un territorio lobero con objeto de potenciar los efectos sonoros de sus aullidos. Así, engañaban a otros grupos, haciéndoles creer que eran suficientes individuos para defender su nueva zona de encame. 

El aullido, una ayuda para censar las manadas de lobos

Los censos por el método de reproducir sus aullidos, con objeto de detectar sus manadas, permiten a los científicos identificar el número de individuos de un determinado territorio. Durante la realización del primer gran estudio de este tipo de conteos se observó que los cachorros estaban siempre predispuestos a responder a los aullidos, pues entendían que sus padres u otros lobos veteranos volvían a sus loberas para alimentarlos. Estos cachorros siempre aullaban en coro, lo que permitía a los investigadores del estudio estimar sus poblaciones fácilmente.

Todos los expertos coinciden en que la distribución acústica de los coros se concentra en frecuencias más altas cuando los cachorros participan, y, por tanto, es más fácil localizar sus manadas y conocer el número de ejemplares. Actualmente, este método de censo es el más utilizado para conocer la población lobera en un territorio.

He tenido la suerte de escuchar sus aullidos en mis recechos y aguardos por la Sierra de la Culebra y también en la Cordillera Cantábrica. Sus coros me parecen una de las composiciones musicales más hermosas del reino animal. Sin embargo, tiempo atrás, en muchos pueblos de España era costumbre hacerse la señal de la cruz cuando se escuchaba el aullido de un lobo, ya que era presagio de la muerte de algún vecino.

lobo en la nieve
Un lobo en la nieve. © Shutterstock

Mi experiencia con los lobos

La primera vez que escuché los aullidos de una manada de lobos me sobresalté. Sus sonidos sobrecogedores, bajos y lejanos, pero intensos, se fueron alternando incesantemente hasta transformarse en una sucesión de acordes prolongados que sonaban como lamentos humanos que salían de las entrañas de la tierra.

En otra ocasión, en un aguardo con cebo, dentro de la Sierra de la Culebra, después de tres días de espera, se presentó un lobo viejo que aminoró el paso al entrar al cortadero, rodeó hasta dos veces la carnaza con cautela y, de repente, se aproximó y colocó sus dos patas encima de la carcasa fijada en el suelo. Entonces, levantó el cuello y la cola hacia arriba, en una postura dominante, y comenzó a aullar intensamente. Sus aullidos profundos, acompañados con ciertas discontinuidades en la frecuencia y modulación de su canto, se podían escuchar a decenas de kilómetros cuadrados. El viejo lobo comunicaba a su manada que había encontrado una presa y que estaba dispuesto a compartirla. Aquellos sonidos largos y de estructura armónica expresaban, al amanecer, felicidad y liderazgo.

Me acordé de los libros de Jack London o James Fenimore Cooper, donde los tramperos de tierras inexploradas explicaban que el aullido de un lobo era el sonido más odioso que un hombre puede soportar en la soledad de la noche. Sin duda, eran otros tiempos y las suyas otras circunstancias: a mí me parecieron un canto celestial.