Aunque las autoridades arrestan a quienes parecen ser los cabecillas, el tráfico continúa. El entramado de su organización lo hace posible. 
27/9/2018 | Redacción JyS

leones devoran furtivos
La Reserva de Caza Sibuya perdió tres rinocerontes en manos de furtivos en 2016. / Reserva de Caza Sibuya

En 2003 un grupo delincuente del sudeste asiático descubrió un vacío en las leyes cinegéticas de Sudáfrica que le permitiría trasladar legalmente, a través de distintas fronteras, cuernos de rinoceronte. Así fue cómo hace ahora 15 años, por primera vez, 10 vietnamitas consiguieron un permiso de «caza». 

Se llevaron cuernos, cabezas y hasta rinocerontes enteros como «trofeos». Algunos cuernos viajaron incluso montados. Listos para colocar el salón más «cool».

Fue el comienzo del cambió en el tráfico ilegal de especies salvajes, surgiendo redes descentralizadas que cambian constantemente con el fin de enviar trofeos de furtivos hacia lugares donde los cerebros de las operaciones permanecen a salvo.

Algunos traficantes pagan hasta USD 85.000 por cada permiso de caza de rinoceronte. (AFP)
Algunos traficantes pagan hasta 85.000 dólares por un permiso de caza de rinoceronte. / AFP

Cientos de sospechosas solicitudes de caza llegan a Sudáfrica

A partir de ese momento Sudáfrica recibió cientos de solicitudes de permisos de caza desde Vietnam y otros países asiáticos sin tradición cinegética. Algunas personas llegaron pagaron hasta 85.000 dólares por llevarse un rinoceronte blanco a casa.

Aunque no se sabe cuántos cuernos del animal se han llevado a Asia, The New York Times registró que sólo hacia Vietnam salieron desde Sudáfrica, entre 2003 y 2010, más de 650 trofeos. «Bienes que valen entre 200 y 300 millones de dólares en el mercado negro

En 2012 las autoridades sudafricanas identificaron cinco bandas delictivas vietnamitas dedicadas a la «pseudo-caza», como por entonces se disfrazó el furtivismo. La banda de prostitutas armadas del tailandés Chumlong Lemtongthai fue una de las más destacadas. Para conseguir los permisos, Chumlong pagó 550 dólares a cada una de las 25 mujeres que tan sólo debían presentar una copia de su pasaporte y tomarse unas vacaciones en Sudáfrica mientras los verdaderos furtivos mataban rinocerontes.

En 2011 Chumlong fue condenado a 40 años de cárcel, pero salió en libertad (Te New York Times/Julian Rademeyer)
En 2011 Chumlong fue condenado a 40 años de cárcel, pero salió en libertad. / The New York Times

Un guía local destapa las intenciones de los vietnamitas 

Lemtongthai probablemente se habría salido con la suya si no hubiera sido por Johnny Olivier, su guía e intérprete en Sudáfrica. Olivier cuando observó que Chumlong y sus amigos ya habían cazado 50 animales comenzó a sospechar: «Esto no es por los trofeos», dijo a The New York Times. «Esto es una masacre por dinero puramente. Estos rinocerontes son la herencia de mi país». Para comprobar sus impresiones, Olivier habló con un investigador privado, que reunió 222 páginas de pruebas.

En 2012 Chumlong fue juzgado como el cerebro de «una de las estafas más grandes en la historia del delito ambiental» y condenado a 40 años de prisión. Sin embargo, la severidad de la condena no llegó a cumplirse. En 2014 el detenido obtuvo una reducción de su sentencia a 13 años, previo pago de una fianza de 78.000 dólares. Cuatro años más tarde, consiguió la libertad

Rachel Nuwer, la autora del artículo y del libro Poached: Inside the Dark World of Wildlife Trafficking (Furtivismo: dentro del mundo oscuro del tráfico de vida silvestre), entrevistó a Chumlong en 2016 en el Centro Correccional de Pretoria. «Yo facilito que los turistas cacen y cobro comisión. No hago furtivismo, siempre voy por el camino legal», dijo el vietnamita.

Según Chumlong (der.), él fue un chivo expiatorio de Vixay Keosavang. (The New York Times/Julian Rademeyer)
Según Chumlong (der.), él fue un chivo expiatorio de Vixay Keosavang. / The New York Times

Nuwer investigó la posibilidad de que Chumlong hubiera sido un simple eslabón más, un «chivo expiatorio», como decía. Y descubrió que el detenido tenía un jefe, Vixay Keosavang, un ciudadano de Laos llamado «el Pablo Escobar del tráfico de vida salvaje»

Así actúan los furtivos 

Los furtivos de rinocerontes suelen ser personas pobres que viven cerca de los parques y las reserva, a los que entran durante la noche para actuar al amanecer donde, tras la captura, esperan la llegada de una camioneta, o bien entierran el cuerno para buscarlo después o simplemente corren hacia sus casas con él.

A partir de ahí una cadena de corredores lleva el cuerno o el trofeo de un pueblo a otro y de allí a otro más grande, hasta que llegan al lugar donde los empresarios asiáticos se han instalado en África.

El viaje se realiza dando «vueltas» para ocultar el origen y el destino del material llegando incluso a sobornar a quien sea necesario, con tal de que llegue a su última parada. 

Una de las mujeres contratada por Lemtongthai para obtener numerosos permisos de caza de rinocerontes, junto a su presunto trofeo. (The New York Times/Julian Rademeyer)
Una de las mujeres contratada por Lemtongthai para obtener numerosos permisos de caza de rinocerontes. / The New York Times
Estos «Pablo Escobar», suelen tener negocios legítimos como «tapadera». En esa estructura, no sólo es casi ilusorio intentar capturar a los más grandes, sino que además se favorece la diversidad de las redes de furtivismo y contrabando. Un traficante de marfil de un puerto africano puede no conocer a los jefes que venderán el producto en Asia. Cualquier vacío que deje un arresto se llenará rápidamente.

«Por eso las detenciones, incluidas las de alto perfil como la de Chumlong, tienen escaso efecto para terminar con el negocio ilegal», dijo Vanda Felbab-Brown, que investiga el delito internacional en Brookings Institution, Washington DC.

La falta de colaboración dificulta las detenciones

Samuel Wasser, jefe del Centro para la Conservación Biológica en la Universidad de Washington, desarrolló un método que permitiría a los expertos usar análisis de ADN para determinar el origen geográfico de los bienes decomisados, y de ese modo trazar un mapa de los lugares principales de la caza furtiva. Sin embargo, la mayoría de los países africanos no le envían las muestras necesarias.

Los policías no hablan con las autoridades aduaneras, que a su vez tampoco hablan con los guardas forestales, y estos a su vez tampoco lo hacen con los legisladores, ni estos últimos con los grupos conservacionistas. «El ambiente de la inteligencia es de espías versus espías», dijo a la autora Ken Maggs, del Parque Nacional Kruger de Sudáfrica. En todo ese entramado de silencio, las redes ilegales siguen prosperando.