Antes de nada debo decir que nunca me propongo ir a cazar con la idea de conseguir un récord. Pero sí de elegir al máximo mis posibles trofeos, sean de la especie que sean, y en especial el de rebeco.

Pues bien, os explicaré la historia. Había acudido al fantástico Pirineo, en concreto en la parte del Alto Pallars-Arán en la zona de Tavascan, con un permiso de trofeo de ayuntamiento. Iba acompañado por Salvador Colomer, un joven fuerte y muy eficiente que había sustituido al guarda Tomás i Feliu tras su jubilación. Recuerdo que antes de cazar con Salva ya lo hacía con Tomás, lo que siempre supuso una gozada para mí. Yo llamaba a Tomás i Feliu unos días antes de ir a cazar y le preguntaba, la cuestión obligada: «¿Qué Tomás, cómo lo tenemos este año?» Y Tomás me contestaba: «Bien, tengo localizados dos o tres de los que te gustan». Y yo, en el mismo momento, sentía cómo la sangre me circulaba a más presión y mi imaginación empezaba a hacerme soñar.

Bien, pues este guarda es el que enseñó su trabajo a Salvador Colomer: todos los caminos, carencias o escondites por dónde podía haber algún matrero –así es como se llama al sarrio en el Pirineo Aragonés– estaban almacenados en la cabeza del curtido guarda y, posteriormente, en la de Salva.

Pero volvamos a nuestro sarrio. Acudimos al cazadero un buen día de noviembre del año 1996 yo, el guarda Salvador y el ya jubilado Tomás, que nos acompañó por amistad y afición. El atardecer nos sorprendió cuando ya llevábamos unas cuantas horas escudriñando una montaña cercana al Pla de Boavi. De pronto, divisamos un macho que a todos nos pareció enorme. Con el catalejo le calculábamos más de 100 puntos. Yo comenté: «Puede que tenga hasta 110, pero no sé. Vamos a por él. Si nos acercamos más podremos volver a valorarlo mejor». Y eso hicimos.

La primera ocasión, esfumada

Mientras hacíamos la entrada nos salieron las perdices blancas, y tuve la sensación de que casi las podías tocar. Son una verdadera maravilla, ¡lástima que sea un blanco fácil para las rapaces! Una vez nos situamos más cerca, valoramos al sarrio y nos dimos cuenta de que efectivamente era fabuloso. En cuanto me dispuse a disparar, justo en aquel momento, se presentó un helicóptero, casi a ras de nuestras cabezas, y el sarrio voló al bosque. Aquello me dejó helado, no hubo forma de saber por dónde buscar el sarrio. Mientras, el sol se apagaba y la prudencia nos decía que volviésemos al coche, pues aún estaba muy lejos. Llegamos a él con la noche ya encima.

Al día siguiente, volvimos al sitio con la esperanza de encontrar aquel maravilloso ejemplar, pero no hubo forma de volverlo a ver. Y, como ocurre muchas veces, acabé tirando a otro, que también era bueno, pero no era el del día anterior.

A partir de ese día ya no pude dejar de pensar en el rebeco que habíamos visto. No se me iba de la cabeza. Parece mentira que en un animal con un trofeo tan pequeño haya tanta diferencia. Un centímetro más o menos de cuerna establece una diferencia de cuatro o cinco puntos, que siempre pueden ser volátiles, o bien por tener un poco más o menos de grosor, por la edad, por la altura, por la anchura…
Terminé aquel año las cacerías en el mismo lugar. Pero seguí soñando y pensando en dónde y cómo podría hacerme con aquel precioso animal. Subía a las mismas montañas cazando, buscándolo, pero nada de nada.

La pista del pastor

Habiendo transcurrido dos años, cuando ya creía que solamente podría tener a aquel ejemplar en mi recuerdo, un pastor lugareño nos informó que había tenido bien cerca un gran sarrio. Según sus indicaciones, era en la zona donde lo habíamos divisado por primera vez y en la que por culpa del helicóptero se nos esfumó. El corazón me dio un vuelco.

De esta forma, en el otoño del 1998, volví a buscarlo con más intensidad. Me ilusionaba al pensar que, de ser el mismo, es que estaba vivo y correteaba por sus andurriales. Era bastante probable que fuera el mismo, ya que estos animales son muy territoriales. La duda que tenía era que muchas veces los pastores o lugareños se fijan más en el cuerpo que en las cuernas, una referencia que no sirve porque obviamente un sarrio puede ser grande de cuerpo pero no de cuerna. Pero, a pesar de esta buena noticia, la mala fortuna volvía a ponerse de mi lado. Aquel invierno nos sorprendió una fuerte borrasca que me impidió cazar el último permiso de ayuntamiento con el que contaba, por lo que tuve que aplazar el permiso hasta la primavera. Así que ¡a esperar!

Jorge también cazó la hembra de sarrio más grande de España. © J. B.

Tercer año tras él

Generalmente, cuando termina la temporada, yo sigo cazando mentalmente y recordando algún que otro sarrio que he visto y que no he conseguido cazar. Esto hace que mi afición, en vez de disminuir, aumente aún más. De esta forma pasé una espera que me pareció eterna.

Una vez llegado el ansiado día nos pusimos en marcha. Durante la primera jornada pateamos la parte izquierda de la montaña para asegurarnos que no estuviera metido en unos canales que hay en mitad del bosque. Al no ver ni rastro de él, por la noche decidimos que al día siguiente iríamos por donde intuíamos que podía estar: en la otra parte, donde ya crecían los primeros pastos de primavera y, con ellos, nuestras posibilidades.

Después de habernos pegado una buena sudada y haber desistido de tirar algún que otro buen sarrio, alcanzamos a ver un fabuloso macho. Nos pusimos el catalejo y, rápidamente, comprendimos que era él. Era nuestro sarrio, el de los sueños, el de las inquietudes y el de las sudadas, allí estaba, allí lo teníamos. Así que, sin perder tiempo, le hicimos la entrada, asegurándonos mucho de no ser vistos ni de darle el aire. Por la experiencia que he ido cogiendo con los años, cuando tengo a tiro un trofeo que he decido disparar, procuro ir lo más de rápido posible, ya que, generalmente, los sarrios viejos suelen dar pocas oportunidades.

Una vez puesto a tiro, a una distancia de 215 metros, allí estaba plantado. Hicimos una primera valoración y calculamos que tenía entre 109 y 110 puntos. Sin más le comenté a Salva: «Míralo bien, que voy a tirar». Creo que jamás había estado tan seguro de mí mismo, así que sin más comentario le puse la cruz con mucho cuidado y apreté lentamente el gatillo. El estampido fue tremendo y vi cómo quedaba en el sitio. Corrimos hacia él, lo acariciamos, nos miramos y nos abrazamos sin decir nada, sólo pensando que la habíamos hecho buena. Fue uno de esos momentos mágicos que los cazadores sentimos. Después de conseguir un trofeo que había soñado y que había sufrido durante años, no sé cómo expresar las sensaciones que me recorrieron el cuerpo, no tengo palabras, es lo máximo para uno mismo, independientemente que sea o no un récord. Esto lo he vivido muchas veces.

Una vez valorado por la Junta Nacional de Homologación, el resultado fue una puntuación de 113,38. Nuevo –y actual– récord de España de sarrio macho. A veces pienso que ha sido como un pequeño premio a mi afición de cazar el sarrio. Y pasan los años y sigo con la misma idea de cazarlo, buscando, seleccionando y valorando en lo mejor posible esta gran especie de rumiante. Les aseguro que engancha.

Los trofeos del macho y la hembra de sarrio más grandes cazados en España, ambos por Jorge Boix. © J. B.

Ranking de los 100 mejores sarrios cazados en España

Aunque los cazadores valoramos prioritariamente el lance, a todo amante del rececho le encantaría toparse con uno de esos machos o hembras de avanzada edad cuyos cuernos sobresalgan un buen puñado de centímetros por encima de las orejas.

En este artículo compartimos los cincuenta mejores trofeos de sarrio macho y los cincuenta mejores de sarrio hembra que han sido homologados en España con la fórmula del Consejo Internacional de la Caza (CIC), según los datos aportados por la Junta Nacional de Homologación de Trofeos de Caza (JNHTC) a Jara y Sedal.