«He cumplido el sueño de mi vida», ha narrado el joven Gonzalo Bravo a Jara y Sedal tras abatir este impactante ejemplar de corzo peluca en Castilla y León. «Cuando lo abatí, me tumbé a su lado con lágrimas en los ojos porque uno de los sueños de mi vida se había cumplido», confiesa el cazador.
9/4/2019 | Redacción JyS
Fue hace un año cuando el joven Gonzalo Bravo Cárdenas observó por primera vez «un corzo peculiar salir del monte a dos luces». Tenía «dos varas gruesas en un lado y algo entre las orejas que parecía adivinar una cuerna asimétrica…». Entonces, logró situarse a tiro, «algo más lejos de lo que me habría gustado porque el terreno no permitía más aproximación», pero no calculó correctamente la caída de la bala y… el tiro se fue alto. La cosa quedó ahí y no volvió a ver al que entonces apodó como «Garfio»… hasta doce meses más tarde. Ahora, Bravo ha logrado hacerse en Castilla y León con el impactante ejemplar de corzo peluca que es protagonista de esta noticia.
Ya antes de la apertura de la temporada y mientras Bravo estaba controlando los cotos donde caza, observó a unos 500 metros un corzo que careaba lejos de las típicas zonas de querencia. «Pensé que era un vareto, pues solo veía dos varas en su cabeza. Por casualidad, decidí usar la cámara y meter zoom. Era Garfio, y no era el corzo raro que había pensado que era, se trataba de un gran peluca», relata el joven.
Desde entonces, «salía lo antes posible del trabajo para ir a vigilar la zona, madrugaba todo lo que podía e incluso cogí vacaciones tres días para intentar localizarlo de nuevo, pero era imposible, no daba señales de vida», admite el cazador. «Incluso mi socio del coto tenía prohibido acercarse al lugar en cuestión. El corzo debía estar tranquilo y tarde o temprano debíamos vernos», relata.
«Mi padre y mis compañeros de fatigas me preguntaban todos los días si lo había visto»
Comenzó la temporada del corzo, eran ya muchas tardes y mañanas las que había pasado rodeando su zona en su busca y nada, Gonzalo no lo encontraba. «Mis amigos me acompañaban y se dejaban los ojos buscándolo prismáticos en mano. Mi padre no paraba de hablar de él, los compañeros de fatigas de caza me escribían todos los días preguntando, hacían bromas sobre furtivos o sobre la debilidad y poca defensa de territorio de estos corzos…», admite Bravo.
Una tarde, decidió controlar una zona de testero que moría en siembras verdes de trigo. «Diluviaba», reseña el cazador. «Tras sólo ver un gran cochino que salía del monte hacia otras tierras y, a falta de media hora para la caída del sol, decidí volver al coche, tentando a la suerte con un rececho al cochino o alguna inesperada sorpresa corcera», sigue contando.
«Iba distraído, con aires de derrota, pensando en cómo seguía sin encontrarlo. Me venían a la mente las palabras de Manu y Alejandro –sus amigos-, quien esa mañana recechando otra zona, me habían alentado a no desistir», confiesa Bravo. «Llámenlo presentimiento, suerte o casualidad, pero decidí desviar mi camino y hacer una asomada a otra siembra antes de volver al coche».
«¡Ahí estaba!»
Fue asomar entre las chaparras y observar un bulto que brillaba gracias a los escasos rayos de sol. «Miré con los prismáticos y allí estaba, como un rinoceronte, con su largo cuerno delantero mirándome de frente». Les separaban 250 metros. «Tranquilo Gonzalo, hay que ponerse a tiro perfecto, no se puede arriesgar», se decía a sí mismo el joven.
Volvió al monte y comenzó el acercamiento, controlándolo cada pocos pasos. «Tenía que frenarme pues como cuando era un niño, me aceleraba sin pensar en las consecuencias que ello podía traer. Finalmente logré colocarme a unos 120 metros. Abrí el Harris de mi Tikka .300 Winchester Short Magnum y comencé a reptar entre las chaparras. Él observaba en mi dirección, consciente de que algo pasaba», explica el cazador.
Gonzalo aprovechó un instante en que bajó la cabeza para asomar medio cuerpo al borde de la tierra y así despejar la línea de tiro. «Lo metí en la cruz sin mirar su cabeza, no quería mirar, sentía después de muchos años esa presión de no poder fallar, la responsabilidad y el miedo escénico cuando… Me cazó y ladró, emprendió rumbo al espeso…», narra el joven. Poco después logró pararlo con un silbido antes de taparse y apretó el gatillo. Se desplomó en el acto. «Al levantarme, aún sin poder creerlo, temblando como un niño ante su primer día de cole, observé que se iba», sigue contando.
«Me tumbé a su lado con lágrimas en los ojos»
El cazador corrió entonces hacia el corzo y «unos 100 metros por dentro del monte, donde lograba observarlo entre las matas como quien busca a alguien entre los pasillos de un supermercado. Vi perfectamente como su carrera acabó y se desplomó». Bravo tardó cinco segundos en llegar a él. «Me tumbé a su lado con lágrimas en los ojos. Garfio, uno de los sueños de mi vida, se había cumplido», confiesa el joven.
Si hay algo que no olvidará, es la cara de su padre, ya que «su felicidad era aún mayor que la mía. Esto es la caza, compartir con amigos momentos únicos», dice. Por último, vuelve a agradecer a su padre, a Manu Sánchez, a Alejandro Herranz y a Javi Hernando por las horas dedicadas. «Este corzo es de los cuatro», concluye el joven, que también lleva a cabo una gran labor de promoción del mundo cinegético a través de su cuenta de Instagram @mevoydecaza.
Otros impactantes corzos peluca
En los últimos meses, Jara y Sedal también ha publicado fotografías de impactantes corzos peluca con curiosas historias tras ellos, como el que abatió el abulense Carlos Blanco. El singular animal llevaba más de cuatro kilos de trofeo sobre su cabeza. Las fotos de su cuerna fueron espectaculares.
Por último, te dejamos las fotografías de 10 corzos extraordinarios que a cualquiera de nosotros nos hubiera gustado cazar durante la pasada temporada. Y es que el duende del bosque y sus curiosos trofeos nunca dejarán de sorprendernos.