Cazar con nieve está prohibido cuando esta cubra por completo el suelo, salvo limitadas excepciones. Es lo que tradicionalmente se conoce entre los cazadores como ‘días de fortuna‘, en los que seguir el rastro a una pieza resulta demasiado sencillo, por lo que no sería ético, además de suponer un peligro para los propios animales, que viven momentos de verdadera dificultad.
Desde la Edad Media, las antiguas normas que regulaban la caza ya establecían la prohibición de cazar en días de nieve «cuando ésta cubra de forma continua el suelo o cuando por causa de la misma queden reducidas las posibilidades de defensa de las piezas de caza».
¿Hay alguna excepción? Sí
Aunque es obvio que la caza menor no deberá practicarse por tanto cuando la nieve cubra el suelo de nuestro coto, hay ciertas modalidades como el rececho, la montería o la batida, que en lugares de alta montaña no podrían llevarse a cabo a lo largo de gran parte de la temporada general si se llevase a rajatabla esta norma. Debido a este último hecho la Ley de Caza de 1970 ya especificaba: «Esta prohibición no será aplicable a la caza de alta montaña ni a determinadas especies de aves migratorias, en las circunstancias que señale el Reglamento». El Reglamento que desarrolló la Ley de Caza de 1970 añadió que no se puede cazar con nieve: «Salvo cuando se trate de modalidades de caza que hayan sido autorizadas por el Ministerio de Agricultura».
Actualmente la mayoría de comunidades autónomas han añadido la excepción de poder practicar la caza mayor en zonas de montaña en las modalidades de montería, gancho, batida y rececho cuando la capa de nieve no sea superior a 15 centímetros. Se considera que un espesor inferior no dificulta los desplazamientos y la escapada de un rebeco, una cabra montés, un jabalí u otras especies de caza mayor.
Caza, nieve y ética
Uno de los retos a los que se enfrenta un cazador cada jornada que sale al campo es el de ganarle la batalla a la pieza elegida en su terreno. Un terreno en el que el animal tiene sus querencias, sus dormideros, sus zonas de alimento, conoce cómo escapar de sus depredadores y se defiende utilizando todo lo anterior. En el momento en el que una nevada fuerte le impide desplazarse con normalidad, no tiene acceso a comida que le mantenga fuerte o es más sencillo localizar dónde se encuentra, su caza no tiene sentido. Si no existe posibilidad de que la pieza escape o esta se ha visto dramáticamente reducida, capturar al animal no debería llamarse caza, sino otra cosa.
¿Qué cazador está interesado en acudir a su coto a capturar una pieza sin que esta tenga posibilidad de escapar? La incertidumbre en cuanto al resultado de la jornada de caza y la dificultad de obtener la especie objetivo es el aliciente que busca el cazador. Si nos aseguraran que vamos a cazar un jabalí medalla de oro cada jornada que saliésemos al campo o que dispararíamos perdices como quien pide plato en una cancha de tiro la mayoría perderíamos la afición y no volveríamos más al campo.
Por todo ello, leyes a un lado, los cazadores son los primeros que en situaciones como las que nos ha dejado en los últimos días Filomena, cuelgan la escopeta y se echan al monte para dar de comer a los animales, en ningún caso para tratar de cazarlos.