21 de julio de 1958. Un niño de cinco años llamado Manuel Suárez se encuentra jugando en el bosque cerca de Vimianzo, un pequeño pueblo coruñés próximo a la Costa da Morte. No está solo, le acompaña su amigo Alberto. Cerca de ellos, aunque fuera de su vista, se encuentran sus tíos, que trabajan el campo mientras ellos se divierten con sus juegos. A pesar de estar en verano la temperatura es baja, por eso visten ropa de manga larga. Los dos pequeños creen que están solos, pero se equivocan. Una sombra les observa desde la espesura de un monte cercano. Primero, con curiosidad. Después, con hambre.

Se trata de una hembra de lobo que ha parido recientemente y necesita comer. Sabe que las dos crías humanas son fáciles de cazar. No es la primera vez que prueba su carne. Así que sale de la espesura como una exhalación y corre hacia ellos. El mayor, que es el primero en verla, salta como un resorte y grita en gallego: «¡Manoliño, que ven o lobo!» (¡Manoliño, que viene el lobo!). Lo que sucede después lo cuenta a Jara y Sedal el propio protagonista, que tuvo la inmensa suerte de ser uno de los pocos niños de España que han sobrevivido al ataque de un lobo. Las 33 cicatrices que aún surcan su espalda dan fe de ello.

Manuel Suárez junto a su madre semanas antes del ataque del lobo.
Manuel Suárez junto a su madre semanas antes del ataque del lobo. © Manuel Suárez

Un niño humilde de la España rural atacado por el lobo

Manuel nació en una familia trabajadora muy humilde de la Galicia rural. Su padre era herrero, pero la miseria de una zona que aún arrastraba las secuelas de la postguerra le empujó a viajar a Montevideo (Uruguay) para fraguarse su futuro. Allí, tan lejos de su pequeño, se encontraba el día que el lobo lo cazó.

«El 21 de julio de 1958 cayó en lunes y no hacía mucho calor para estar en verano. Algunos dicen que salvé la vida por la ropa de largo que llevaba, que evitó que la mayoría de las 33 heridas que me hicieron sus colmillos fueran más profundas», narra Manuel Suárez a Jara y Sedal.

«Recuerdo el lugar donde jugaba con mi amigo, unos años mayor que yo, muy cerca de una finca donde mi padrino, Manolo, estaba trabajando. Serían las tres de la tarde». En un momento dado escuchó gritar a su compañero: «¡Manoliño, que viene o lobo!». Ninguno de los dos pequeños había visto jamás uno en vivo, pero en cuanto apareció no tuvieron ninguna duda de que se trataba del temido depredador.

«Mi compañero huyó hacia donde estaba mi padrino y yo fui tras él. Corrimos los dos hacia el muro de piedra que separaba los campos. Todo fue muy rápido, pero lo recuerdo perfectamente». En el momento en el que iba a poner su pie en el escalón que sobresalía de la pared, notó que la loba lo apresaba y lo suspendía en el aire. «Fue como estar dentro de un sueño oscuro», recuerda Manuel.

«Cuanto más me revolvía el lobo más me sacudía»

Puede que fuera la tensión o la adrenalina del momento, pero asegura que no sintió dolor cuando la tremenda loba lo apresó por la espalda entre sus fauces. Él se revolvió e intentó defenderse pataleando, pero resultó inútil: «Cuanto más me revolvía, ella más me sacudía, así que en un momento dado dejé de ofrecer resistencia y ella también paró».

«Perdí el conocimiento. Fue como un alivio y ya no sé qué ocurrió hasta que oí la voz de mi madre tiempo después. Mi padrino me contó que fueron corriendo a buscarme desesperados. Mi amigo los guió hasta el lugar, pero yo ya no estaba. La loba había huido conmigo», afirma en la conversación que puedes escuchar en el podscat al final de este artículo. Ellos comenzaron a lanzar gritos desgarradores que la loba escuchó, por lo que le escondió entre unas piedras de una cantera cercana «seguramente para volver luego a por mí».

Noticia publicada por el desaparecido periódico La Noche, donde se informa del ataque del lobo a Manuel Suárez.
Noticia publicada por el desaparecido periódico La Noche donde se informa del ataque del lobo a Manuel Suárez.

Una carrera contrarreloj por salvar la vida del niño

Manuel yacía en el suelo inconsciente. Se desangraba poco a poco a través de las 33 heridas que los colmillos de la loba le habían provocado. El tiempo corría en su contra. Sus tíos lo buscaban entre gritos de desesperación, hasta que lograron dar con él: «Tardaron unos 20 minutos en encontrarme. Me llevaron corriendo a casa donde estaba mi madre, que quedó horrorizada al verme llegar».

Al oír la voz de su madre Manuel recobró momentáneamente la consciencia: «Ella me cambió la ropa, que estaba totalmente ensangrentada. Mi padrino me llevó a lomos de su caballo, volando, hasta el pueblo». Pero el médico, Don Braulio, al verle sentenció que nada podía hacer. Necesitaba una transfusión de sangre urgente.

Su madre y una de sus tías buscaron rápidamente el coche de línea para llevarlo a Santiago, al sanatorio del doctor Baltar, donde quizá podrían hacer algo por salvarle. Fueron 60 kilómetros eternos que tardaron horas en recorrer con aquel viejo vehículo por una carretera empedrada: «El conductor corría más de lo normal, y a mitad de camino, se reventó una rueda».

Manuel Suárez, en la actualidad.
Manuel Suárez, en la actualidad. © Jara y Sedal

Por fin, tras muchas penurias, entraron en el hospital con él en brazos. Don Ramón Baltar, el médico, nada más verlo, no se mostró muy optimista. Comentó que ya estaba muy frío –habían pasado unas cinco horas desde el ataque–, pero ordenó ponerle la transfusión como último recurso.

Sobre las nueve de la noche Manuel, por fin, abrió los ojos: «Desperté y le pedí agua a mi madre, estaba sediento», recuerda. Allí permaneció tres días ingresado. Durante la estancia salió a dar paseos por Santiago, pero algo había cambiado. Sin saberlo, se había hecho famoso en la ciudad gracias a Braulio Astray Romero, corresponsal del ya desaparecido diario compostelano La Noche, que había publicado su caso: «Cuando salía a caminar con mi madre la gente quería tocarme para que le diese suerte y me hacía cruces en la frente. Me preguntaban que cómo era el lobo y mi madre, la pobre, les decía: no le preguntes al niño por el lobo».

Semanas después de recuperarse de las heridas, Manuel y su madre se embarcaron a bordo del vapor Cabo de Hornos rumbo a Uruguay para reunirse con su padre y comenzar una nueva vida en Montevideo. Tampoco imaginó que una comitiva esperaba expectante al otro lado del océano la llegada de o neno do lobo.

La loba de Rante, que mató a dos niños en 1974, tras ser cazada.
La loba de Rante, que mató a dos niños en 1974, tras ser cazada. Valverde.

Otros niños no tuvieron la misma suerte con la loba de Vimianzo

A la loba que atacó a Manuel se le atribuyen dos asesinatos más. El biólogo José Ángel Valverde, que estudió en profundidad este y otros ataques similares, asegura que este animal actuó entre 1957 y 1959 en la misma zona. Según la hemeroteca, su primera víctima fue un niño llamado Jesús Vázquez, al que mató cuando tan sólo tenía cinco años en Vilare, Castrelo, el 25 de junio de 1957.

Su segunda víctima fue Manuel Suárez, quien, como hemos visto, salvó su vida de manera casi milagrosa un año más tarde, también en época de paridera. El tercero se produjo en 1959, y por desgracia tuvo un fatal desenlace. Tuvo lugar en Trasufre, Couceiro, donde el lobo mató a Manuel Sar Pazos, de cuatro años y 11 meses de edad. Después de esto se realizaron diferentes batidas en la zona. En una de ellas, celebrada el 18 de agosto por los vecinos de Mugía , Dumbría y Cee, consiguieron abatir dos lobos, y los ataques cesaron en la zona.

Por desgracia no fueron los últimos ataques de lobos a niños en España, de los cuales se registraron casos también en 1974, con otra hembra de lobo conocida como la loba de Rante como protagonista. El caso fue muy mediático y de él se hizo eco hasta el mismísimo Félix Rodríguez de la Fuente. En aquella ocasión mató a dos niños cerca de Orense. En 1975 otro lobo intentó llevarse a un pequeño en Allariz, aunque por suerte su abuelo lo evitó. Como vemos, los ataques de lobos a niños nos son sólo cosa de los cuentos.

Escucha el testimonio de Manuel Suárez en este podscat

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