Jerónimo Cuesta consigue cazar un extraordinario venado después de un duro rececho y lanza una demoledora reflexión mientras carga con su carne: «Esto dignifica el plato en la mesa».

5/12/2019 | Jerónimo Cuesta

venado
El autor, en un momento del rececho de venado en berrea.

En ocasiones y solo a veces, un impulso atávico brota en mi interior, como una especie de conciencia me pide aislarme y me habla incitándome a buscar la soledad del monte. Es una sensación rara ya que, aunque busque estar físicamente solo, en pocos momentos de mi vida me siento tan completo, tan arropado, es extraño, pero me sucede.

Bien, pues esta sensación volvía a mí una vez más y, como siempre, no fui capaz de oponerme a ella. Cuando esa voz me habla he de responder y así lo volví a hacer.

La noche antes preparé las pocas cosas que me quedaban ya que tengo la mochila permanentemente lista para simplemente echarla al coche y volar allá donde mi instinto me obligue.

A las 5:30 de la mañana sonó el despertador con la más esperada de las melodías y de un salto me puse rápidamente en marcha.

Al llegar a la zona en la que pretendía buscar uno de esos tremendos venados zamoranos… las primeras luces de la mañana bañaban unas aserradas nubes dando unos matices rosáceos que embellecían una escena ya de por sí hermosa. El viento del recién llegado otoño acariciaba los brezos convirtiendo las laderas en mares de olas verdes. Cargué con todos los bártulos y me dispuse a sumergirme en esa verde inmensidad que tan pequeño me hace sentir cada vez que me pierdo por sus rincones. Para mí ya había merecido la pena todo.

Cuando cazo solo, voy lento, muy lento, me entretengo con pequeñas cosas; un rascadero, unas huellas, un escodadero… Me gusta saborear las señales que el campo da… leerlas y hacer volar la imaginación, fantaseo con los sucesos que interpreto en sus caminos, arboles, ríos y piedras… hasta que encuentro algún buen lugar para observar con detalle sus sombras y recovecos más lejanos… buscando patrones ya muy conocidos tras años de andanzas.

Así volvía a ser, atalaya, prismáticos, trípode, telescopio, cámara… Todo listo para disfrutar de los primeros minutos de un nuevo amanecer en el que me vuelvo a sentir un privilegiado. Y busco, miro, y vuelvo a mirar, esa es una de las claves del rececho, mirar, mirar con paciencia…

El impresionante venado conseguido finalmente por el autor del texto. / Cinegetics

La mañana iba avanzando, el sol ya asomaba claramente por el horizonte regando de luz y calor las solanas laderas y yo, seguía buscando, sentado en un rincón predilecto disfrutando de tan asombroso espectáculo. Trataba de barrer las zonas más querenciosas, manchas apretadas de piornos y brezos que daban paso a pequeños prados, zonas frescas donde algún venado pudiera acudir en busca de alivio y reposo tras unas semanas de cálida actividad cuando, en el campo de visión de mis prismáticos, un gran venado con un tremendo porte apareció de la nada en mitad de un brezal, caminaba lentamente a una distancia aproximada de 1000 metros. Parecía fatigado en su andar, impresión que se confirmaría a los pocos segundos cuando, buscando un pequeño hueco entre el monte, se echó para descansar, supongo que estaría agotado de un mes cargado de peleas y carreras que le había sin duda pasado factura.

Al bajar los prismáticos, ojiplático, traté de buscar referencias cercanas a lo que acababa de ver. Un gran venado con unas tremendas y largas puntas me estaba ofreciendo una oportunidad de las que hace temblar las piernas. Estaba en un pequeño estado de shock, pero mi cabeza ya cogía las referencias para intentar una más que inminente entrada.

Primera referencia, el viento; me venía bastante bien, casi de cara lo que me evitaría dar grandes rodeos.

Segunda referencia el punto de apoyo; rápidamente me decidí por unas peñas desde las que le calculaba unos 300 metros al portentoso venado, distancia más que suficiente para intentar un disparo con garantías de éxito. He tenido varios lances de este tipo y la experiencia me viene diciendo que hay que ser extremadamente prudente con estos venados, ya que su nivel de alerta y su capacidad de detección es muy alta, quizás debido a nuestro legendario cánido que mantiene al resto de animales muy atentos a su entorno.

Tercera referencia, el trayecto; antes de emprender la marcha hasta el punto desde el que pretendo realizar el disparo, lo que yo llamo punto de apoyo, hago en mi cabeza la ruta que voy a seguir hasta llegar a él, generalmente dando rodeos y giros para tratar de hacer el mínimo ruido posible. Es mucho más efectivo tratar de salvaguardar el silencio en todo lo posible, aunque eso suponga ir mucho más lento, dar rodeos y caminar más metros, así como tratar de gestionar los nervios del momento que pretender llegar lo antes posible al punto de apoyo.

Comienzo la entrada al venado

Y así me aventuré, evitando brezales apretados, piedras sueltas y escobas quemadas que pudieran emitir algún sonido delator que diera al traste con la ya de por si escasa posibilidad, pero el aire, ¡¡Ay el aire!!, ese día estaba conmigo, por tantas otras en las que me señaló a voces poniéndome en clara evidencia.

Conseguí llegar a las peñas que me propuse subiendo a gatas para evitar que mi figura recortara con el cielo y, de nuevo, prismáticos. Sabía más o menos por donde se había tumbado, pero, es complicado cuando estas cazando solo y no tienes a nadie de apoyo que te indique, volver a ubicar al animal una vez que has cambiado tu lugar, hay que coger muy bien las referencias sobre todo en terrenos monótonos como pueden llegar a ser los grandes brezales. No obstante, a los pocos minutos de buscarlo con más nervios que pulso, volví a ver esas largas y gruesas puntas sobresaliendo del monte. No me lo creía, lo tenía a una distancia de tiro pues la tecnología de los prismáticos me dijo que nos separaban 234 metros, seguía tumbado y tranquilo no como yo.

Comencé a prepararme para tratar de hacer un disparo lo mejor posible y, además, tratar de grabarlo. Muy lentamente coloqué la mochila y preparé las dos cámaras que siempre llevo conmigo sin quitar ojo a esas puntas que de vez en cuando se movían y aceleraban aún más si cabe mi pulso.

Hoy trato de inmortalizar en la medida de lo posible todas y cada una de mis aventuras de caza, sé que el día de mañana van a coger un valor muy, muy especial…esos vídeos y fotos madurarán lentamente como un viejo vino y el romántico sabor de los recuerdos me harán de nuevo volver a paladear esas sensaciones en algún momento de mi vida en el que quizás ya no pueda estar por esos montes perdidos…

Con todo el equipo vídeo gráfico preparado me tumbé, apoyando el stutzen en la mochila y esperé acontecimientos. El visor de mi rifle estaba a 10 aumentos, la torreta balística correctamente modificada, el punto rojo activado y el pelo a punto de montarse, solo quedaba que el venado se levantara, pero pasaban los minutos, más minutos, el sol empezaba a pegar con fuerza pues la entrada me había supuesto perder más de una hora y así, con la tensión de un momento irrepetible pasaron casi dos horas en las que empecé a plantearme acercarme algo más pero con muchas dudas, debatí conmigo mismo los pros y contras hasta que, finalmente decidí acercarme hasta las siguientes piedras para ganarle cerca de 100 metros. El animal estaba tranquilo, el viento estaba perfecto, quería grabar el lance lo mejor posible y ante la falta de acontecimientos, después de minutos interminables, me levanté para intentar una aproximación. Todo a la mochila de nuevo, no podía permitirme ocupar mis manos con trípodes y cámaras porque bien me harían falta para equilibrar mis pasos y evitar el más mínimo ruido posible. Sabía que iba a perder de vista al venado por unos minutos, pero aun así me decidí.

Llegué, muy lentamente a dar alcance a las peñas que me propuse y, al llegar no era capaz de ver la cuerna del venado que antes sí veía con total claridad. Mi cabeza empezó a hacerse preguntas y a dudar cuestionando mi última decisión: ¿No se habrá ido sin yo haberme dado cuenta?, ¿Y si no era ahí exactamente dónde estaba? ¿No le habré dado el aire y se ha marchado? Me estaba viniendo abajo mientras trataba desesperadamente de buscarlo cuando en unos brezos más próximos a mí de los que yo estaba mirando aparecieron dos portentosas cuernas, tremendo, lo tenía a 117 metros de distancia, no podía creérmelo, no se había dado cuenta absolutamente de nada, algo poco frecuente sin duda pero el aire…Ay el aire…

El final del rececho se acerca…

Rápidamente preparé todo evitando cualquier ruido en la medida de lo posible. Mis rodillas, apoyadas en el duro granito de las peñas, empezaban a sufrir la dureza de estar largos minutos caminando sobre ellas para permanecer agachado encima de las piedras hasta que finalmente me coloqué a esperarlo. Monté mi stutzen tratando de relajarme y, cuando menos lo esperaba, el precioso animal se empezó a levantar. Lo metí en el visor, podía ver nítidamente un tremendo venado zamorano al que prácticamente había ganado la partida en su propio medio, sublime. El animal estaba muy tapado con el brezo y no me daba el codillo en ningún momento por lo que, dada la seguridad que me ofrecía la distancia y la que me da mi rifle, me arriesgué a un disparo en el cuello que, de alcanzarlo, sin duda sería fulminante. Punto rojo, monté el pelo francés, cogí aire, dos segundos de precisión y un trueno rompió el suave sonido de la brisa para alcanzar en el punto exacto a tan grandioso animal que se desploma de inmediato.

No me lo creía, había conseguido abatir un tremendo venado, otra leyenda de las tierras del lobo sin ningún tipo de ayuda ni apoyo. Era la primera vez, pues habitualmente cazo acompañado.

De un saltó lleno de emoción me levanté para ir a ver a ese animal al que acababa de ganarle la partida y encima lo había grabado para inmortalizarlo todo.

Al acercarme a él y ver la maravilla de ejemplar al que me había enfrentado una ya conocida emoción recorrió mi cuerpo. ¿Cómo explicar con palabras esa sensación de honor, respeto, admiración, perplejidad, asombro, pasión, cariño, nostalgia, tristeza y compasión combinadas? Es un cóctel complejo mezclado en dosis precisas que en más de una ocasión me supera y hace que una lagrima recorra mi cara. Solo me queda darte las gracias como siempre hago y nunca dejaré de repetirlo, gracias por hacerme descubrir la mejor parte de mí que sin ti, no existiría.

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