israel hernandez

Para un cazador sólo hay una cosa más satisfactoria que iniciar una nueva temporada de caza: empezar otra. En Jara y Sedal queremos que te siga sorprendiendo un escalofrío de emoción la noche antes de ese inicio que ya es inminente. Que nunca cesen tus ganas de acelerar el tiempo para que llegue el momento de calzarte las botas y reingresar en la naturaleza a escribir una nueva aventura. A volver a ser tú hasta las últimas consecuencias.
Por eso, porque nos importas, en la revista de este mes hacemos especial hincapié en un aspecto tremendamente importante sobre el que nunca se insiste lo suficiente: la seguridad. Según las estadísticas oficiales, en nuestro país cada año mueren de media 28 cazadores víctimas de disparos propios o ajenos. El número de siniestros que sólo se saldan con lesiones –perdigonazos o balazos que no son letales, por ejemplo– asciende a más de 5.200. Un auténtico drama.
A estas cifras debemos sumar otros aspectos que en la mayoría de los casos no quedan registrados en las estadísticas: los daños propios. Lesiones de todo tipo que nos provocamos durante el ejercicio de la caza. Algunas de ellas silenciosas e irreversibles, como la sordera del cazador, consecuencia de disparar sin protección auditiva.
Aunque los accidentes son eso, accidentes, en muchos casos son fruto de la imprudencia o de la falta de diligencia a la hora de guardar con celo las normas de seguridad. En este número las repasamos todas, modalidad por modalidad, y recogemos aquellos elementos disponibles en el mercado para cazar con seguridad y estrechar el cerco a la fatalidad. Los accidentes no se pueden evitar, pero se pueden prevenir, y esas grandes cifras de siniestralidad se pueden reducir. Los cazadores debemos concienciarnos de ello y supeditar nuestros hábitos de caza a la seguridad. Debemos acostumbrarnos a las prendas flúor –imprescindibles e invisibles para la caza mayor–, a utilizar protección ocular y auditiva y a no tolerar conductas que pongan en riesgo nuestra integridad, como el consumo de alcohol, el uso temerario de las armas o una mala colocación de los puestos, por ejemplo. Nos va la vida en ello.