Por Rosa María Canals. Profesora Titular y miembro del grupo de investigación Ecología y Medio Ambiente y del Instituto de investigación IsFood, Universidad Pública de Navarra.

Parece que va siendo palpable en la población general los pronósticos de los expertos. Una de las consecuencias más graves del cambio climático es el riesgo de grandes incendios. Las cada vez más frecuentes olas de calor, los prolongados periodos de sequía y los intensos vientos desecantes están estresando los hábitats naturales y las masas forestales. Estos factores favorecen incendios que acumulan mucha energía, desarrollan un comportamiento errático y peligroso y superan rápidamente la capacidad de extinción de los cuerpos de bomberos forestales, altamente preparados y capacitados para la extinción en España.

Los medios para frenar la deriva del clima son en gran parte conocidos por la población. Sabemos que se trata de una carrera de larga distancia en la que debemos emplearnos a fondo desde todas las escalas posibles de la gobernanza, empezando por los organismos internacionales, continuando por los gobiernos nacionales y regionales, y acabando por cada uno de nosotros y el estilo de vida que de manera responsable adoptemos seguir.

Los medios para frenar el abandono al que está sometido el entorno natural (y cultural) y las acumulaciones de vegetación (combustible) es algo que quizás no está tan claro para la sociedad, y en lo que se puede trabajar mucho y bien, con resultados que pueden ser esperanzadores en el corto y medio plazo. Merece la pena intentarlo.

Gestionar el paisaje para prevenir incendios

Crear paisajes resilientes significa adaptar nuestro entorno natural y rural a las amenazas derivadas del cambio climático, como los incendios de gran magnitud, tanto para nuestra seguridad como para asegurar la biodiversidad que acogen y que está también amenazada por la extrema severidad de estos incendios.

Controlar la cantidad de carga combustible, su estado hídrico y su continuidad es un paso esencial en la lucha contra el fuego y podemos trabajarlo adecuadamente durante todo el año llevando a cabo una buena planificación y poniendo en práctica el conocimiento existente.

Trabajar sobre todo el territorio es complejo, pero podemos empezar priorizando los esfuerzos en los ecosistemas naturales más valiosos, los núcleos habitados (interfaz urbano-forestal), las infraestructuras esenciales y en las áreas más críticas para el avance de un fuego. Vamos a reflexionar sobre ello con algunos ejemplos.

Cómo evitar la acumulación de combustible

La reciente ola de calor temprana ha puesto en jaque a Navarra. En especial a sus cuencas cerealistas y a sus sierras intermedias parcialmente repobladas con bosques de coníferas. En ambas situaciones pueden adoptarse medidas para controlar las cargas de combustible y reducir el riesgo de un gran incendio.

Esta ola de calor ha coincido con un cereal ya seco en el campo, y a punto de ser cosechado. Independientemente de una posible ignición del fuego por el trabajo de las cosechadoras, la paja seca en el campo ha favorecido la rápida propagación del fuego.

Imagen de un incendio tomada en la Cuenca de Pamplona el pasado 18 de junio. Rosa M. Canals, Author provided

Si los veranos son cada vez más tempranos y más intensos, la planificación de los cultivos en el entorno de los núcleos habitados y de las áreas críticas es una medida que debe contemplarse con celeridad. Se trata de la creación de cinturones verdes: superficies amplias de muy baja carga combustible que actúen como un escudo protector para aquello que encierran en su interior y que faciliten también la accesibilidad para las tareas de extinción.

Una superficie de cultivo que se mantiene verde en el mes de junio y con un adecuado estado hídrico puede ser un deterrente para las llamas. También lo es una amplia zona de pastos pastoreados por ganado extensivo que mantiene la vegetación rasa y verde y no la deja crecer más allá de una determinada altura. No lo es, por el contrario, un cultivo ya agostado, una pradera abandonada y colonizada por un denso matorral o un bosque descuidado cerca del pueblo.

Una vida rural activa y sostenible

Si un agricultor debe sembrar un cultivo de menor retorno económico pero con un valor protector frente al fuego de verano o un ganadero decide optar por una ganadería extensiva, utilizadora de los recursos vegetales del entorno –barbechos, eriales, pastos, sistemas adehesados de baja cubierta arbórea– en lugar de por una estabulación de los animales y una producción intensiva que le reporte más beneficio económico, deberemos no sólo pagar por ello, también promoverlo y favorecerlo al máximo.

De modo similar ocurre con la resiliencia de los bosques. La planificación del aprovechamiento forestal como fuente de energía para las poblaciones locales, la reducción de la cabida cubierta para mantener un mejor estado hídrico de las masas forestales y la promoción de bosques mixtos, entre otras medidas, ayudan a gestionar los bosques abandonados y a hacerlos más resilientes.

En definitiva, necesitamos promover y facilitar una vida rural activa y utilizadora de los recursos de su entorno si queremos protegernos y proteger nuestro medio natural de eventos devastadores de gran magnitud. Así lo hicieron nuestros antepasados, creando cinturones de baja carga combustible (huertas, pastos) alrededor de sus hogares y utilizando la madera y la leña de los bosques como fuentes de energía. Nos pareció tan esencial, quizás tan banal, que no dimos importancia a ese conocimiento ancestral de convivencia con el entorno. Nos pareció mera supervivencia.

Ante un cambio climático que nos está mostrando su peor cara, se hace palpable la necesidad de recordar ese conocimiento, modernizarlo, planificarlo y promoverlo para crear un entorno seguro y un paisaje resiliente. Se trata también ahora, como en tiempos ancestrales, de una cuestión de mera supervivencia.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Sobre el autor