Con la experiencia de muchas jornadas de caza, animales abatidos y lances vividos, uno se va dando cuenta que existen especies animales que parecen más sencillas de abatir y otras que parecen resistirse siempre, aún con impactos bien colocados. Las propias experiencias se suman a las de otros cazadores, y las diferentes especies van adquiriendo cierta fama. Por poner algún ejemplo, los corzos se han considerado animales ‘blandos’ en comparación con los jabalíes, que se les ha considerado ‘duros’ de abatir.

No hay una única justificación para que unas especies sean ‘duras’ y otras ‘blandas’, pero determinados factores ayudan a que adquieran esta fama. La piel puede ser una de ellas. En Europa no se habla mucho de ello, pero en África se da importancia a este hecho, y animales de pieles duras y gruesas –como el elefante y el búfalo– son duros y resistentes a los disparos. Sin lugar a dudas, los jabalíes tienen una piel dura y gruesa que en algunas zonas, como el cuello y el tórax en los machos adultos, se convierte en una auténtica coraza.

Pedro Ampuero mostrando el escudo protector del jabalí. © Pedro Ampuero
Pedro Ampuero mostrando el escudo protector del jabalí. © Pedro Ampuero

Un animal compacto y de huesos densos

Una buena masa ósea también ayuda, ya que cualquier impacto sobre un hueso absorbe gran cantidad de energía, mermando la trayectoria de la bala y su impacto sobre órganos de mayor importancia. Por lo tanto, una piel gruesa, que absorbe energía, junto con unos huesos densos, que hacen lo mismo, comienzan a configurar a un animal que no es tan fácil de tumbar.

A esto hay que añadirle la fuerza y dureza de la propia especie. Simplemente, a lo largo de la historia de la evolución hay especies que por unas u otra razones se han ido haciendo más duras y resistentes que otras. Los animales redondos y compactos, de buena masa corporal, suelen ser más resistentes que los ligeros.

Por último, hay que recordar que a muchos jabalíes se les dispara enmontados y a plena carrera en las monterías o de noche en las esperas. Ninguna de las dos situaciones son las más óptimas para colocar bien los disparos. En estos casos, pueden alcanzar la caja torácica, pero no con la precisión de un disparo de rececho, con lo que la bala no suele estar bien colocada. Además, la mayoría de los guarros que se matan con perros se encuentran bajo el efecto de la adrenalina.

Todas estas circunstancias se suman para ir dando a los jabalíes la fama de animales duros, que encajan los disparos y difíciles de abatir.

El efecto adrenalina en el jabalí

El efecto de la bala sobre un animal en plena excitación es diferente al que provoca cuando está tranquilo. Por eso en espera o rececho, cuando no saben que el cazador los observa, muchas veces caen limpiamente nada más encajar el disparo y en batida son capaces de resistir los impactos y seguir corriendo. Ello se debe, en gran medida, a una hormona llamada adrenalina.

Se trata de una sustancia producida por dos pequeñas glándulas que se localizan delante de los riñones, y que se denominan glándulas suprarrenales. Es básicamente la hormona de la acción, y se produce como respuesta a una situación de peligro. Su efecto es instantáneo, aumentando la glucosa en sangre –para que el organismo disponga de combustible para actuar rápida y bruscamente– y la presión sanguínea y el ritmo cardiaco y respiratorio –para conseguir una mejor oxigenación de los tejidos–. El objetivo es permitir a la musculatura un trabajo inminente, y, además, dilata las pupilas para facilitar una mejor visión. También estimula al cerebro a producir otra hormona, la dopamina, responsable de la sensación de bienestar.

Partes de la anatomía del jabalí, en rojo los puntos clave sobre los que disparar. © JyS

Disparar sobre un animal cargado de adrenalina tiene unos efectos muy diferentes –muchas veces decepcionantes para el cazador– a hacerlo sobre un animal en reposo y relajado. En plena acción, hay piezas a las que parece que las balas no les alcanzan; cuando caen, nos damos cuenta de que estaban colocadas en lugares acertados. La justificación es precisamente todos los cambios que sufre el organismo debido a esta hormona y que los convierten –al menos momentáneamente– en aparentemente invencibles, pues no parece afectarles el dolor mientras se van pinchados.

La cosa cambia mucho cuando el animal ‘se enfría’, es decir, cuando se pasa el efecto de la hormona. Entonces es cuando la pieza cae. De ahí que los buenos guardas siempre esperen un buen rato antes de seguir la pista de un animal herido: para esperar que pase el efecto de la hormona y muera. No obstante, cuando la bala alcanza el cerebro o columna vertebral, el efecto sigue siendo el mismo: cae fulminado. El efecto variable es más acentuado cuando el disparo alcanza la caja torácica. Aquí puede haber sorpresas con aquéllos que parecen resistirse a morir gracias al efecto de la hormona.

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