Todos los años, en las fechas anteriores al comienzo de la temporada, se realizan –y realizamos, en este caso, por ‘encargo’ de esta revista– un sinfín de predicciones sobre cómo irá el nuevo curso caza.  La experiencia nos dice que no siempre es fácil acertar, y muy especialmente en el caso de la caza menor y las especies migratorias.

El primer motivo por el que podemos errar en nuestra predicción es porque no se cuenta con suficiente información sobre el estado de la población de una o varias especies. Es decir, que no se sabe cómo ha criado la caza o sólo se tienen datos parciales y quizás no representativos para una situación concreta.

Si no se ha hecho un conteo lo más completo posible pueden cometerse errores de bulto, como permitir la caza de una especie que esté bajo mínimos o, por el contrario, prohibir la de una que sea plaga. Dicho esto, hay una proporción de cotos muy importante –diríamos que mayoritaria– que realiza censos y conteos –utilizando también la herramienta del Observatorio Cinegético– que aportan gran información y evitan estos fallos.

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Zorzales. © Shutterstock

La culpa la tiene el cambio climático

Por otro lado, no podemos dejar de lado la influencia que el clima y la meteorología ejercen sobre nuestras especies de caza, ya sean sedentarias o migratorias. Es evidente, además, que en los últimos años estamos experimentando un cambio en el clima que hace que desde septiembre hasta bien entrado noviembre, siga haciendo calor, bastante calor. Esto trastoca nuestras jornadas de caza, siendo muy imprevisibles por el cambio en el comportamiento de la caza y de nuestros perros. A esto hay que sumarle los efectos de lluvias y heladas a destiempo, olas de calor y nevadas que ponen el monte patas arriba.

Las especies migratorias son mucho más sensibles a estos cambios climatológicos. De hecho, los efectos son cada vez más tangibles, tanto en el caso de las aves invernantes como de las estivales: parece que la temporada pasada entraron menos becadas y zorzales por lo benigno del clima en Europa; en cambio, este año las codornices huyeron de las intensas olas de calor. Al César lo que es del César: dimos en el clavo con nuestras previsiones sobre las africanas, pues, como acabamos de decir, el calor las empujó a latitudes y altitudes más frescas y abrigadas, lo que explica que haya habido poco movimiento en sus cazaderos habituales. 

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Conejos de monte. © Shutterstock

 
¿Y cuál es nuestra predicción para esta temporada? 

Con los datos de los que disponemos podemos prever que nos va a tocar vivir una temporada de caza 2022/2023 irregular –pero no catastrófica– de caza menor, pues la perdiz no ha criado bien, la liebre se está recuperando tras muchos años de trabajo y esfuerzo desde la aparición de la mixomatosis y el conejo, como siempre en su papel de outsider, dependerá de cada coto. No nos atrevemos a hacer predicción sobre las especies migratorias, que vendrán en mayor o menor número según el tiempo que haga en Europa.

En cuanto a la caza mayor sí nos atrevemos a predecir que será una temporada como las anteriores, con abundancia de reses muy relacionada con las lluvias que tanto falta nos hacen y que potencia, como sabemos, el comportamiento reproductivo de los venados.

Moraleja: la caza debe ser incierta

Una de las claves de la caza está en que no se pueden –ni se deben– predecir el número de lances, dado que esto terminaría con la esencia y espíritu de nuestra actividad. Pero está claro que, más que predecir, hay que saber si nuestro coto está en condiciones de albergar tales lances, que requieren de dos partes para poder llevarse a cabo: el cazador y la caza. Realizar predicciones erróneas que puedan perjudicar a las distintas especies, su conservación y gestión, nos perjudican enormemente. Pero hemos de tener esperanza porque el cazador del siglo XXI es muy consciente de este hecho y está preparado para tomar decisiones con base científica.

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