Una de las peculiaridades que presenta la cuerna del corzo con respecto a las de otros cérvidos es la presencia de unas pequeñas rugosidades denominadas perlas. Esas prominencias que abundan mayoritariamente sobre la base de la cuerna están compuestas, al igual que la propia cuerna, de una composición química basada en calcio, fósforo y magnesio principalmente (Nowicka et al., 2006), y su crecimiento y mineralización están regulados por mecanismos nerviosos y hormonales (Bubenik, 1990).

Más allá de la belleza que atribuimos a las cuernas de esta especie en función de su tamaño, forma y cantidad de perlas, estas últimas desempeñan varias funciones en las rutinas del corzo.

Las astas constituyen uno de los indicadores de calidad y estado de las poblaciones (Vanp et al., 2010), siendo rasgos sexuales secundarios para la reproducción muy costosos de producir (Ciuti y Apollonio, 2011).

El bajo dimorfismo corporal que presenta la especie y su nivel bajo de poligamia hacen del corzo un animal territorial (Liberg et al., 1998), el cual manifiesta una fidelidad muy alta al espacio consolidado con una estrategia de «bajo riesgo, baja ganancia» (Linnell&Andersen, 1998).

Diversos autores confrontan hipótesis, barajando que el éxito reproductivo del corzo se basa en la calidad de los recursos defendidos (Debeffe et al., 2014) frente a otros que aseguran que el acceso a hembras está condicionado por el tamaño del espacio y no por la calidad (Vanpè et al., 2009).

Una herramienta de comunicación

Detalle del perlado en una cuerna de un corzo. © Javier Iñurrieta

Para este comportamiento territorial expresado solamente en los machos (Ellenberg, 1978) es necesario el marcado del espacio a defender con diversas señales tanto olorosas (Raesfeld et al., 1985) como visuales (Johansson et al., 1995). Estos ‘mensajes’ les sirven a los machos como puntos de información para situarse socialmente y espacialmente en la población (Kurt, 1991).

Dado que la cuerna en este caso funciona como una herramienta de marcado, el perlado existente en la superficie exterior facilita la acción del raspado. Estas acciones comienzan en primavera y se alargan hasta el final de la época de celo con diversos picos de actividad más altos (Sempere et al., 1980), por lo que parece lógico pensar que aquellos corzos con mayor perlado padecerán menos costes en las rutinas de marcaje.

Por otro lado las astas juegan un papel importante en la evaluación mutua entre machos, aportando información del oponente (Strandgaard, 1972). Los comportamientos de exhibición y fuerza parecen rehuir el enfrentamiento; esto se debe a lo anteriormente citado, dado que un sistema territorial asume un riego bajo y una baja ganancia.

En este caso, el tamaño y forma de la cuerna son características que aportan información al resto de individuos de la población, por lo que parece claro que aquellos con mejor predisposición y calidad desarrollan mejores cuernas y, por ello, estatus. Un abundante perlado genera un mayor volumen con un bajo coste de desarrollo, en comparación con lo que podría suponer generar el tamaño o grosor que parecen ocupar.

Un patrón común

En una población concreta encontramos una serie de patrones de cuerna que son característicos del lugar y que se repiten durante décadas. Esto se debe en parte a los factores ambientales y genéticos de dicha población (Vanpè et al., 2006).

Con el perlado sucede lo mismo, pudiéndonos encontrar esta característica más representada en un territorio o región que en otras. De hecho, en aquellos jóvenes machos con óptima predisposición el perlado suele ser una característica muy bien representada en sus astas, sirviéndonos como parámetro en la conservación de ejemplares con porvenir.