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Jesús Caballero – 5/7/2016 –
El estrés minoritario es el cuadro psicológico que experimentan los grupos socialmente estigmatizados. Sus integrantes refieren síntomas de ansiedad, resignación, frustración… Fue descrito por vez primera en el colectivo homosexual, cuya respuesta compensatoria fue el movimiento del orgullo gay; una forma de discriminación positiva propuesta para aumentar la autoestima tras los desafectos padecidos. En la actualidad, nuestro colectivo y otros hermanados –taurino, galguero, recolectores…– dicen padecer síntomas similares y empiezan a movilizarse para reivindicar sus derechos ante la sociedad hostil que las critica. No puede salir gratis –piensan– que un analfabeto verde de ideas y conocimientos acuse a un cazador de asesino delante de sus hijos, cuando la caza es una actividad legal y, para muchos, la fe de su mayores.
La aparición del homo urbanus nos ha traído un nuevo concepto de percepción de la naturaleza. El entorno natural ha terminado cosificado y la fauna y flora desconectada de su propia realidad biológica, promoviendo una nueva realidad que es una falsa naturaleza ‘disneizada’, basada en una experiencia ajena, virtual, que poco tiene que ver con la realidad. Ese daltonismo verde, en un exceso de corrección política, excluye el drama de la naturaleza, dejando a la mirada recolectora sospechosa de inmoralidad, una propuesta obscena a la que sin embargo se suman dóciles los medios generalistas en la certeza de que su mensaje, aunque equívoco, será bien recibido por una sociedad desmoralizada en lo político que ve una compensación utópica, pero balsámica, en este falso buenismo verde.
Así las cosas, en las críticas a nuestro colectivo todo vale, pero siempre dirigiendo el mensaje a ese estrato emocional y contemplativo del hombre urbano que es la sensibilidad ecofrívola –sensibilidad desinformada–. Declararse hoy cazador es exponerse a ser considerado un ser cruel, primario y amigo de prácticas prescindibles en lo moral y también a encajar comentarios injustos y valoraciones peyorativas con el común denominador de provenir de un notable desconocimiento de lo que se habla. Existe una causa general abierta contra todo el colectivo cinegético, una causa sustentada en falsas premisas que hacen al colectivo responsable de situaciones que no resisten un análisis decente, y es así porque esta crítica emana de una visceralidad emotiva que es sinónimo de razonamiento incompleto y al que es imposible contraponer una dialéctica de calidad. El problema no es la ignorancia, es la resistencia estética al conocimiento de la realidad.
Durante muchos años el colectivo se ha esforzado en comunicar los valores éticos, culturales y medioambientales que alberga la caza tradicional; mensaje vano por ausencia de un receptor empecinado en identificar la caza con muerte, extinciones, contaminaciones, maltrato, abandono y otros mantras repetidos que son producto de una desinformación perversa e ideológica que, por ridícula y simplista, no merecería nuestra atención si no fuera por su fácil calado social.
Un océano de incomprensión nos cerca. La sociedad medioambientalista es ya un mar, pero un mar de un centímetro de profundidad… ¡Qué mal se navega en aguas someras! Dicen que para hablar con sordos conviene elevar el tono de voz. Quizá haya llegado el momento de señalar el día del orgullo recolector, una fiesta en la que los colectivos afectados podamos manifestarnos. Si no nos escuchan, al menos que nos oigan.

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