Durante décadas, los expertos han reconstruido el modo de vida de los neandertales a partir de fragmentos dispersos: herramientas de piedra, restos de hogueras, huesos de animales… Ahora, un hallazgo en el yacimiento de Valdegoba, en la provincia de Burgos, aporta una nueva clave sobre su alimentación: aquellos grupos humanos ya cazaban aves como la perdiz, el zorzal, la torcaz o la codorniz en pleno interior peninsular.

Un enclave clave en la meseta castellana

La cueva de Valdegoba, situada en el municipio burgalés de Huérmeces, constituye uno de los yacimientos más importantes del Paleolítico medio en la submeseta norte. Allí, en medio de un paisaje dominado por los encinares y las laderas calizas, los investigadores han recuperado más de 1.500 restos óseos de aves pertenecientes a unos 160 individuos.

El trabajo ha sido realizado por Goizane Alonso Caño y Juan Carlos Díez Fernández-Lomana, ambos del Laboratorio de Prehistoria, I+D+i, Universidad de Burgos, junto a Antonio Sánchez-Marco, del Institut Català de Paleontologia Miquel Crusafont (ICP-CERCA), Universitat Autònoma de Barcelona. Sus conclusiones, publicadas en la revista Journal of Archaeological Science: Reports, ofrecen una perspectiva novedosa sobre la capacidad adaptativa de los neandertales en ecosistemas de interior.

Yacimiento de Valdegoba, Burgos. © Journal of Archaeological Science: Reports

Una dieta más diversa de lo que se creía

Hasta ahora, la mayoría de las evidencias sobre consumo de aves por parte de los neandertales procedían de yacimientos costeros, donde las aves marinas o de humedales resultaban más accesibles. Sin embargo, el hallazgo en Valdegoba demuestra que estos grupos también explotaban los recursos aviares en zonas de interior, muy alejadas del litoral.

La presencia de especies como la perdiz o el zorzal revela una estrategia cinegética más variada y flexible de lo que hasta ahora se había documentado para los grupos neandertales de la meseta castellana. El hallazgo de restos de perdiz pardilla (Perdix perdix), zorzal común (Turdus philomelos), paloma torcaz (Columba palumbus) y codorniz (Coturnix coturnix) sitúa a estos pequeños animales de caza menor en el centro de la dieta de los antiguos cazadores de la región. Estas especies, todavía hoy emblemáticas para los cazadores actuales, demuestran la pericia de los neandertales para capturar aves escurridizas en los claros del monte.

Proceso de excavación. © Universidad de Burgos / Carlos Díez

Marcas de cuchillos y fracturas de hueso

Aunque es posible que algunos de los restos hallados correspondan a animales muertos de forma natural o arrastrados a la cueva por carnívoros como zorros o linces, los investigadores han identificado señales claras de actividad humana en varios de los huesos analizados.

Se han detectado marcas de corte, finos trazos provocados por cuchillos de sílex durante las tareas de despiece. Además, se observan fracturas atribuibles al descarnado o al acceso al interior de los huesos para extraer médula. Estas evidencias resultan especialmente valiosas, pues las marcas sobre aves son extremadamente difíciles de detectar al tratarse de piezas de pequeño tamaño.

La detección de estas huellas de procesamiento requiere técnicas minuciosas de análisis microscópico, pero confirma el consumo directo de estas aves por parte de los neandertales.

Marcas de corte en el hueso de un ave. © Journal of Archaeological Science: Reports/ Goizane Alonso

Una estrategia de supervivencia adaptativa

El consumo de estas aves, algunas con escaso contenido graso o incluso de sabor desagradable para los paladares actuales, refleja la necesidad de los grupos humanos prehistóricos de aprovechar cualquier fuente disponible de alimento en un entorno hostil.

En un clima frío y con recursos limitados, cualquier aporte calórico resultaba fundamental. Este tipo de hallazgos refuerza la imagen de unos neandertales perfectamente adaptados a su medio, capaces de desarrollar estrategias de caza muy versátiles y de explotar recursos que durante años se consideraron secundarios.

Además, no se descarta un posible uso simbólico de algunas de las aves capturadas. Las plumas de ciertos córvidos o rapaces podrían haber servido como elementos decorativos o rituales, añadiendo un componente cultural todavía poco conocido.

La dieta secreta de nuestros antepasados: todas las especies halladas

El análisis de los restos de Valdegoba ha permitido identificar una amplia diversidad de especies que formaban parte de la dieta de estos cazadores prehistóricos. Ordenadas por su frecuencia, las principales son:

Córvidos (Corvidae) – chova piquigualda (Pyrrhocorax graculus), chova piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax), urraca (Pica pica), corneja negra (Corvus corone), grajilla (Corvus monedula), arrendajo (Garrulus glandarius): 65 individuos. — Sin duda, el grupo de aves mejor representado, con gran peso de las chovas. Estas especies indican un entorno de riscos, laderas abiertas y zonas rocosas.

Fringílidos (Fringillidae) – picogordo carmesí (Pinicola enucleator), verderón (Chloris chloris), pardillo norteño (Acanthis flammea): 13 individuos. — Pequeñas aves granívoras típicas de zonas frías, muy sensibles a los cambios climáticos del Pleistoceno.

Falcónidos (Falconidae) – halcón peregrino (Falco peregrinus), cernícalo vulgar (Falco tinnunculus), cernícalo primilla (Falco naumanni), Falco columbarius/subbuteo: 12 individuos. — Rapaces medianas, algunas migratorias, posiblemente consumidas de forma ocasional.

Accipítridos (Accipitridae) – busardo ratonero (Buteo buteo), milano negro (Milvus migrans), quebrantahuesos (Gypaetus barbatus), buitre negro (Aegypius monachus), buitre leonado (Gyps fulvus): 9 individuos. — Grandes carroñeros y cazadores, algunos probablemente muertos de forma natural.

Colúmbidos (Columbidae) – paloma torcaz (Columba palumbus), paloma bravía o zurita (Columba livia/oenas): 9 individuos. — Aquí aparecen las primeras especies que, además de aves salvajes, conectan con las especies hoy clásicas en la caza menor.

Tordos y zorzales (Turdidae) – zorzal común (Turdus philomelos), zorzal charlo (Turdus viscivorus), zorzal alirrojo (Turdus iliacus), Turdus pilaris: 7 individuos. — Este grupo conecta plenamente con el título, ya que el zorzal común es uno de los protagonistas del hallazgo.

Anátidas (Anatidae) – cerceta carretona (Anas querquedula), cerceta común (Anas crecca), ánade real (Anas platyrhynchos), ganso campestre (Anser fabalis), Somateria sp.: 7 individuos. — Patos y gansos de humedales, presentes pero en menor número.

Galliformes (Phasianidae) – perdiz pardilla (Perdix perdix), codorniz (Coturnix coturnix), perdiz nival (Lagopus mutus), urogallo negro (Tetrao tetrix): 7 individuos. — Este grupo resulta clave porque aquí aparecen la perdiz y la codorniz, especies cinegéticas clásicas.

Otros grupos de aves menores (Aláudidos, Muscicápidos, Emberícidos, Prunélidos, Motacíllidos, Estorninos, Gorriones, Chotacabras, Otididae, etc.): con cifras menores de 5 individuos cada uno.

Un hueso de perdiz pardilla (Perdix perdix), otro de cernícalo vulgar (Falco tinnunculus) y otro de un pato del género Somateria.
Un hueso de perdiz pardilla (Perdix perdix), otro de cernícalo vulgar (Falco tinnunculus) y otro de un pato del género Somateria.

Este amplio repertorio de aves confirma que los neandertales del interior peninsular no sólo cazaban grandes mamíferos, sino que sabían aprovechar hábilmente todas las posibilidades que les ofrecía su entorno.

Con este nuevo hallazgo, la ciencia sigue desmontando viejos tópicos sobre la supuesta torpeza o rigidez cultural de los neandertales, revelando un modelo de vida mucho más flexible, oportunista y sofisticado de lo que durante décadas se pensó.

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