La caza practicada por hombre y sus ancestros tuvo durante varios millones de años una sola teleología: la nutricia. Esto es, la actividad cinegética tenía como único fin alimentar al cazador, a su prole o su clan, y tan importante fue su cometido que los antropólogos ven esta actividad el catalizador de la humanización.

La caverna, el fuego, el sílex y la caza con su aporte regular de nutrientes de alta calidad biológica forjaron la metábasis por la que pasamos de ser mera zoología a ‘animales divinos’, con las singularidades que ello supone: sentido de trascendencia, pensamiento abstracto, lenguaje articulado… 

Con el Neolítico aparece la agricultura y la ganadería abriendo una nueva forma de relación con la naturaleza, donde la captura, muerte y consumo de animales silvestres se va haciendo innecesaria para la supervivencia al estar garantizada por las nuevas posibilidades que aporta el agro y la dócil fauna ganadera.

La caza íntima, reflexiva, sin otro menester que la balsámica compensación, no está de moda, ha sido reemplazada por el fugaz afán de protagonismo y el anhelo de obtener un puñado de likes, a ser posible, más que el amigo.

La caza se demarca así de su primigenio ad edendum (para comer) abriendo una nueva era en la que el hombre empieza a hacerlo con «segundas intenciones», como diría Hemingway. Los últimos 8.000 años la caza ha ido añadiendo a su principio nutricio las más variadas teleologías: entrenamiento para la guerra, ceremonial religioso, escuela de milicia, demostración de habilidades, ocupación lúdica y recreo de clases privilegiadas, centro de actividad política y el siempre oculto deseo del menesteroso que jamás perdió de vista al silvestre animal como un esquivo y gratuito depósito de proteínas.

Desde el Neolítico las mejores zonas de caza y las especies más prestigiosas estuvieron restringidas y su práctica, reservada a las clases dominantes. Por eso, común denominador a todas revoluciones ha sido asaltar primero las bodegas y graneros e inmediatamente después esquilmar los selectos cotos de caza como símbolo de revancha social al privilegio. 

Lo definido como segundas intenciones cinegéticas ha ido variando con el tiempo. Hoy vivimos una nueva propuesta donde el postureo, la presunción y vanidad encuentran en las redes sociales su triste protagonismo, sus confusos liderazgos y sus ridículas dialécticas. Un fenómeno al que los anglosajones bautizaron como hunting exhibitionism, moda que exige ‘colgar’ toda ‘hazaña’ cinegética a la espera de reconocimiento público generalmente viciado de envidias y sospechas.

La caza íntima, reflexiva, sin otro menester que la balsámica compensación, no está de moda, ha sido reemplazada por el fugaz afán de protagonismo y el anhelo de obtener un puñado de likes, a ser posible, más que el amigo. Hay, estoy seguro, otros modos más sanos de satisfacción cinegética lejos de la búsqueda de un anónimo aplauso o del caprichoso y oscuro liderazgo de las redes. Me pregunto, amigos, si no estaremos perdiendo el norte.

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