Cristina Ruiz, una joven natural de Calatayud (Zaragoza), se ha hecho cazadora por amor. Hace unos días vivió su primer rececho de corzo en esta provincia aragonesa junto a su pareja, Enrique Yuba, también natural de Calatayud, que fue quien le inculcó los valores del respeto y el amor por la naturaleza.

«No conocía el mundo cinegético, no sabía absolutamente nada de él, pero encontré a mi pareja, que es cazador, y a través de él empecé a conocerlo y comenzó a gustarme la caza», asegura la joven.

Junto a Enrique disfruta de jornadas de caza menor pero también de mayor, que es lo que más le apasiona. Las monterías de jabalí por su comarca, los recechos de ciervo y, ahora, los de corzo, son su debilidad. Precisamente ha sido hace unos días cuando ha tenido por vez primera la oportunidad de vivir junto a Enrique un rececho tras el duende del bosque.

Así se hizo la pareja con este bonito corzo en un lance que jamás olvidará

«Vivir un rececho así fue increíble», confiesa en palabras a este medio sobre un animal que, aunque cuenta con un bonito trofeo, lo más destacable fueron las sensaciones que dejó en ambos cazadores. «Íbamos andando por el campo y poco a poco le fuimos haciendo la entrada; fue muy bonito ver cómo le íbamos ganando terreno, cómo recechábamos una pieza tan esquiva, cómo nos acercábamos a él y le ganábamos la partida», explica la joven.

Cuando se encontraban a unos cien metros de distancia, llegó el final del lance, que a la postre fue la guinda de un bello conjunto que es lo que conforma el gran recuerdo que esta joven se lleva de la jornada: «No se me olvidará jamás», explica, deseosa de que lleguen nuevas mañanas o atardeceres tras el pequeño cérvido.

Otras historias que emocionan: ella era anticaza, él cazador, se enamoraron y ahora su rifle es rosa y aguardan jabalíes juntos

Ella era anticaza, él cazador, se enamoraron y ahora su rifle es rosa y aguardan jabalíes juntos
Javier y Raquel con el enorme jabalí que abatieron durante la primera noche de espera juntos.

Hace unos años el cazador valenciano Javier Vidal conoció a una nueva chica: Raquel Soriano. La historia de amor, a priori, no tenía mucho futuro: ella era anticaza y Javier era un empedernido aficionado a la actividad cinegética. Pero entre ambos se interpusieron las flechas de cupido, y el amor surgió cuando menos se esperaba.

«Raquel veía la caza de forma muy negativa. Ella era una ‘anti’ total. No podíamos ni tocar ese tema durante las primeras semanas. Decía que le hablase de otra cosa, que no quería saber cómo eran mis jornadas de caza. Creía que los cazadores éramos unos sanguinarios y, tras explicarle que ayudamos a los agricultores a que los animales no destrocen sus cosechas y que evitamos accidentes de tráfico, fue entrando en razón poco a poco», nos contaba Javier.

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