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Ecologismo, fascismo y violencia social

El colectivo cinegético sufre ya eso que los psicólogos denominan estrés social, una patología abigarrada que fue descrita en otros colectivos estigmatizados –comunidad gay o feministas– y cuya rehabilitación tanto cuesta conseguir.
Jesús Caballero – 17/01/2017 –
Entre la ecología y el ecologismo existe la misma diferencia que entre la ciencia y la ideología; aquélla es hija de la razón a través del método científico y ésta, de la emoción y, por tanto, intelectualmente fallida.

Así, la utilización de la ideología como cobertura de comportamiento es un método inválido de justificación de acciones indecentes como los insultos, injurias y provocaciones impunes que sufre nuestro colectivo. Esta intolerancia ya es común en movimientos ecologistas radicales que recuerdan en su comportamiento a las ideologías fascistas, donde el denominador común es la ciega fe en la idea sin contrastar y la falta de cultura de autocrítica. Todo desde modales que el fascio aplaudía, donde la grosería es un grado en una milicia hemipléjica en lo intelectual y estimulada al comportamiento energúmeno contra sus rivales, en una dependencia del dogma que los ciega ante cualquier propuesta que no haya sido manufacturada en su pesebre. Es una ceguera que impide ver las impurezas de su colectivo facilitando comportamientos antidemocráticos.

La falta de cintura para el diálogo de estas ideologías radicales ha colocado a nuestro colectivo en una delicada situación que exige una urgente respuesta acorde con el fondo y la forma. La peligrosa vehemencia de estas ideologías es que les permita aplaudir y promocionar actos de violencia social, física y psíquica utilizando las redes, inundándolas de inmundicias, desprecios y calificaciones delictivas que quedan impunes, lo que afirma su comportamiento. La caza y la pesca llevan décadas en el centro de su diana. El número de impertinencias, falacias y presiones ha conseguido que los muchos cazadores de relevancia social disimulen su inclinación recolectora temerosa de las consecuencias de que pueda deslustrar la corrección política de su currículum social, laboral e incluso familiar.

En todos los estamentos sociales hay cazadores, pero los que podían sernos útiles empiezan a ser rehenes de esa hipocresía defensiva que ha terminado por recluirlos en el armario. Ceder no es la más digna forma de derrota. El colectivo cinegético sufre ya eso que los psicólogos denominan estrés social una patología abigarrada que fue descrita en otros colectivos estigmatizados –comunidad gay o feministas– y cuya rehabilitación tanto cuesta conseguir.

Hay que afrontar el problema desde la convicción de saber que la ciencia y sentido común está de nuestro lado y trabajar por hacer llegar a la ciudadanía silenciosa un mensaje veraz del verdadero significado medioambiental de la caza moderna. Desgraciadamente, las ideologías son implacables y diestras en agitación y propaganda. Al fin, estos movimientos sólo son la parte verde del populismo. Por fortuna, su mensaje lleno de medianías intelectuales y extremas propuestas incluidas son de tan poco calado científico que por sí solas demuestran su vacío. No será, sin embargo, un conflicto fácil ni corto. El campo de batalla serán las redes, donde cualquier francotirador analfabeto con dedos gordos puede sin filtro vomitar lo que le plazca en la certeza de calar en una sociedad sensible al alarmismo medioambientalista. La contestación a las injurias debe ser colegiada, contundente y voz unitaria de los intereses recolectores. Hay proyectos madurando. De su eficacia dependerá nuestro futuro.

       
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