Ahora que se habla tanto de la España vaciada debemos analizar qué contribución tiene la actividad cinegética en las personas que viven en el medio rural. Para ello hemos utilizado datos del Informe Evaluación del impacto económico y social de la caza en España en 2016 de la Fundación Artemisan.

Antes de las cacerías

Si tomamos como época de caza la temporada general, de mediados de octubre a mediados de febrero, contamos cinco meses en los que hay cacerías y siete en los que no. Aun así, durante estos meses de veda, es la actividad cinegética la que genera puestos de trabajo a través de pequeños comercios de ropa y complementos, artesanía y cuero, animales y armerías… Establecimientos que nacen en los pueblos al calor de la caza y que no pretenden competir con los de las ciudades, sino que aprovechan el paso de los cazadores para atraerlos con productos de temporada, productos locales, hechos a mano… En el informe se estima que los cazadores realizan un gasto medio anual en ropa y complementos de 225 euros, otros 580 euros anuales en compras en tiendas de animales para su manutención y servicios veterinarios, a lo que hay que añadir los gastos asociados a cartuchería, óptica, cuchillería…

Por tanto, cabe destacar la importancia de la existencia de pequeños comercios rurales relacionados con la caza en la dinamización del empleo a lo largo de todo el año.

Además, son muchos los pueblos y ayuntamientos que engrosan el presupuesto anual con la venta de derechos y acciones sobre cotos de caza municipales, ingresos que después repercuten en la mejora de servicios a los ciudadanos. En el informe se estima que el gasto de los cazadores por estos conceptos asciende a 2.306 euros y que corresponde principalmente a la modalidad de caza mayor, en el que se concentra el 62% del desembolso en tarjetas de coto, acciones, puestos, precintos… Finalmente, para que podamos entender la magnitud de los datos proporcionados por cazador al año, en 2015 estaban vigentes en España unas 713.139 licencias, por lo que basta con multiplicar por la cantidad citada para hacernos una idea del dinero que entra a los ayuntamientos y las posibilidades de trabajo que genera la actividad cinegética en la España rural.

Durante las cacerías

Durante la temporada son muchos los empleos que genera la caza, siendo las principales actividades asociadas que se benefician las empresas de transporte y combustibles, talleres y alojamientos y establecimientos de hostelería. Los cazadores españoles gastamos de media 2.425 euros anualmente en los desplazamientos que realizan para practicar su afición. A este importe hay que añadir el gasto en la compra de vehículos todoterreno y las reparaciones en talleres por averías, por ejemplo, en los trayectos por pistas sin asfaltar. Los fines de semana los cazadores tienen que alojarse y comer en los numerosos establecimientos hoteleros, casas rurales y restaurantes de los pueblos, lo que supone un gasto por cabeza, según el informe de Fundación Artemisan, de 494 euros al año.

Aquí no acaba la cosa, pues durante las acciones de caza son muchos las personas implicadas que por participar en ellas se ganan sus jornales y viven de la caza durante estos cinco meses. Hablamos de rehaleros, ojeadores, batidores, postores… y también de los guardas rurales. Como dato, la media de lo que paga el organizador de la cacería a cada rehalero es de 250 euros y de 70 a los ojeadores, batidores, postores… El informe de Fundación Artemisan estima además que cuatro de cada cinco gestores de terrenos cinegéticos realizan contrataciones en el marco de su actividad. De media contratan 16 personas al año a jornada completa, lo que supone en conjunto 45.500 puestos de trabajo. Puestos de trabajo que, aunque en su mayoría son temporales, suponen un buen ingreso durante la temporada de caza, y son complementados con las otras actividades comentadas anteriormente durante el resto del año.

Después de las cacerías

Una vez finalizada una jornada de caza existen empleos que tienen buena parte de su razón de ser en la caza. Entendemos por ellos a los veterinarios, a los taxidermistas y a las empresas de recogida y aprovechamiento de la carne. El trabajo de los primeros es imprescindible dentro del sector cinegético, ya que la normativa exige su intervención para la inspección de carne de caza y el control de las rehalas. Los taxidermistas intervienen después de las cacerías para naturalizar las piezas. Suelen ser negocios que pasan de padres a hijos y que se sitúan en las zonas con mayor raigambre cinegética. El informe de la Fundación Artemisan estima que en España existen al menos 70 taxidermistas, y los cazadores gastan de media al año 175 euros en contratar sus servicios.

El extraordinario corzo peluca. /Taxidermia Benedito
Un extraordinario corzo peluca. © Taxidermia Benedito

Por último, la caza hoy en día no se entiende sin el respeto al animal cazado y el aprovechamiento de su carne. Aquí es donde entra en juego la industria cárnica en España. Según datos de la Asociación Interprofesional de la Carne de Caza (Asiccaza), la facturación total asociada a la venta de la carne de caza por la industria de España en 2016, ha sido de al menos 44,7 millones de euros –no obstante, una parte de las capturas no llegan a comercializarse, ya que son consumidas por los propios cazadores o su entorno cercano, principalmente la caza menor–. En total se calcula que en nuestro país existen entre 600 y 800 trabajadores directos trabajando en la industria de la carne de caza.

Un sector vital en el mundo rural

La caza y las actividades asociadas a ella son una fuente de empleo y, por tanto, de mantenimiento de la población en las zonas rurales y de creación de riqueza y expectativas para los jóvenes: contribuye a mantener en España más de 186.750 puestos de trabajo equivalentes a jornada completa (EJC) anuales, con un impacto equivalente al 0,3% del PIB anual.