La caza de la perdiz roja ha sido, durante décadas, una de las prácticas más icónicas y arraigadas en la península ibérica. Un vídeo documental de 1952 ofrece un fascinante vistazo a cómo se realizaba el ojeo en aquellos años, destacando las costumbres, técnicas y la esencia de una tradición que sigue viva en muchos cazadores actuales.
El vídeo comienza situándonos en un contexto familiar para cualquier aficionado: los últimos días antes del cierre de la veda. En esa época del año, los cazadores se apresuraban a aprovechar las últimas jornadas para disfrutar de la caza de perdices antes de que el campo quedara en calma hasta la próxima temporada. La emoción y la planificación previa eran también cruciales como muestran los sorteos para asignar los puestos del ojeo, una modalidad tradicional que, entonces igual que ahora, requería organización y colaboración entre los participantes.
La preparación era tan importante como la ejecución misma. En vídeo se ve a los secretarios de la época colocando pantallas para hacer los puestos, eligiendo las ubicaciones con precisión según la dirección del viento y la configuración del terreno. Estas decisiones eran fundamentales para aumentar las posibilidades de éxito, pues el objetivo era asegurar que las perdices, entonces salvajes, volaran directamente sobre los cazadores. Para los que somos cazadores clásicos es un todo un lujo comprobar cómo el campo de la época se inundaba de escopetas paralelas, vascas en su mayoría.
El papel del ojeador y los perros en el ojeo de perdiz
Uno de los aspectos más llamativos en un ojeo de perdiz es la acción coordinada de los ojeadores, quienes se dispersan por el campo para levantar a las perdices. Con gritos, golpes en los arbustos y el lanzamiento de piedras, logran que las aves, sorprendidas por el ruido, levanten el vuelo y se dirigieran hacia los cazadores.
El documental también resalta la importancia de los perros, compañeros inseparables en la caza de la perdiz. Los perros no solo cobran las perdices abatidas, sino que eran esenciales para localizar a aquellas que, alicortadas, lograban ocultarse en el monte. Este trabajo en equipo entre cazador y perro, que sigue siendo fundamental hoy en día, era clave para maximizar el éxito de la jornada.
Un legado que trasciende el tiempo
El ojeo de perdiz en 1952, tal como se muestra en este vídeo, es un testimonio de una época en la que la caza era tanto una tradición, un pasatiempos para algunos como una necesidad para otros, habitantes de muchas comunidades rurales. Si bien las técnicas han evolucionado, y las regulaciones han cambiado para adaptarse a los tiempos modernos, el espíritu de la caza permanece intacto.
Para nosotros, los cazadores de hoy, este tipo de recuerdos históricos no solo evocan nostalgia, sino que también ofrecen una perspectiva sobre cómo la pasión por la caza ha unido a generaciones. Conocer nuestras raíces y entender cómo nuestros antecesores vivieron esta práctica nos permite apreciar aún más el legado de la caza y garantizar su continuidad en el futuro.