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«La palabra salvaje es fundamental para sentirme cazador y ser respetuoso conmigo mismo y con la naturaleza».

 

Pepé Ampuero, como le conocen sus amigos, fue premiado durante la última gala de la Cofradía Culminum Magister, celebrada el pasado viernes en Madrid. Al recoger el galardón agradeció la distinción con un extraordinario discurso en defensa de la caza salvaje que reproducimos a continuación.  
José Domingo de Ampuero y Osma – 17/3/2017 
Buenas noches.
En el año 2006, un grupo de amigos amantes de la caza de montaña, dirigidos por el Marqués de Laula y con motivo de la Feria Venatoria, decidimos crear un premio, el Culminum Magister, para otorgar en la feria a aquellos cazadores que se destacaran por su amor y dedicación por dicha forma de caza. En el año 2008, constituimos la Cofradía Culminum Magister, que todos conocéis.
De los candidatos fundadores, solo quedaba yo sin el premio y, por si acaso no me lo daban, me compré el halcón peregrino de Chiqui Diaz y me lo regalé a mí mismo hace unos años. Quiero dar las gracias al Jurado por su magnanimidad ya que me hace muchísima ilusión este premio:
1.- Por estar con vosotros viejos compañeros y amigos de caza, con muchos de los cuales he aprendido mucho y pasado ratos inolvidables.
2.- Porque yo no soy un cazador especializado en la montaña, simplemente soy “un cazador” y lo digo con gran orgullo en estos tiempos en los que no estamos de moda.
No vengo de familia cazadora y recuerdo perfectamente cuándo me apasioné por la caza. Yo era un niño de unos diez años cuando un amigo de mi padre llegó a casa con dos sordas, o becadas, envueltas en periódico y las dejó en la mesa de la cocina. Yo pregunté:
-¿Qué es eso?
-Dos sordas.
-¿Dónde viven?, ¿dónde están?
-En el bosque, en los infinitos pinares y robledales del País Vasco.
Y me dije: “tengo que buscar y ver a esos animales”. Me salió del alma mi espíritu recolector, como bien explica mi buen amigo Jesús Caballero.
Acompañaba a ese grupo de mayores con mi chimbera (escopeta de perdigones) y mientras ellos cazaban la sorda, la liebre y la perdiz yo intentaba hacerme con algún pajarillo.
Con 13 años empecé con una escopetilla de 9mm y el 14 de febrero de 1963, como consta en mi primer diario de caza, abatí al vuelo en la Vega de Munguía una mingorra o agachadiza, que todavía preside la chimenea de mi despacho. Me volví loco de alegría, y hasta hoy no he dejado de cazar.
Sigo yendo con mis perros a cazar codornices, perdices y sordas al salto -cada vez más escasas a causa de una agricultura despiadada-, palomas en pasos tradicionales, jabalíes en espera y batida, corzos, rebecos, búfalos, carneros, cabras y cualquier animal salvaje.
Esta palabra, salvaje, para mí es fundamental para sentirme cazador y ser respetuoso conmigo mismo y con la naturaleza. Considero que el salvajismo del animal, el esfuerzo, y la incertidumbre del resultado, son los pilares de la caza.
Soy partidario de la libertad personal y no me considero un purista, sobretodo juzgando a los demás. Pero cuando grupos ecologistas, y no digamos los talibanes animalistas, nos atacan, sí debemos admitir para nosotros mismos, que algunos principios de la caza los hemos violentado y en algunos casos sin necesidad: La caza de bote, las matanzas exageradas, algunos cercones lamentables y últimamente el tiro de alta precisión a largas distancias. No me parecen nada edificantes.
El otro día vi con estupor y dolor un vídeo de unos tiradores que abatían un eland, un nyala y otros animales maravillosos a distancias inverosímiles como si de blancos se trataran, no dando la más mínima oportunidad a los animales de utilizar ninguno de sus tres instintos, como son la vista, el olfato y el oído. Esto no es cazar y nos hace mucho daño.
Tenemos que autolimitarnos en el uso de la tecnología y hacer la caza más “fair play” y más deportiva. No somos ni tiradores ni matarifes, somos cazadores.
La utilización  de la tecnología en el tiro se hace mas tentadora en la alta montaña, donde el silencio, la soledad y el esfuerzo tanto físico como económico, el coleccionismo y el ansia de éxito, nos acercan mucho a la tentación. Como decían los jesuitas en el colegio: “la tentación es grande, y ponerse en ocasión de pecado grave, es ya de por sí pecado grave”.
El hecho de matar un animal es algo muy serio y emocionante, y las piezas de caza merecen nuestro máximo respeto y admiración, así como la conservación de sus hábitats.
Estemos orgullosos de ser cazadores y no nos ocultemos, aunque a veces sea incómodo. Si no estamos convencidos y orgullosos de lo que hacemos, ni lo hacemos con dignidad, estamos perdidos.
Let´s be proud to be hunters.
Muchas gracias a todos.

       
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