Como ser humano que siempre me he sentido, tengo que confesarme culpable. Culpable por ser un hombre y culpable por ser rural, analfabeto e ignorante. Mi amor por los animales ha sido siempre humano y racional. Sin embargo, como nos demuestran los que han redactado el Anteproyecto de Ley de Protección y Derechos de los Animales, los principios de la razón son lo primero que hay que anular de las leyes. Según esto, el respeto a la naturaleza y al mundo animal requeriría de unas leyes salvajes.
Yo soy de pueblo y siempre he interpretado que el aleteo de la cola de los perros al correr en los espacios abiertos era una manifestación de alegría. Cuando llegué a la ciudad y me encontré a los animales habitando los pisos, veía en la mirada de las mascotas resignación, sometimiento y tristeza. Ahora entiendo que era mi imaginación perversamente humana la que me trasladaba esas sensaciones. Yo que he vivido en casas y espacios amplios, que siempre me ha encantado respirar el aire libre y poder contemplar largamente las estrellas, veía en los balcones y las terrazas de los pisos de Zaragoza la última oportunidad que los pobres animales tenían para poder salir de las cuatro paredes de su encierro diario y respirar algo de aire fresco, pero ¡cuán equivocado estaba! Cuando nuestro perro “León”, recogido de la perrera como can abandonado, salía al parque Oliver y se cruzaba con una perra en celo, se ponía contento y alterado, a pesar de que llegó a nosotros obligadamente castrado. Y qué decir de aquellos días en que nos íbamos a hacer rutas de montaña por el Pirineo o en plena naturaleza… mostraba una vitalidad desconocida, corría desaforadamente de un lado para otro dando brincos como si de repente se hubiese transformado en el mejor corcel alado del Olimpo. Yo creía que en esos momentos nuestras mascotas recuperaban un poquito de lo que les correspondía y les habíamos robado: su naturaleza animal desnuda, sin los ropajes y límites impuestos por su cautiverio urbano.
Y ahora, los cabezas pensantes de la Dirección General de los Derechos de los Animales, que dicho sea de paso comparte su importancia con la Dirección General de Derechos de la Infancia y de la Adolescencia, la Dirección General de Diversidad Familiar y Servicios Sociales y la Dirección General de Derechos de las Personas con Discapacidad, nos enseñan que para entender y amar a los animales hay que convertirse en uno de ellos, dejar que lo más salvaje del hombre gobierne en nosotros, o lo que es lo mismo, dejar salir lo más animal, “la bestia” que hay en nuestro interior. Sólo en ese momento podremos entender y amar al mundo animal como ellos lo hacen, que son los únicos que se sienten animales porque los demás no pasamos de ignorantes o explotadores. Ellos, en su incontestable sapiencia, deciden quién está capacitado y quién no para cuidar un perro, así que a nadie se le ocurra comprar uno sin pasar, previo pago, por su visado para que sus formadores de animales les den el ansiado título de “cuidadores de mascotas”. Ellos, en su infinita sabiduría, nos dicen que el mundo rural está equivocado, que las leyes naturales son cosa del pasado, así que, al igual que en el Ministerio de “Transacciones” Ecológicas, hay que proteger al depredador y no al depredado.
Ellos mandan. Es la ley de la jungla. Es la madre “loba” la que rige sobre todos y debe disponer no sólo de los animales racionales sino también de los domésticos y de todos los mansos de corazón. La oveja y la vaca deben estar siempre a su merced.
¿Acaso el Ministerio de Asuntos Sociales y el de Transición Ecológica no deberían centrarse en desarrollar y mejorar y no centrarse en lado más oscuro y salvaje?
En los últimos meses, que precisamente hemos vivido con nuestros movimientos limitados debido a la pandemia, los legisladores han dado alas a sus más anhelados sueños ideológicos y, tristemente, éstos se están convirtiendo en realidad. Mientras tanto nos preguntamos atónitos: ¿es posible tanto despropósito?
Sí, lo es. Tomando como ejemplo la ley de la que hablamos, su título ya es un dislate. Se ha dado un paso de gigante, pero hacia atrás, al pasar de la “Ley de Bienestar Animal” a la “Ley de Protección y Derechos de los Animales”. Hasta un estudiante de 1º de Facultad sabe que esta consideración contradice la Teoría del Derecho. Los animales no pueden tomar parte en un contrato y tampoco tienen la capacidad para respetar los derechos de otros o entender conceptos de derechos, por tanto, no pueden ser sujetos de derecho, pero lo que sí es posible es una regulación legal que garantice su cuidado y protección. Esto ya se hacía con la Ley de Bienestar Animal y también estaba penalizada en el Código Penal la explotación y abandono de animales. ¿A qué obedece entonces este Anteproyecto de Ley?
No nos engañemos, lo que hay detrás de la futura Ley de Protección y Derechos de los Animales es un ideario radical, intolerante y totalitario, que se dedica a prohibir (nada menos que hasta 24 prohibiciones) todo aquello que se aleje de sus postulados ideológicos, algunos absurdos e incluso aberrantes. La defensa de sus ideas se apoya en falsedades, algunas tan burdas como asegurar que la “Declaración Universal de los Derechos del Animal” fue proclamada el 15 de octubre de 1987 por la UNESCO (para mi sorpresa, incluso aparece en el Preámbulo de la Ley 11/2003, de 19 de marzo, de Protección Animal en la Comunidad Autónoma de Aragón), cuando se sabe que se aprobó de forma unilateral por la Liga Internacional de los Derechos de los Animales, firmante en Londres de una declaración que después “proclamó en una sala de la sede de la Unesco en París”.
El momento es grave, ante nuestras narices se está despreciando, cuando no destruyendo, lo propiamente humano en aras de “lo animal”. Como aseguró el filósofo Francis Wolff durante el Simposio «Los animales y los hombres», que tuvo lugar en el Senado español el 29 de marzo de 2019: «El animalismo no es una radicalización de la protección animal, sino una animalización de la radicalidad». «El concepto de antiespecismo es absurdo. Si el antiespecismo significa que debemos tratar a todos los seres vivos sin diferenciar las especies es la negación de cualquier modalidad porque es poner en el mismo plano los hombres y los perros, y los perros y sus pulgas».
Es urgente que despertemos de nuestro letargo y tomemos conciencia de los destructivos movimientos ideológicos que hay detrás de estas leyes. Hace falta un clamor social antes de que sea demasiado tarde. Se está jugando con la dignidad y con el trabajo de amplios colectivos que no sólo disponen su vida con los animales y la naturaleza, sino que cuidan y aman lo que hacen. Sol, agua, viento, biomasa forestal y agraria, agricultura y ganadería. Nuestro territorio está lleno de oportunidades con acciones decididas y una buena legislación. Necesitamos tener nuestros montes pastados y ordenados utilizando su extraordinario potencial energético con grandes fuentes de calor a través de la biomasa. Bosques cuidados y no abandonados.
No es la España salvaje la que necesitamos sino la que nos hace distintos y mejores que los animales, la que corre el riesgo de perderse. No es el espíritu animal el que debe legislar. Nadie está preparado para cuidar su entorno si no quiere, ama y respeta lo más próximo y a sus semejantes… y no pienso precisamente en las pulgas.