Las noticias de los diarios televisivos hablan de largas colas de gente en las grandes superficies para hacer acopio de alimentos y artículos, y de que faltan ya algunos productos en sus estanterías. Hasta el presidente de una de estas grandes superficies ha salido en la tele para tranquilizar a la población. Es más, mi hija me confirmaba la veracidad de lo dicho desde un pueblo cercano a Madrid.
Sin saber por qué, he recordado los años de mi infancia, la casa donde nací y la tienda de comestibles de mi tío Facundo: un pequeño portal en lo alto de la calle Barreras donde despachaba -muchas veces fiado- arroz, lentejas, garbanzos, judías, azúcar, vino…, a granel; y otros artículos de primera necesidad. He recordado imágenes de aquella enorme despensa que había en casa, junto a la cocina, llena de tarros de conservas -tomates, pimientos, berenjenas, alcaparrones, mermeladas…- y orzas donde, conservados en manteca, estaban los lomos, costillares y embutidos de los cerdos que sacrificábamos en otoño. He visto en mi memoria: los jamones y lienzos de tocino, las ristras de ajos y pimientos secos y los racimos de uvas pasas colgando del techo; los higos secos, las nueces, almendras y castañas; las garrafas de cristal de boca ancha llenas de aceitunas rajadas y el enorme depósito para el aceite de oliva -entonces no se le denominaba “virgen extra”-; los melones, granas y membrillos que había en el pajar.
Sin saber por qué, he recordado el enorme corral de la calle Del Sacramento, 20; la casa donde nací. Sus cuadras, y en ellas: cerdos, gallinas –con sus violadores gallos-, un par de cabras con sus chotos, y en el fondo media docena de conejas de cría sueltas en un corral empedrado -para evitar que escavaran madrigueras- con su correspondiente refugio, que a la vez, servía de palomar. He visto en mi memoria: las dos enormes higueras y el pilar cuadrado donde abrevaba aquel mulo tordo; las parras, de las que colgaban uvas tintas, moscatel o corazón de cabrito, además de su imprescindible sombra; un ‘granao’, un peral, un cerezo y un ciruelo que mi padre injertó con una cuña de albaricoque. Y lo he recordado a él, con su blusa de carbonero, haciendo los surcos para sembrar las papas. Y a Yuni y Linda, mis mestizas, que vigilaban que las ratas no mermaran las producciones.
Hoy, mañana o pasado tendremos que ir a hacer cola en la caja de cualquier gran superficie. Y yo desearé volver a la calle Del Sacramento, 20; donde nací. Y a la pequeña tienda de mi tío Facundo… ¡él nunca salió en la tele para tranquilizar a sus clientas!