Pasó la Semana Santa. Y no ha quedado rincón de la llamada ‘España vaciada’ que no haya recibido la visita de esa otra España, la urbanita; esa que escapa despavorida a la mínima ocasión para desconectar, dicen, de su cotidiana y estresada vida.
Como es habitual la hemos recibido con los brazos abiertos, pues parte de esa España son de los nuestros. Otros muchos, demasiados, ni los conocemos ni nos conocen. Los hemos visto paseando nuestras calles, sentados en nuestras terrazas, pisando nuestros campos, degustando nuestros productos tradicionales. Disfrutando, en suma, de nuestra forma de vida. Sí, de esa forma de vida que los relaja y desestresa.
Los primeros han visitado a familiares y amigos, han recordado infancias y comprobado como la España de la que formaron parte, se muere. Y seguro que les duele. Los segundos, aquellos que ni nos conocen ni conocemos, nada tienen que recordar. Para ellos nuestra ‘España vaciada’ es un gran parque al que escapar por Semana Santa. Pero este gran parque necesita cuidados; viven en él, mejor dicho, sobreviven, las gentes que lo cuidan, que lo aman, que no lo abandonan, que lo entienden; esas gentes que un 20M tuvieron que visitar a la España urbanita para pedir respeto y libertad. ¡Qué visitas más diferentes!, ¿no?