Por Antonio Cástor Puerta Yuste

Uno de los cambios más extraños dentro de la caza que vengo observando en los últimos años es la creciente individualidad del cazador. Antes, el ir a perdices, salvo excepciones, era sinónimo de una partida de aficionados caminando organizados, en línea silenciosa y sincronizada. Ahora, lo habitual es ver a cazadores que incluso compartiendo vehículo y comenzando juntos la mañana, terminan cazando cada uno por su cuenta. Y es que no es fácil formar un ala en condiciones.

Sin embargo, disfrutar de una jornada fecunda en lances con la única compañía de nuestro perro es mucho más exigente si cabe; aunque quizá ese es uno de sus atractivos, no un inconveniente. El aficionado de hoy ya no busca, en general, tanto el arrebatar carne al monte como el retarlo de tú a tú, en igualdad de condiciones, independientemente del resultado.

Tanto si hablamos de la caza en llano como en el monte, cazar perdices en solitario requiere de una técnica, conocimientos y forma física depurados. No estamos hablando de salir a dar un paseo campestre –también muy respetable–, sino de doblegar los bandos de perdices silvestres, conseguir poner a tiro a unos astutos animales con un dominio del territorio y las tácticas de evasión casi perfectos.

Un cazador de perdices solitario que se dedique a patear el cazadero sin ningún método, andando por donde Dios le encamina, difícilmente conseguirá buenos resultados. Aunque la caza no son matemáticas,  hay una serie de pautas a seguir, válidas cuando buscamos las perdices en zonas de monte, que nos permitirán disparar sobre más piezas y en mejores condiciones, estirando  por tanto, un poco más, las correas de la percha.

Cazar perdices en solitario requiere conocimiento y piernas. ©Shutterstock
Cazar perdices en solitario requiere conocimiento y piernas. ©Shutterstock

1. Encuentra el bando de perdices

El primer paso es siempre encontrar el bando de perdices, tarea mucho más complicada que cuando nos integramos en una hilera de hombres abarcando varios cientos de metros. Es esencial conocer sus querencias según el momento del día en que nos encontremos, condiciones climatológicas, etc.

A grandes rasgos apuntaremos que a la perdiz a primera hora la hallaremos cerca de sus dormideros, por lo general dentro del monte y más bien altas, siendo a partir de media mañana cuando se las puede localizar en los bajos. En días de lluvia se las encuentra también con mayor asiduidad en éstas áreas, aunque evitan pisar barbechos y siembras donde se embarren las patas, algo que les resulta harto incómodo.

Las jornadas de fuerte viento, aunque desapacibles, pueden ser formidables para realizar buenas perchas. En esas ocasiones será fácil dar con los bandos, despreciando todas aquella región del coto azotada por el ventarrón, yendo directos a donde se encuentren resguardadas del viento. Ahí estarán seguro, pues evitan siempre que pueden el fuerte aire, ese que las despeina y molesta tanto.

En cualquier caso, deberemos entrarles de forma que podamos encauzarlas hacía los rincones en los que es más sencillo que entreguen la cuchara. Huelga decir que conocer el cazadero ayuda, y mucho… pero vamos a suponer que es la primera vez que lo pisamos.

2. Ten en cuenta el tipo de coto

Si cazamos en un acotado con terreno agrícola colindante a sierras de buena alzada, lo aconsejable es no comenzar la jornada demasiado temprano, aguardando a que los bandos se descuelguen de lo alto a estas zonas bajas donde buscan su alimento. De lo contrario, –salvo grandes  densidades– corremos el riesgo de patear durante horas sin encontrar perdices, o hacerlo demasiado tarde como para meterlas en cintura.

El objetivo primordial del cazador solitario es dar con los bandos lo antes posible, para estar en plenitud física cuando hay que darse el tute de separarlas y fatigarlas para que aguanten la muestra, o para que rompan a distancia de tiro.

Perdices con perro © Ángel Vidal
Perdices con perro © Ángel Vidal

3. Céntrate en un grupo reducido de perdices y de terreno

«El que mucho abarca, poco aprieta»; es un refrán de obligado cumplimiento si no queremos pasar la jornada volando perdices pero sin poderlas colgar. Debemos centrarnos en patear bien un cazadero no demasiado extenso, y sin pretender llevar delante todas las patirrojas del coto. De lo contrario, al final de la mañana tendremos unas perdices frescas como lechugas mientras nosotros hemos entregado hasta el alma.

En caso de que  abunden las majadas o enverdinados dentro del monte, podremos comenzar en estos lugares más temprano con la búsqueda, pues la perdiz hace prácticamente vida a su alrededor. Algunos de estos rodales pelados con hierba son realmente grandes, siendo  muy importante saber cómo abordarlos, intentando dirigir las perdices; aunque, de ordinario,  no se dejarán guiar tan dócilmente como cuando un grupo en ala las va empujando. Por eso es conveniente saber improvisar y adecuar nuestra acometida al tipo de terreno en que se dejen caer.

4. Adapta tu estrategia a su comportamiento

Supongamos que el manojo aterriza en una ladera de la sierra. Normalmente, la perdiz que cae en cuesta tiende a subir apeonando. Para desplazarse hacia abajo la perdiz casi siempre desplegará las alas y dará un vuelo. Hay que evitar asomarse desde arriba, primero porque con sólo dejarse caer nos habrá ganado unos metros de distancia críticos para poder abatirla, y segundo porque al volar sin esfuerzo y a gran velocidad, hay muchas posibilidades de que se salgan del cazadero.

Lo mejor para cazar perdices en solitario es dar varias pasadas a la ladera, empezando siempre por los bajos, zigzagueando para coger más terreno y no dejarnos caza atrás. Muchas de las perdices posadas a media pendiente huirán al vernos trajinar debajo de ellas, pero no lo harán en vuelos tan despavoridos y erráticos como para no poder encontrarlas más tarde. Otras irán apeonando hacia lo alto, y, o bien se atrancarán y saldrán a tiro en otra pasada posterior a mayor altura, o llegarán hasta la “seguridad” de la cima (siempre que no estemos hablando de sierras descomunales).

La perdiz atosigada suele pararse al dejar de vernos, por lo que un terreno con bastante monte bajo, ramblizos o desniveles facilitará la aproximación del cazador, auxiliado, ni que decir tiene, de un perro disciplinado que no desbarate adelantándose, una oportunidad bien sudada.

Los montes de esparteras son especialmente propicios para disfrutar del lance de la muestra o para que una amagada nos dé un buen soponcio al arrancarnos de los pies.  

©Ángel Vidal

5. Da pasadas en zig-zag mientras asciendes

Las pasadas en ascenso hacia la cumbre se deben hacer más o menos separadas entre sí pendiendo esto de la validez y amplitud de laceo de nuestro perro, así como de lo enmarañado del matorral. Si el monte está muy espeso y nos dejamos demasiado campo sin tejer, se quedará mucha caza entrematada.

Cazar en ascenso ofrece ventajas claras de cara al disparo, ya que en la mayoría de ocasiones la perdiz volará o bien recta hacia delante o soslayada, propiciando el tiro corriendo la mano a derecha o izquierda, que es el óptimo para abatir perdices.

6. Busca a las perdices con tu perro de cara al viento

Y por fin,  lazo a lazo, cosiendo a buen ritmo pero con método, llegamos al culmen de la sierra. Debemos procurar realizar esta batida crucial con el viento de cara que facilite la labor del perro, pues será en la cima donde encontremos a todas esas perdices andarinas, que huyendo del cazador se han sentido a salvo y aguantan allí hasta última instancia. Iremos cazando esta parte con talento, asomando bien a las dos vertientes, que no quede ninguna cobijada, y empujar a las faldas de nuevo a toda aquella que no podamos tirar.

7. No tires la toalla y caza con tu oído

Al avanzar la mañana, y a medida que dejamos de encontrar los pájaros agrupados, nos puede asaltar la sensación de desánimo, acrecentada por el cansancio, pero es precisamente a partir de estas horas cuando la perdiz disgregada y desorientada va llenando el morral y propiciando las mejores ocasiones. Debemos ir revisando todos los ramblizos, orillas de la siembra, asomadas y rincones, lugares donde los pájaros se refugian al faltarles energía para el voleteo.

Son horas para cazar de oído también, pues cuando las perdices andan aisladas, suelen delatar su posición reclamando con potencia, con la finalidad de volver a reunir el bando. Es un comportamiento, que al  no darse todos los días con la misma vehemencia, hemos de aprovechar sin dudarlo. El escuchar la perdiz no significa abatirla, pero si al menos  tener la seguridad de que ¡ahí hay una!   

Perdiz roja.
Perdiz roja. © Shutterstock

8. Da una última pasada

Estamos ya al final de la jornada, en un terreno áspero que reivindica un físico no apto para todos los públicos. Lo normal será que ahora sintamos más atracción por el coche que por el monte. No obstante, para esos pocos privilegiados que son capaces de enderezar barrancos lo mismo de subida que de bajada, si las fuerzas y la fe todavía os acompañan, podéis volver a darle otro repaso a la cima. A buen seguro habrá recogido perdices de nuevo, recordando que la perdiz de monte tiende a buscar refugio allí, a poco que la apretemos.

La perdiz de sierra suele mostrar comportamientos más bravos y ariscos que la perdiz del llano. Una vida más azarosa y un tamaño en muchas ocasiones menor por la diferente alimentación y el mayor ejercicio físico, la convierten en casi una especie distinta, menos quedona y de arrancada más potente. Por eso, el colgar un par de estas montañesas tras una señora briega, hace que tengamos al cabo, una doble satisfacción: el haber conseguido abatirlas, y el hacerlo en su propio terreno, donde ellas juegan con todo a su favor.

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