Si hay algo que caracterice a la codorniz, además de su comportamiento migratorio, es su precocidad sexual y su prolificidad. En términos biológicos se dice que es una especie de la estrategia de la R por su elevada mortalidad anual, superior al 60%, y baja esperanza de vida, en torno al año de edad, que son compensados con una gran capacidad reproductiva.

La especie se clasifica como poliándrica –una hembra puede aparearse con varios machos– y a su vez poligínica –un macho se reproduce con varias hembras–.

Datos procedentes de ejemplares cautivos nos hablan de que los machos pueden alcanzar la madurez sexual a partir de las seis semanas de vida y las hembras, en torno a las nueve. Por tanto, tanto machos como hembras nacidos a comienzos de la estación reproductora pueden reproducirse con éxito al final de la misma, y es factible que las segundas realicen hasta tres puestas anuales.

Huevos de codorniz. ©  Shutterstock.

Aunque el tamaño de estas puede variar, los datos apuntan a entre ocho y 20 huevos que eclosionan tras 16-21 días de incubación llevada a cabo exclusivamente por la hembra. Los pollos son nidífugos y de muy rápido crecimiento, pudiendo volar a partir del décimo día de vida y mostrando un emplume completo a partir del día vigésimo.


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La reproducción está marcada por la búsqueda de una zona adecuada y el ritmo de crecimiento de los vegetales. Una vez que los machos llegan a las zonas de cría los cantos típicos se escuchan con mayor frecuencia en el momento de máximo crecimiento de los cereales, cesando mientras están emparejados y volviendo a expresar actividad sexual con el inicio de la incubación. En consecuencia, los machos continuarán buscando más hembras para aparearse mientras las condiciones de clima y hábitat sean favorables.