Fernando López Mirones es – 26/4/2017 –
A menudo me escriben en las redes sociales, como si fuera un traidor a causa sagrada, decepcionados seguidores diciéndome cosas del tipo: «¿Cómo es posible que usted, Sr. López-Mirones, siendo biólogo y documentalista, no esté en contra de que se maten animales por mero placer?». Les contesto que no hay nada más animal que matar a otro, ellos lo hacen todo el tiempo, pero lo que realmente me llama mucho la atención es esa expresión tan curiosa que todos repiten: ‘mero placer’.
Lo primero que se me ocurre es pensar en un gran pez de boca enorme disfrutando mucho de algo; lo que le dé placer a un mero se escapa a mis conocimientos, pero supongo es que lo que a todos, comer, frezar y descansar. Entonces me voy al Diccionario de la RAE en busca de ayuda y veo que ‘mero’, aparte del pez teleósteo, significa exactamente «puro, simple, que no tiene mezcla de otra cosa» e incluso «insignificante, sin importancia». Por la forma en la que los detractores venatorios utilizan esta expresión se deduce que es algo malo; sin embargo, un breve análisis a cosas que hacemos en la vida por ‘mero placer’ me deja perplejo. ‘Mero placer’ es lo que sienten los asistentes a un concierto de piano y orquesta en Viena. ‘Mero placer’ es contemplar El Jardín de las Delicias, de El Bosco, en el Museo de El Prado. Si vamos más allá descubrimos que ‘mero placer’ es el sentimiento de un padre jugando con su bebé en la alfombra e incluso el de ese mismo individuo cuando abraza y besa a su pareja.
¿Acaso no es ‘mero placer’ contemplar una puesta de sol con unos amigos frente al mar? De pronto me doy cuenta de que esos términos se están utilizando sin haber profundizado lo más mínimo en ellos. ¡Resulta que por ‘mero placer’ se hace casi todo lo que merece la pena en esta vida! Siendo así, ¿por qué la usan como si fuera el argumento más contundente del planeta Tierra? Acudo de nuevo a la RAE a ver si el secreto está en la otra palabra, ‘placer’, y descubro que la define como «goce o disfrute físico o espiritual producido por la realización o percepción de algo que gusta o se considera bueno». Entonces es cuando le explico al interfecto que la caza es un instrumento esencial de conservación de la naturaleza a nivel mundial y que los desequilibrios poblacionales de muchas especies provienen en su mayoría del avance de la agricultura y las poblaciones humanas que amenazan los ecosistemas y del tráfico ilegal por motivos diversos… y vuelve a saltar: «Eso, ¡la caza furtiva!, ¿lo ve usted?». «Amigo, la caza furtiva no es caza, es delito». «¡Pero se llama igual!», añade.
El lenguaje manipulado puede hacer mucho daño. Me duele decirlo pero, por una vez, el inglés acierta más que el español, pues distingue entre hunting (cazar) y poaching (furtivear) con dos verbos diferentes. Sin embargo, ciertos hábiles predicadores han aprendido a quitarle el ‘furtiva’ y dejar maliciosamente que sus adeptos la confundan con la caza a secas. ¡Es como equiparar a un farmacéutico con un traficante de drogas: ambos venden sustancias psicotrópicas!
Ni la caza de talentos, ni la caza de brujas ni tantas otras expresiones habituales tienen nada que ver tampoco. Nadie sale con una escopeta a matar genios ni personas que hacen pócimas. En otros artículos ya conté que queda sobradamente probado que los cazadores no salen al campo a destruirlo sino a disfrutar de él, que lo necesitan para vivir, que constituye una experiencia espiritual de primer orden. El poder de las palabras es enorme, máxime en una sociedad global como la nuestra, y podemos aprender que lo importante son los conceptos que éstas encierran. Puede que lo que tenga que decirles, a partir de ahora, es que dejen de coartar la libertad de la gente por ‘mero placer’.