El cazador granadino Antonio Javier Marín González y su padre, Antonio Marín Gutiérrez, vivieron el pasado sábado 21 de octubre uno de esos lances que te provocan un nudo en la garganta.

Antonio padre ha inculcado el amor por el campo y la caza a su hijo desde muy pequeño. Ese día lo acompañaría al puesto en una montería celebrada en una finca abierta de la localidad de la Puebla de Don Fadrique. Todas las ilusiones estaban puestas en la suerte de contar con un buen puesto en el que ver a su pupilo cazar, si bien se trataba de una montería humilde en la que solo habían pagado 120 euros por el puesto.

A pesar lo económico del derecho a ocupar una de las 34 posturas que ese día participaban en la montería, las expectativas no eran malas: «Es una finca buena de cochino, hay bastantes jabalíes y, a priori, eso era lo que pensábamos que podríamos tirar», comienza diciendo Antonio Javier a la redacción de Jara y Sedal.

El 4 de la traviesa

Tras el riguroso sorteo, padre e hijo se dirigieron a la traviesa de solo cuatro puestos que les había tocado en suerte. Pronto, sobre las 10:30 horas de la mañana, ya estaban colocados en el último de ellos, el 4.

«Sobre las 11 soltaron y nada más salir la Rehala Azor de Baza, ya dio con el primer animal», relata el joven cazador de 36 años y residente en la localidad de Carramaiza (Granada). Por la emisora Miguel Azor, el rehalero, avisaba de la primera de las piezas del día que ya se dirigía a los puestos.

«Estaba muy sucio y el animal cruzó por los otros tres puestos de la traviesa pero sin romper al tiradero. Fue ya en el nuestro en el que en el único claro que había ya vi que era el ciervo. Fue cuando me llevé la sorpresa, porque pensaba que se trataba de un jabalí», recuerda el joven cazador.

Los perros de la Rehala Azor de Baza fueron los que empujaron al ciervo hacia el puesto de Antonio y no es la primera vez que le dan suerte. © A. J. M. G.

Un rápido lance en el único claro

El ciervo finalmente se decidía a salir de la mancha y por el único claro en el que Antonio podría tirarlo, cruzó a toda velocidad. «Me dio tiempo a disparar, aunque le di algo trasero y poco después y tras unos enebros, tuve que tirar de nuevo». Ahora sí, y tras comprobar que uno de los perros de Miguel frenaba en su carrera, sabía que lo había abatido.

El corazón del joven latía a toda velocidad, pero también el de su padre que había podido compartir con su hijo el lance a un animal que parecía sacado de un documental.

El ciervo recién abatido. © A. J. M. G.

Padre e hijo se funden en un abrazo

Terminada la montería el joven finalmente pudo recorrer los 40 metros que les separaban del ciervo que había abatido. Su padre le esperó en el puesto.

«Cuando fui a verlo me llevé una sorpresa tremenda. Era un animal increíble. Regresé donde se había quedado mi padre, que es el que me ha enseñado desde chiquitillo y la alegría de compartir el lance con él fui increíble», cuenta aún emocionado Antonio hijo.

El joven finaliza el relato del mejor lance de su vida recordando el momento más emocionante de la montería: «Los dos nos abrazamos porque vimos que el animal era un espectáculo y que el tiro fui difícil porque estaba muy sucio el tiradero. Mi padre se emocionó mucho al ver mi alegría y de haberme metido en la caza de pequeño y poder ahora disfrutar de estos lances junto a él».

El animal, con una majestuosa cuerna de 18 puntas, ya está en el taller del taxidermista de confianza de Antonio y, según le han adelantado, podría alcanzar una puntuación digna de obtener la medalla de oro.

Antonio padre e hijo junto al ciervo. © A. J. M. G.