Durante mi vida en Estados Unidos la caza me enseñó a encontrar sustento en lo salvaje y calma espiritual en el caos. No hace mucho me instalé con mi familia en España. Sabía que poder seguir cazando es lo que me permitiría llamar hogar a la sierra de Gredos, pero aquí todo es muy distinto. En este blog, cada mes os contaré mis aventuras en esta nueva tierra y lo diferente que es al lugar en el que nací.
12/11/2018 |Gareth Wishart
Seguro que al pensar en la caza en Estados Unidos vuestra imaginación os lleva a un rececho de un alce o un caribú en la tundra de Alaska o aventuras similares. Es cierto que he tenido la oportunidad de disfrutar de este tipo de expediciones e, incluso, de hacer de guía para otros, pero la cacería por excelencia del cazador made in USA es la del ciervo de cola blanca. Cada año, millones de norteamericanos se marcan como objetivo depositar su carne sobre la mesa familiar. Eso mismo ansiaba yo mientras me internaba en los frondosos bosques de la Costa Este.
Cazar en las tierras públicas del Estado de Maryland no es lo mismo que hacerlo en Alaska. Con una densidad de población de 174 personas por kilómetro cuadrado, el resto de cazadores son el principal obstáculo de tu éxito. Pero esa es la naturaleza de este tipo de terrenos y es nuestra obligación respetarla y cuidarla. No me quejo. El hecho de que cada estado disponga de zonas en las que cualquiera, con una licencia, puede cazar, es un regalo que no merece ser despreciado y define a la perfección lo que significa ser un cazador y conservacionista en mi país. Además, 30 millones de cola blancas deambulando por América son más que suficientes para todos.
El final de una etapa cazando en Estados Unidos
Estando ya mi mujer embarazada, me coloqué en un árbol a cuatro metros del suelo a esperar un ciervo con mi arco. La última luz de la temporada de arco se extinguía y mi congelador seguía vacío. Me pellizqué la nariz para imitar la llamada de auxilio de un cervatillo para terror de una ardilla cercana a mi postura. Reclamé otra vez, esta vez con la esperanza de atraer a una hembra que saliera en defensa de la supuesta cría contra un supuesto zorro o coyote. Apenas había transcurrido un minuto cuando escuché el sonido de las pezuñas avanzando a través de la hojarasca. Apareció una hembra adulta, tensé mi arco y esperé el momento ideal poder realizar un tiro limpio… pero éste nunca llegó. La oscuridad cayó y mi frontal me guió de vuelta al coche con la mochila vacía. No, no me sentía decepcionado. Podía marcar todas las casillas de mi lista de derechos y deberes como cazador: independencia, libertad, igualdad de oportunidades y la capacidad de crecer. Volví a mirar una última vez hacia la oscuridad del bosque a través del parabrisas antes de dar marcha atrás y volver a casa. Así concluyó mi última temporada en Estados Unidos.
Una nueva tribu
Unos meses después nuestra familia tenía un miembro más y vivíamos al otro lado del Atlántico en un pequeño pueblo de Gredos. Mi español mejoraba al ritmo que lo hacía nuestra vida en este precioso país. Cada día me asombran su abundancia natural y grandes espacios abiertos. El pueblo donde vivimos es de esos cuyos vecinos no te devuelven el saludo hasta que no has pasado allí tu primer invierno. Es entonces cuando saben que has llegado para un largo tiempo y te dan la bienvenida con los brazos abiertos. Pero a pesar de sentir que nuestra conexión era cada vez mayor con este lugar, encontrar oportunidades para cazar me resultaba complicado. Intenté formar parte de la asociación local de cazadores, pero fue imposible. Si no tienes parientes que hayan nacido allí, no hay vía de acceso posible. ¿Cómo llamar hogar a mi nueva casa si no podía cazar en ella?
Otras opciones no entraban en mi presupuesto. Por ejemplo, una licencia de caza para un residente de Maryland puede costarte 25 dólares (21 euros), y eso son básicamente todo los gastos. En España, sólo unirte a una asociación de cazadores cuesta unos cientos de euros.
El gato salvador
Mentiría si dijera que no he considerado dejar la caza durante este tiempo, un hecho que en el pasado me habría parecido impensable. Un experto cetrero amigo de la familia me invitó a su coto después de escucharme hablar de mi pasión por la naturaleza. Quería localizar un gato montés que había estado observando durante los últimos días. A pesar de mi español chapurreado, rápidamente nos hicimos amigos gracias a nuestro amor compartido por lo salvaje. Desde entonces he cazado con él en varias ocasiones y nuestra amistad me ha dado esperanza para seguir con mi pasión en España, un país que, con su naturaleza y la abundancia de su vida silvestre, debería ser un paraíso de la caza.
Independencia, libertad, igualdad de oportunidades y la capacidad de crecer como persona. Esto es lo que busco al salir al campo. ¿Por qué preferiría no cazar a negar cualquiera de estos ideales? Tal vez John McPhee hizo la mejor descripción en su relato sobre Alaska, Coming Into the Country: «Si tienes que hacerte esta pregunta, no entenderías la respuesta».