Por Simon K Barr

Como muchos británicos, he visitado España en innumerables ocasiones. Muchos suelen cruzar el Canal de la Mancha para disfrutar del sol y la sangría en invierno, pero esta fue la primera vez que viajé al Mediterráneo en noviembre con un rifle en mi equipaje.

Mi agotadora semana laboral de siete días en Londres impide que mi hiperactiva mente desconecte en una tumbona durante dos semanas. Lo que necesitaba mi cuerpo sobrecargado de trabajo era aire limpio de montaña. Si, como a mí, la playa te resulta aburrida, la caza del macho montés de Beceite (Teruel) en el remoto noroeste de la Península Ibérica es la opción perfecta para cazadores a los que les gustan las emociones fuertes y, por tanto, buscan un paquete de vacaciones atípico. 

Cazando macho montés en El Maestrazgo

A cuatro horas en coche de Madrid se encuentra El Maestrazgo, una región poco poblada situada en el extremo oriental del Sistema Ibérico. En esta somnolienta localidad nadie habla una palabra de inglés, pero por suerte fui recibido por el trilingüe Francisco Cortina, que dirige el coto de caza de 55.000 hectáreas.

«Este es uno de los mejores lugares de España para la cabra montés, así que mantenemos, en secreto, y te ruego que lo guardes, el nombre del pueblo para evitar la caza furtiva», me dijo. Desde la calle es fácil ver jóvenes machos intrépidos corriendo por las escarpadas crestas, aparentemente sin miedo a los humanos. «No te dejes engañar, las monteses que cazaremos no son mansas sino muy astutas y pondrán a prueba tus habilidades de cazador», me advirtió mi guía. 

Simon en una parada durante el rececho. /Tweed Media

Macho montés, un animal único

Si eres amante de los números te gustará saber que hay 40 especies de cabras salvajes y 14 subespecies de íbices que se pueden cazar en todo el mundo. Tanto por su envergadura como por su trofeo, la cabra montés de Beceite es la más grande de las cuatro subespecies de la Península Ibérica.

Estos ungulados de color leonado lucen cuernos anillados muy anchos y poseen una capacidad increíble para escalar paredes rocosas casi verticales. Cada temporada de caza, que va de noviembre a mayo, Fran cobra alrededor de 200 machos como parte del plan de gestión de la zona. De ellas, 20 serán medalla. Yo había decidido abatir un macho representativo con cuernos de hasta 65 centímetros. 

En esta región de España la caza está ampliamente aceptada –es parte de su tradición cultural y los locales confían en el turismo que genera–. La primera noche, mientras caminamos hacia un bar, los animados lugareños nos saludaban como héroes, deseándonos suerte para la mañana y animándonos a abatir más ejemplares para salvar sus cosechas de su febril ramoneo. Fran me contó que los arrendatarios de las cacerías tienen que compensar a los agricultores por los daños causados por las cabras monteses, por lo que debían mantener su población bajo control.

Admirando el trofeo. /Tweed Media

Un duro rececho

Al amanecer, y después de desayunar un poco de queso manchego y jamón serrano, partimos hacia el coto de caza junto con el guía José Manuel Utrillas. Con un Mauser M03 en calibre .300 Win. colgado del hombro empecé a recorrer aquellas colinas en busca de mi presa con la avidez de un francotirador. Antes de nuestra salida Fran me había advertido de que el terreno escarpado no era apto para cazadores con un carácter pusilánime. «La mejor cacería es siempre aquella en la que hay que trabajar duro por el trofeo», reflexionó, «burlar a una criatura en su propio hábitat natural es una verdadera prueba física y mental».

Seguir el ritmo de José ya fue un desafío. A pesar de que me machaco regularmente en el gimnasio, mis mejillas se tornaron rojas y jadeaba siguiendo sus ágiles pasos. En las escasas pausas que hacía aprovechaba para respirar hondo. Durante tres horas trepamos sobre rocas y salientes revueltos disfrutando de vistas que cada vez eran más espectaculares. Estas son exactamente las vacaciones que necesitaba. Londres, las hojas de cálculo y los plazos de entrega parecían quedar a un mundo de distancia. 

El cielo azul sin nubes ocultaba la fría temperatura de aquel día. El viento cortante me arañaba las mejillas, así que subí la cremallera de mi chaqueta y alcé el cuello hasta cubrir mis orejas. «El viento y la temperatura son los dos factores que más influyen en el comportamiento de la cabra montés», me explicó Fran, «si sopla más fuerte se moverán hacia un terreno mucho más bajo». En ese momento comprendí que el frío era un aliado inesperado.

El grupo de monteses que localizaron. /Tweed Media

Ahí estaban

La intensa exploración de las laderas con los prismáticos dio finalmente sus frutos cuando localicé un grupo de seis machos a 400 metros de distancia. Aprovechando el terreno, planeamos nuestro acercamiento. La cabra montés parecía relajada y ajena a nuestra presencia. La cacería había comenzado.

Esperaba ansiosamente cualquier orden de José mientras me concentraba en controlar mi respiración y mi ritmo cardíaco. Podía sentir mi cuerpo desesperado por desatar un torrente de adrenalina. Ignoré la molesta hormona y me concentré en mi tarea. Observamos la manada durante 15 tortuosos minutos hasta que José, por fin, tomó una decisión: me concedió el más pequeño de los seis. 

Frnacisco Cortina (Corju) y Simon en el momento del lance. /Tweed Media

La hora de la verdad

Ahora faltaba que el animal se colocara de lado. Diez minutos después, gracias a dios, se detuvo. Alineé la retícula de mi visor, pero aún necesitaba que se girara un poco más. Tras otros diez minutos mirando por el visor mi cuerpo empezó a temblar y mi ojo a dar síntomas de fatiga, pero hizo un esfuerzo mental para concentrarme sólo en el macho. Finalmente se giró y apreté suavemente el gatillo.

La cabra mostró la típica reacción a un disparo limpio al corazón: sacó sus patas traseras y se puso a galope con la cabeza hacia abajo antes de desplomarse. Sentí una enorme satisfacción por haber realizado mi trabajo de forma limpia. José extrajo los lomos del animal para aprovechar su carne y dejó su cuerpo en el cerro para que sirviera de alimento a los buitres. 

Después de haber recechado cabras salvajes en la frontera de Inglaterra con Escocia, esta fue mi primera incursión en el extranjero para abatir uno de estos animales. Fran me contó que muchos cazadores de todo el mundo visitan regularmente España, pero son pocos los que proceden del Reino Unido. Cazar en España me dio la oportunidad de echar un vistazo bajo el capó de un país que, ignorante de mí, creía conocer al dedillo.

Simon con su macho montés. /Tweed Media