Es noche cerrada y bajo la luz del frontal sólo podemos ver nuestro sudor evaporándose y escuchar nuestra respiración acelerada. Llevamos un par de horas subiendo con las mochilas cargadas para afrontar tres días durmiendo en la montaña. Estamos a primeros de octubre, y aunque a esta altitud y en esta época ya refresca en el Pirineo, con el peso que llevamos nos sobra ropa.
La berrea es mi época favorita del año. Creo que hay pocas cosas más emocionantes que el estremecedor berrido de un venado en las profundidades de un valle cuando el día quiere romper. He tenido la suerte de rececharlos en distintos territorios de nuestra Península, desde la dehesa andaluza, pasando por los pinares de Alto Tajo y hasta la montaña de Picos de Europa. Enclaves radicalmente distintos que exigen estilos de caza algo también diferentes, aunque la esencia es la misma en todos ellos.
Esta vez decidí cruzar la frontera. Esta cacería en Pirineos la organice con la ONF (Office Nationale des Forest), la asociación francesa que gestiona una gran variedad de permisos por todo el país vecino. Aquí los venados no son grandes, pero después de una conversación con mi amigo Frédéric me atrajo la forma de cazar por encima de todo. Siempre he valorado más el cómo que el qué.
Primer ascenso
Tras un par de horas subiendo sin parar llegamos a un refugio de montaña en medio del bosque justo cuando el día empezaba a clarear. Una cabaña con un par de literas, una mesa y una estufa sería nuestro hogar las próximas dos noches. No se me podía ocurrir ningún lugar mejor que este para compartir unos días de berrea junto a dos amigos, Fernando Hernández y Roberto Fontaneda –fotógrafo–, y al guarda de la ONF, Jacques Volle.
Los primeros berridos
Sin perder un minuto descargamos nuestras mochilas –la comida, el saco de dormir, la esterilla y la cocinilla– y más ligeros continuamos la subida para aprovechar al mañana que estaba todavía comenzando. La vista cuando rompimos la línea de bosque fue abrumadora. La pendiente y la grandeza de nuestro cazadero era brutal, y un berrido al otro lado del barranco a varios kilómetros de distancia nos hizo mirarnos entre nosotros pensando si traer el arco había sido buena idea. Los venados de este lado el Pirineo no tienen nada que ver con los nuestros. Al primer berrido ya nos dimos cuenta de que tenía un tono mucho más grave, similar al de sus parientes centroeuropeos. ¡Tendría que ajustar mi tono para poner acento francés!
También me chocó el tono de su pelaje. Me esperaba, por alguna razón, ejemplares más grandes y de color oscuro… pero eran del mismo naranja que los corzos en verano. Su cornamenta también es diferente a la de nuestros venados. Más gruesas y cortas y sin corona, en la mayoría de las ocasiones sólo tienen diez o 12 puntas. Su comportamiento, sin embargo, no difería, así que la forma de caza fue similar. Me sorprendió que los guardas no reclamaban, pero en cuanto le pillé el tono los venados no tardaron en contestar. Con tanto bosque y una baja densidad de animales era difícil dar con ellos, y a base de arrancarles un par de respuestas pudimos localizarles para adentrarnos en su territorio e intentar hacerles creerse amenazados por un rival.
Cuando no lo esperas
A media mañana pudimos localizar un macho tumbado junto a un par de hembras, y tras comprobar el aire nos metimos, a rastras, a unos 70 metros. Sabiendo que donde estaba era imposible que nos pudiese ofrecer un tiro, decidí prepararme y lanzar un par de berridos bajos y graves. El animal ni contestó ni escuchamos ruido alguno. Después de 15 minutos nos relajamos pensando que tal vez se habría ido de allí mientras dábamos un rodeo. Fue entonces cuando, por el rabillo del ojo, capté movimiento: ahí estaba, a unos siete metros, mirándonos. No me podía creer cómo no le habíamos sentido entrar. A pesar de su envergadura no había hecho ni un solo ruido. Es un animal que me fascina. ¡Qué facilidad tiene para moverse por el monte! Sin opción para moverme, nos sintió y salió corriendo.
El territorio era realmente exigente, lo que hacía la cacería más parecida a la de un rebeco. El desnivel medio que afrontamos aquellos días fue de unos 1.400 metros, una absoluta barbaridad. Hacia tiempo que no me metía semejante paliza. ¡Qué bien nos sentó llegar al refugio y comer una comida deshidratada caliente cada noche!
Con la última luz
Cayendo la tarde pude ‘traerme’ un par de venados más a 30 metros, pero cuando el cazador es el mismo que reclama es casi inevitable que te acaben viendo, y con la altura de las retamas y los arbustos me fue imposible encontrar un tiro ¡con el arco! Fue una pena no haber contado con la cobertura de un segundo cazador diestro en el arte del reclamo para distraerles. Con rifle no hubiésemos tenido problema en cobrar un ejemplar, pero el arco tiene muchas limitaciones. La última tarde nos sorprendió una fuerte tormenta mientas bajábamos al refugio. En la última asomada un venado contestó y salió a un claro. La lluvia caía fuerte y gracias a la luz de los rayos podía divisar su silueta contestándome en la campa a menos de 40 metros, pero al abrir el arco no conseguía ver lo suficiente para asegurar un tiro ético.
Me despedí del Pirineo francés con las mismas flechas en el carcaj que al inicio de la expedición… y una estampa del venado berreando bajo la lluvia silueteado por los rayos que jamás olvidaré, como tampoco las palabras que me dijo mi amigo Roberto mientras bajábamos al coche. «Pedro, me he dado cuenta de que hasta ahora nunca había cazado de verdad». Una aventura a la vuelta de la esquina que espero poder repetir pronto.