La fauna salvaje no deja de sorprender a quien sabe pisar el monte con los ojos bien abiertos. Y la siguiente historia, en la que caza y gestión se dan la mano, es fiel testigo de ello. Un joven cazador barcelonés llamado Ángel González consiguió abatir un ciervo selectivo en berrea en septiembre de 2018, recechando en el Pirineo catalán. Hasta ahí nada extraño, pero el protagonista de esta historia guardaba un tesoro en lo más profundo de la alta montaña.

Ángel tiene 38 años y desde hace tiempo, es un amante de la naturaleza, la caza bien entendida y la fotografía. Jamás sale al campo sin prismáticos, cámara de fotos y telémetro. Esos son sus básicos en la montaña. Los ciervos bramaban a sus anchas por los prados más elevados y consiguió un permiso para cazar un ciervo selectivo. Por aquel entonces llevaba poco tiempo con su pareja pero ella no dudó en acompañarle en esta aventura. «Quería descubrir qué es lo que hacía todos los fines de semana», confiesa el cazador.

Con las pilar cargadas y la moral por las nubes, ambos se lanzaron a la montaña un sábado por la tarde, pero la climatología no ayudó en nada. La niebla y la lluvia eran una constante y se hizo muy complicado cazar. De vuelta al coche, la niebla lo invadía todo. No se veía a dos metros… y se perdieron. «Aunque me conozco la zona perfectamente, no era capaz de volver al coche. No llevaba GPS y se convirtió en una auténtica odisea».

El impresionante escenario de la cacería. @ Ángel González

Un ciervo de alta montaña

A la mañana siguiente salió el sol. Dejaron los coches a 1.400 metros de altitud. La zona de caza era impresionante. Un paraje enclavado entre los 1.000 y los 2.400 metros, con una cantidad de escenarios y fauna salvaje realmente sobre cogedora: Además de los mencionados ciervos, puedes cruzarte con rebecos o con especies tan singulares como el quebrantahuesos, el alimoche, gatos monteses, perdices rojas y pardillas e incluso, alguno de los pocos urogallos que todavía campan por esos lares.

Como hemos comentado ya, Ángel disponía de un permiso para un ciervo selectivo. Su objetivo era localizar algún macho defectuoso así que comenzaron el ascenso. «Me gusta cazar siempre en los lugares más alejados y remotos del coto. Son parajes agrestes y difíciles de recechar. Los ciervos más viejo sienten predilección por esas zonas de prados alpinos que limitan con el bosque. Allí tienen la comida y la protección necesaria», aclara Ángel.

Durante el ascenso vieron algún macho bueno pero su permiso se quedaba corto por lo que prosiguieron la marcha hacia arriba, utilizando las propias trochas de los animales. En hora y media alcanzaron los 1.900 metros y entonces lo encontraron. Un bonito ciervo comía tranquilo a media ladera. Ángel sacó sus prismáticos para observarlo y se quedó con la boca abierta. «El ciervo tenía algo en la cabeza. Me fijé bien, eran los cables de un pastor eléctrico temporal enredados entre sus puntas».

El ciervo protagonista de la historia. © Ángel González.

El momento del disparo

Ya consciente de lo que tenía delante, el cazador decidió disparar. El animal se encontraba a 310 metros pero sería difícil acercarse más. Apoyó su rifle Sauer en calibre .300 Winchester Magnum y acarició el gatillo. Para su sorpresa, el ciervo no se movió. Estupefacto, repitió el disparo dos veces más pero la reacción fue idéntica. El macho no movió un músculo.

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Ante esta sorprendente actitud, Ángel decidió acercarse. Tardó 15 minutos en dar la vuelta entera y cuando les separaban 80 metros lo localizó de nuevo, en la mismo posición. Un cuarto tiro de gracia terminó con el lance y cayó barranco abajo. «Cuando lo metí en el visor, echaba espuma por la boca. No se por qué motivo…».

El ciervo tenía tres impactos, así que falló uno de los disparos. Mientras lo bajaba a una zona más accesible, el cazador no podía parar de pensar en el enredo que portaba en su trofeo, un amasijo de cables impresionante.

El trofeo ya limpio, conservando la maraña de cables. © Ángel González.

Este fue el colofón final a una cacería muy especial, ya que se trataba de la primera toma de contacto de su pareja con el mundo cinegético: «estaba impactada, pero le gustó mucho la experiencia…», asegura orgulloso Ángel. Sacó toda la carne que pudo y con ella, ofreció un soberano banquete a sus amigos de Barcelona, muchos de ellos contrarios a la caza pero que alucinaron al probar la terneza y el sabor profundo de un solomillo salvaje a la barbacoa…

La mandíbula del ciervo con los premolares desgastados, señal inequívoca de edad avanzada. © Ángel González.

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