El avance de la procesionaria del pino (Thaumetopoea pityocampa) se ha convertido en un fenómeno recurrente, impulsado por el aumento de las temperaturas en algunas comunidades autónomas. Antiguamente, la presencia de esta oruga se registraba con la llegada de la primavera, pero en los últimos años, su aparición se ha ido adelantando de manera progresiva. En muchas regiones de España, ya es habitual ver sus características filas desplazándose en febrero, un hecho que antes se consideraba excepcional.

Ante esta situación, la Asociación Nacional de Empresas de Sanidad Ambiental (Anecpla) recomienda que las Administraciones locales implementen campañas de prevención anuales en otoño. Según Jorge Galván, director general de la asociación, esta medida es esencial para adelantarse a los efectos nocivos de la plaga. «Si la procesionaria se adelanta, debemos ser proactivos y tomar medidas antes de que se convierta en un problema grave», afirma Galván. Además, recuerda que la normativa europea ha ido restringiendo progresivamente el uso de productos biocidas que antes se empleaban para controlar esta plaga, lo que hace aún más necesaria la prevención.

Peligros para la salud humana y animal

La procesionaria del pino no solo supone un riesgo para los bosques y parques, sino también para la salud pública. Sus orugas están cubiertas de unos diminutos pelos urticantes, denominados tricomas, que pueden causar graves reacciones en los seres humanos. «Ni siquiera es necesario tocarlas directamente», explica Galván. «El simple contacto con uno de sus pelos, que estas orugas lanzan al sentirse amenazadas, puede provocar desde irritaciones cutáneas hasta lesiones oculares o reacciones alérgicas severas».

Cada una de estas orugas posee alrededor de 500.000 tricomas, que actúan como verdaderos dardos envenenados. Para las personas, el contacto con estos pelos puede desencadenar urticaria, dermatitis e inflamaciones. Si los tricomas alcanzan los ojos, las consecuencias pueden ser aún más graves, incluyendo queratitis o incluso daños permanentes en la córnea.

Bolsón de procesionaria. © Shutterstock

Un peligro mortal para los perros

El riesgo se multiplica en el caso de los animales de compañía, en especial los perros. Estos, movidos por la curiosidad, suelen olfatear y acercarse a las orugas sin percibir el peligro que representan. Al hacerlo, los tricomas pueden clavarse en su hocico o en sus ojos, causando una reacción inmediata con síntomas como inflamación, picores intensos y salivación excesiva.

Uno de los mayores riesgos es la ingestión de estas orugas. Si un perro llega a lamer o morder una procesionaria, la toxina presente en los tricomas puede provocar una necrosis en la lengua y la garganta, una condición que en muchos casos resulta mortal. Por esta razón, los veterinarios recomiendan actuar con urgencia si una mascota entra en contacto con la procesionaria, acudiendo inmediatamente a una clínica para recibir tratamiento.

La importancia de un control profesional

Desde Anecpla insisten en que la gestión de esta plaga debe quedar en manos de profesionales especializados. La aplicación de tratamientos debe basarse en la gestión integrada de plagas, comenzando con un diagnóstico de situación que determine la estrategia más adecuada en cada caso.

A pesar de las restricciones al uso de biocidas, existen métodos alternativos, como la colocación de trampas con feromonas para capturar a los machos y reducir la reproducción de la plaga. Además, el control biológico mediante depredadores naturales, como aves insectívoras, también ha demostrado ser una estrategia efectiva para frenar la proliferación de la procesionaria.

Las temperaturas cada vez más cálidas han alterado los ciclos naturales de muchas especies, favoreciendo la expansión de plagas como esta. Por ello, los expertos advierten de la urgencia de implementar planes de control sostenibles que minimicen los riesgos para la salud y el medioambiente.

¿Qué hago si mi perro toca a una oruga?

  1. En primer lugar trata de mantener la calma, ponte unos guantes de látex o de nitrilo e intenta extraer los ‘arpones’ envenados de la oruga que sean visibles.
  2. Después aplica en la zona lavados con agua templada –la toxina es sensible al calor– o sustancias ácidas –como vinagre o limón–. El veterinario se encargará del resto, así que acude lo antes posible a él.
  3. Si la lengua se ha necrosado, el veterinario retirará los tejidos muertos y ‘recetará’ al paciente una dieta blanda, ya que tendrá dificultades para aprehender alimentos y masticar –en casos severos se tendrá que recurrir a la alimentación intravenosa–. También valorará la necesidad del uso de medicación para el dolor. Estos cuidados pueden alargarse un par de semanas hasta la total recuperación.

Sobre el autor