Tras el aspecto dulce y frágil del corzo se esconden en ocasiones actitudes violentas y agresivas que pueden desembocar en la muerte de otros congéneres e, incluso, en lesiones a personas que se cruzan con algún ejemplar en un momento equivocado.
A pesar de que los que peinan canas en el campo, a buen seguro, conocen estos comportamientos e incluso habrán tenido alguna oportunidad de observarlos en el campo, no son pocos los que aún se sorprenden al verlos y hasta se preguntan si son normales o pueden deberse a alguna alteración relacionada con enfermedades u otros factores.
Vamos a tratar de aclararlo a lo largo de este artículo.
¿El corzo es un animal agresivo?
Para comenzar, es importante valorar si podemos decir que los corzos son agresivos o no. En primer lugar, tenemos que diferenciar entre comportamientos agresivos intraespecíficos, esto es, entre ejemplares de la misma especie e interespecíficos, entre diferentes especies, entre los que podríamos incluir los conflictos generados con las personas.
Entre los primeros podemos afirmar que son relativamente habituales las interacciones agresivas entre corzos, casi siempre machos, incluso con el resultado de muerte de alguno de ellos, asociados fundamentalmente al momento del celo. Entre los segundos, por el potencial riesgo que pudieran tener y el punto sensacionalista asociado, probablemente los más llamativos son los comportamientos agresivos frente a las personas.
Si hacemos una búsqueda somera en la hemeroteca más reciente podemos encontrar unas cuantas noticias sobre estas interacciones poco amistosas. Sin ir más lejos, en abril de 2020 se conoció un ataque de un corzo a una anciana de 70 años y a su nieta menor de edad en el jardín de su casa en el departamento francés de Alta Saboya. Tres meses después, un cazador vivió un episodio similar en Rusia. En abril de 2021 la víctima fue una mujer que paseaba con su perro por un bosque en Alemania.
En mayo de 2023 conocimos otra noticia del ataque a unos niños en Rumanía, y este mismo año, también en mayo, se produjo otro incidente con unos adolescentes en el municipio francés de Barzy-en-Thiérache con el resultado de una visita al hospital por lesiones de alguno de ellos.
A pesar de estos casos no podemos asegurar con ligereza que un corzo sea un animal agresivo per se, o que los casos de incidentes como los descritos con anterioridad no sean algo excepcional y común a lo que pudiera suceder con otras especies de fauna silvestre.
En defensa propia
En muchas ocasiones estos ataques se producen en respuesta a una actitud poco adecuada de personas que desconoce cómo actuar ante un animal silvestre. Los corzos, como otros animales silvestres, cuando se ven amenazados o no cuentan con una vía de escape para huir ante lo que ellos interpretan como una situación de riesgo reaccionan tratando de establecer un límite a la aproximación.
Primero realizan movimientos de aviso con la cabeza y el cuello junto con ligeros desplazamientos o pequeños saltos e incluso escarbaduras con las extremidades anteriores que tratan de alertar al posible agresor de que el ataque está a punto de suceder. Si el comportamiento o la aproximación de la persona no cesa es cuando ocurre la interacción. En realidad, por tanto, en casi todos estos casos, podríamos estar hablando de comportamientos de defensa más que agresivos o de ataque.
Por suerte, en la mayoría de las ocasiones, por el tamaño de este cérvido, las lesiones son leves, cosa que no ocurriría si nos encontrásemos en las mismas circunstancias ante un ciervo o un gamo. En cuanto a que la posible causa pudiera ser una enfermedad tampoco existen patologías que pudiéramos destacar como causantes de un incremento de su agresividad, por lo que, a priori, no es un factor relevante en este sentido.
¿Cuál es el origen de su agresividad?
Descartado que el corzo sea una especie que podamos calificar como agresiva resulta conveniente analizar cuál puede ser el origen de estos comportamientos. Por un lado ya hemos apuntado que, al menos en el caso de interacciones con las personas, en muchas ocasiones se trata más bien de reacciones de defensa ante una potencial amenaza que de un ataque como tal.
Probablemente, una relativa mayor frecuencia de incidentes con esta especie que con otros cérvidos se pueda asociar a su carácter menos huidizo, que hace que ocupe entornos más humanizados y viva de forma habitual en lugares donde la presencia de personas es más habitual, principalmente en el centro de Europa, donde las referencias de estos encuentros son más frecuentes.
También su aspecto frágil y llamativo y su menor tamaño con relación a otros ungulados hacen que las personas, en lugar de alejarse o sentir un peligro, tiendan a cometer más imprudencias y a interactuar con ellos, provocando esta respuesta defensiva.
En el caso de los incidentes entre ejemplares de la misma especie la causa principal está relacionada con su comportamiento natural, pues hablamos de animales que muestran un comportamiento territorial muy marcado asociado a la reproducción. Así, mientras durante el invierno podemos encontrar grupos compartiendo los mismos entornos durante la primavera, tras el descorreado de las cuernas, los machos comienzan a marcar sus espacios.
Poco a poco son cada vez más intolerantes a la presencia de otros machos hasta que durante el verano, en el momento álgido del celo, son especialmente agresivos con sus rivales. De ahí que la mayor parte de los incidentes se produzcan entre machos que tratan de defender un territorio en el que establecer su harén de hembras a las que cubrir. Sin embargo, también es verdad que estos incidentes casi nunca tienen consecuencias fatales para el vencido. En la mayoría de las ocasiones se limitan a avisos con escasas confrontaciones.
La cuerna importa
Un estudio realizado en Noruega analizó la agresividad de los machos en función de su edad, tamaño de cuerna, presencia de otros individuos y estatus de cada animal. Todos estos factores se relacionaron la agresividad de la pelea y el resultado de la misma. Los autores observaron 139 comportamientos agresivos entre machos de marzo a agosto, época en la que muestran gran territorialidad.
Como apuntábamos, la mayor parte de las peleas no fueron muy intensas y sólo se registró contacto físico entre machos dominantes. Sin embargo, la intensidad se vio afectada por el tamaño de la cuerna: cuanto menor era la diferencia de cuernas entre los ejemplares en disputa mayor era el fragor de la batalla, dato muy interesante a la hora de establecer criterios prácticos en la gestión de la especie en nuestro coto.
Por último, el trabajo señala que, como era de esperar, los machos dominantes residentes en el territorio casi siempre salieron victoriosos en estas peleas, en concreto en más del 80% de los casos. Los que perdían o ‘empataban’ solían ser de menor edad y presentar una cuerna de menor tamaño.
¿La agresividad es un comportamiento exclusivo del corzo?
No. Existen en la bibliografía numerosas referencias en cuanto a comportamientos agresivos en otras especies, tanto de cérvidos como de bóvidos, habitualmente relacionados con comportamientos territoriales asociados al periodo de celo y principalmente ocasionados por machos. Ciervos, gamos, cabras monteses o rebecos entre otros, muestran estos patrones agonísticos relacionados con la reproducción.
También podemos encontrar casos en los que se describen ataques de estas especies a las personas, fundamentalmente de ciervos y, lamentablemente, con peores consecuencias que las provocadas por los corzos, debido a su mayor tamaño, siendo incluso capaces de causar la muerte a las personas atacadas.
Por suerte, los sucesos ocurridos en la naturaleza son muy puntuales, puesto que ciervos o gamos son, en general, más esquivos que los corzos, pero sí han ocurrido casos graves en lugares en los que estos animales eran mantenidos en cautividad. Normalmente estos incidentes se asocian a machos que son cuidados desde crías sin mostrar signos de agresividad y que, en el momento de entrar en los primeros celos, comienzan a mostrar comportamientos especialmente violentos, causando incluso la muerte o lesiones graves a sus cuidadores.
Por lo tanto, tampoco podemos concluir que estos comportamientos puedan ser más habituales o exclusivos de los corzos frente a otras especies.
Importancia práctica en la gestión de la especie
Desde un punto de vista práctico, y pensando en la gestión de la especie, la observación de estas peleas en el campo debe hacernos reflexionar sobre el tipo de población corcera que tenemos en nuestros cotos. Peleas con un alto grado de agresividad y contacto físico nos podrían indicar la existencia de machos territoriales con poca diferencia de tamaño de cuernas y, quizás, de edad. Por lo contrario, si las luchas son más ‘suaves’ podría significar que los dominantes no tienen quien les haga sombra, aunque, como siempre, se trata de conclusiones que deben tomarse después de pisar mucho, mucho campo.
Un corzo ataca a un hombre con una violencia inusitada
Conocidas estas circunstancias debemos adaptar los aprovechamientos a la situación de nuestro coto, aprovechando la oportunidad que nos ofrece el rececho como una caza selectiva que permite elegir con precisión el ejemplar a abatir. Así, la información sobre las interacciones agonísticas entre los machos de nuestro territorio puede ser un aspecto más a tener en cuenta para aplicar la mejor estrategia en la gestión, debiendo decidir si merece la pena abatir a los mejores ejemplares al comienzo de la temporada o es mejor esperar y aligerar la carga cazando a otros de menor porte.
Por otro lado, los incidentes con las personas, lamentablemente, nos indican que, cada vez más, las sociedades modernas tienden a idealizar a la fauna silvestre desconociendo profundamente sus comportamientos, provocando situaciones de riesgo derivadas de imprudencias evitables derivadas de actuaciones inconscientes más que de la propia agresividad de los animales.